La Escuela Nacional de Voleibol rompió la inercia en los primeros días de este 2013. Después de un receso ha vuelto al ruedo con presteza. El recinto que aloja la preparación de las preselecciones cubanas de ambos sexos y de las categorías inferiores exhibe su ardor, desempolva el tiempo de paro y con mesura trae de vuelta el tráfico diario de los principales voleibolistas que radican en el país.
Enero es inicio, plataforma, modulación, la arrancada instantánea para transgredir el destino. Es el primer paso de una temporada arropada de presagios y fabulaciones. Es el espacio idóneo para concebir el periplo, la escena supuesta agazapada tras la edificación de un mito y el tiempo perfecto para establecer las pautas.
El centro de entrenamiento marca el derrotero, alerta con antelación a lo que puede acontecer sin sentenciar el futuro. Nos advierte, aún con más caras nuevas, de lo que puede suceder, de acontecimientos conocidos, experimentados por un grupo de atletas que ha tomado por costumbre, ya imperecedera y perdurable, embriagarse como vicio propio con un elixir marca “renovación”.
La Escuela Nacional de Voleibol puede traer confusiones. Siembra dudas y titubeos fundados por incertidumbres plasmadas en sus alrededores. Asociar las juveniles caras con el equipo masculino nacional de mayores es bien complejo pero verosímil.
Durante los próximos meses de febrero y marzo podremos observar en la Liga Nacional a las figuras nuevas que se suman a un conjunto que desea prescindir de tanta juventud, de tanta inexperiencia para extinguir las novatadas de un plantel harto de ellas. En estos dos meses, la nueva edición de la liga local tratará de brindarles un poco de fogueo, de juego, de dinámica a unos jugadores a los que les urgen horas de tabloncillos.
Esta lid sin ánimo de consagrar a un equipo o a una región del país, trata de añadir partidos a las experiencias particulares de los voleibolistas cubanos. Al fraccionarse la selección nacional y quedar dispersos sus jugadores entre varios conjuntos, el nivel de la justa queda en abstracto, en una polvareda de calidad que por momentos se despeja para apreciar algo de talento.
Los objetivos trascienden los contextos, las coyunturas. La liga nacional no es certamen que amerite ni sustente la calidad de un seleccionado bronce en la pasada Liga Mundial. Con ella no basta.
Los jugadores cubanos llenos de juventud y vacíos de experiencia no ganan nada enfrentando sus propias debilidades, poniendo cara a cara y al descubierto sus limitaciones manifiestas y permaneciendo aferrados a elevar sus capacidades en un torneo chato y prematuro. La fuerza juvenil no puede ser el arma ni una de las estrategias para trascender. Debe ser un argumento, una pieza más del andamiaje.
Estos noveles no podrán limar sus deficiencias mirándose en un espejo que refleja sus mismos rostros ingenuos y lozanos. Deben enfrentarse a conjuntos de mayor empaque, de más fuerza y maña, de experiencias. Planteles que requieran del máximo de concentración, que les exijan por encima de sus potencialidades.
Y eso no lo encontrarán en nuestra liga. La Federación Nacional tendrá que encontrarlo en tierras foráneas, husmear en el extranjero para escenificar encuentros que aporten situaciones y respuestas, experiencia y práctica, juego y más juego.
No basta con entrenamientos de altura a meses de la competencia. No basta con celebrar un par de partidos de rigor con equipos de elite semanas antes de los certámenes. No basta con el torneo de casa. No basta con dejar que los jugadores que integren la nómina del seleccionado nacional solo sean los residentes en el país.
El talento está. Solo resta explotarlo, foguearlo, saber esparcirlo sin dejar que sea nuestro. Estos muchachos son diamantes en bruto, son la mezcla perfecta entre juventud y capacidad, son el futuro y el presente. De su adiestramiento en otras arenas valdrá el sudor de antaño y el goce futuro.