Andy quería ponerle su nombre al juego. En el partido final de la jornada, iba dos set abajo frente el inglés Kacper Piwowar. Antes había perdido por barrida los primeros cuatro duelos del grupo. La mesa estaba cerca de las gradas. Entonces, Raúl Piedra, un amigo de su padre, le dice: “Tranquilo, tú lo que tienes es hambre y cuando termines vamos para un McDonald’s”.
—No, yo lo que tengo es sed de victoria —ripostó.
Andy Maqueira entró y se bebió al británico hasta el último punto:
Resta el saque de revés, y el rival ataca de derecha. Defiende al centro y vuelve a recibir una ráfaga a la izquierda. Responde a la diestra de Kacper, que ahora no puede darle con fuerza y la tira al medio. Andy contraataca de revés a la derecha, pero su rival sí dispara duro al centro. El cubano se la tira al revés. Devuelve el europeo. Intercambian ataques hasta que Maqueira se acomoda para su derecha y la descarga completa sobre la izquierda del contrario. El inglés solo puede rozar la bola.
Andy pone la raqueta en la mesa y sale corriendo para donde está su entrenador. Salta y grita. Se vira para la grada y aun gritando flexiona sus pies y lanza al aire su mano con el puño cerrado, como si celebrara un gol y la final del mundial se jugara en Nantes.
Está en el World Hopes Week and Challenge Hannebont 2023, en Francia, el Campeonato Mundial de tenis de mesa para los niños de hasta 13 años. Allí derrotó a uno de 14, a quien permitieron competir por el atraso que generó la pandemia y que venía de ser el titular del wicontender previo al evento.
A él le faltaba un mes para cumplir 12. Estaba en el torneo por haber ganado en septiembre el campeonato Panamericano de su categoría (primer cubano en lograrlo). A Francia iban los quince mejores jugadores del mundo, más los campeones de los cinco continentes de la edad inferior.
A pesar de la desventaja biológica y de fogueo, Andy quería llegar al lugar 10 o el 5, y antes de partir a Europa soñaba con ganar. Pero ser el 15 del planeta no está nada mal.
Un sorteo dividía en dos grupos de diez a los atletas. Equipo rojo y equipo azul. Andy eligió el rojo; aunque siempre se viste del otro color con una cinta en la cabeza. Los seis primeros avanzaban para cruzarse con los de la otra llave, por lo que aunque tuvo un mal primer día, aun podía reponerse en el segundo.
“Después de ese primer día, sentía que le podía ganar hasta al perro que viniera para arriba de mí. Me sentía tan emocionado y decía: ‘Coñó, tengo que empezar a jugar ahora, porque como había ganado me sentía preparado, pero al otro día empecé perdiendo 3-0 contra todos los de mi grupo”.
“En la ronda de consuelo le gané entonces al filipino (Khevine Kheith Cruz) y después perdí contra el belga (Matt Closset), que no sé por qué era el más fácil. Perdí porque sacaba largo y había que sacarle corto. La pelota que ve afuera de la mesa es chapa. Para no mentirte, me esperaba algo mejor, no me gustó mucho ese 15. No estaba jugando como lo hacía en Cuba o en Dominicana”.
—¿Por qué?
—No sé… Yo lo sentí.
—¿No será porque los rivales eran más fuertes?
—No creo, porque aquí yo juego con los grandes que tienen mayor nivel y les gano y… yo el lugar que esperaba coger era el 10 o el 5, porque el 1,2 y 3 estaban muy duros. No es que tenga mala autoestima; es que esos niños llevan toda la vida jugando tenis de mesa.
Andy Maqueira lleva sólo dos años jugando tenis de mesa. Antes era futbolista. Dice que esa es su otra vida. Era delantero y era el mejor de Bejucal, su pueblo. El entrenador aún le pide que vuelva; pero él ya solo golpea un balón en la escuela o en el parquecito cercano a su casa.
Empezó en el deporte de la raqueta en un hotel, cuando terminó segundo en un campeonatico que se organizó. Lo derrotó un turista argentino, y como no le gusta perder ni de vacaciones, le pidió al padre un entrenador.
Alexander Maqueira habló con Edenio Rodríguez, el experimentado técnico bejucaleño que ha formado a múltiples campeones nacionales de categorías inferiores. Al principio se mostró reticente por la edad de Andy y prometió tenerlo unos meses de prueba.
“Andy comienza en una edad tardía. La ideal en el país es alrededor de los 5 años. Preescolar, primer grado. Él tenía 10; pero con un rápido crecimiento y un avance muy positivo, y dio pasos rápidos para integrarse al equipo”, relata Rodríguez.
Su primer certamen fue el Campeonato Nacional en Villa Clara, el 22 de julio del año pasado. Esperaban un resultado favorable porque los topes de preparación había mostrado desarrollo; pero nadie contaba con que cogiera primer lugar. En el centro del país debutó ante la que era entonces raqueta número 1 de Cuba, un jugador local. Andy no cedió un solo set. No cedería ninguno en toda la lid. Y ese resultado le dio la clasificación al Panamericano.
En la lid continental de septiembre sí es la sorpresa. “Gran sorpresa —comenta Edenio—, porque hubo un nivel alto y él pudo salir muy bien. Entra en la fase de eliminación sencilla y no pierde. No fue fácil, porque todos los partidos fueron divididos”.
“La clave del resultado es el desarrollo en cuanto a servicio y rotación. Son dos cosas que lo diferencian del resto de los jugadores y lo hacen difícil de controlar por su oponente. Hay una diferencia con respecto a los otros niños de su edad”, explica el preparador.
Su batalla ante las dos primeras raquetas de Estados Unidos y de Brasil fueron portada de Cuba y de la Federación Internacional de la disciplina, al igual que su espectacular celebración, alzando en el aire su mano con el puño cerrado.
Andy, en seis meses, pasó de la nada a ser el principal talento del país. Pasó de jugar un nacional en Santa Clara a un Mundial en Nantes. De ser Andy a ser el Genio. De no conocer la competencia a no conocer la derrota. Más que pasos, impulsos de gigante con la mano cada vez que saca la bola para servir. Cada vez más altura, hasta tocar el techo de la nave donde entrena.
Para Helen Campos, lo principal del juego de su hijo es la fe que le pone, una fe que mueve su golpeo con la fuerza de una montaña, que inclina la mesa y genera un precipicio en el lado rival. La fe que Helen cree que en Francia le faltó por desconcentración y frustración.
Para ella como para Alexander, el padre, parece que han pasado seis años y no solo seis meses. Para los tres, el resultado en el Mundial ha sido duro, aunque su entrenador esté satisfecho:
“Andy se presenta con un año menos que la mayoría de los participantes y se vio superado por esas condiciones. El alto nivel y la condición biológica. No hay casualidad, ni podemos decir que su lugar es poco correspondido comparado con el resto de atletas. Lo que más me llamó la atención es la maestría deportiva y el nivel de anticipación que tienen los jugadores”.
“Además, las condiciones mayormente no son cogidas en entrenamiento diarios, tiene que ver con la cantidad de eventos donde compiten anualmente. Se ven constantemente. Para alcanzar ese nivel hay que competir. Le recibían bien el saque, no hacía diferencia”.
“Se manifestó bastante bien psicológicamente; jugó bastante a su nivel. Varios aspectos que lo hacían no obtener la victoria. Tenemos que entrenar mejor, tratar de jugar con las mejores selecciones que tiene el país en torneos abiertos. Seguir entrenando con la selección nacional. Eso nos facilitaría”, concluye el entrenador.
Para Alexander Maqueira, fue difícil verlo perder. Cuando llegaron a la instalación, Edenio le confesó que el nivel estaba muy alto y que el pronóstico sería, efectivamente, del 15 al 20.
“Se hizo un sistema de escalera, que es donde miden los parámetros: el niño el primer día pésimo, segundo día pésimo y el tercer día super bien. La escalera se hace para medir el nivel de los jugadores: son diez mesas. Empiezas en una mesa y el que pierde va bajando y el que gana va subiendo. Si el jugador se mantiene en el medio, va a tener buenos resultados. Si tú ves que un tipo sube y se para en la primera mesa, eso es un monstruo. Cuando nosotros fuimos para el Panamericano el comisionado me explica eso. Andy empezó en la mesa 7 y terminó en la 5. Entonces había levantado”, explica Alexander.
“En el segundo día de la fase de grupos, al búlgaro lo tuvo 2-0 (11-6 y 11-4). El chiquito se paró en la esquina, se echó a llorar, entró y le ganó. Increíblemente, como había hecho el mío el día antes. Y después pierde con el belga, con quien había perdido 3-2 en grupos. Ya él ahí estaba ido de competencia. Ido de juego. No fue un buen torneo pese a que todo repercute. Podía haber hecho más”, se lamenta.
Andy es quizá un poco pequeño para su edad, y flaco, muy flaco en una edad en que un año representa mucha diferencia. En Francia tuvo problemas para dormir bien durante el certamen. Y le tocó debutar ante el colombiano Emanuel Otalvaro, su compañero de cuarto y encarnizado rival del área, que le lleva un año de ventaja. Esa derrota inicial lo afectó psicológicamente.
Una semana después del torneo, en su casa, me contará lo que le costó ganar dos partidos. Tuvo que dar todo.
“Desde que entré por esa puerta a entrenar y a echar jueguitos yo dije: ‘Esto es mucho nivel’. Nunca lo había visto. Me sentía con confianza y trataba de hacer lo mejor para dar la cara al torneo. Pero eran los veinte talentos mejores del mundo, eso no era una comida. No iba a ser fácil”, reconoce.
“Ellos peloteaban más que yo, tiraban más efecto arriba que yo, porque tiraban muy duro la pelota. Yo no veía la pelota. Tú no sabes para dónde tiran la pelota; te mueven mucho. Cuando toman iniciativa a veces ellos nunca la fallan”.
Andy asegura que jugó “nada más con el italiano, que fue el campeón; en la escalera y los set fueron reñidos. Esa gente siempre está en bases de entrenamiento, nunca en su país, siempre en avión. Juegan mucho. Es píkiti-pácata, píkiti-pácata. Ya están adaptados a jugar dos o tres veces con otro contrario. Competencias donde van los mejores. Ellos tenían idea de cómo más o menos tira cada uno, cómo juegan. Yo no, yo llego sin saber. No tenía estrategia, la iba creando en el partido. Pero mucho nivel”.
Aunque Edenio le repetía una y otra vez que se divirtiera, Andy solo pudo hacerlo en los entrenamientos, porque después fue “mucho perder”. Esperaba algo bueno, pero nada. No obstante, conoció gente, un área nueva de entrenamiento, el frío, la calefacción, el equipo francés.
“Ahora tengo que esforzarme más e intentar hacer cosas que los niños hacían allá, como mejorar el ataque y el contrataque. Estoy bien. Y, normal, seguir preparándome para que vengan más victorias y no sean derrotas. Eso psicológicamente ayuda, entrenar duro, tratar de dar 100 %, no sacar conversación a los compañeros”.
Los jueves va para el Cerro Pelado a topar con el equipo nacional femenino. Ha jugado contra todo el mundo. Dice que, de los que ha visto, todos juegan bien. No tiene ningún favorito. A nivel mundial, el japonés Harimoto Tomokazu es su preferido. “Le ganó al mejor y al segundo mejor del mundo. Mi estilo de juego es agresivo igual que el de él”.
—¿Te gusta ser así?
—Claro, a un partido vienes a darlo todo. No vienes a jugar como un sub 7. Con la agresividad en la mesa: fua, fua, fua.
—En el video del Panamericano cuando ganas te vuelves loco…
—Pffff… (silencio). Fue tan grande la emoción que ese día no dormí. Me quería meter en la piscina del hotel. Me iba a meter, pero no me dejaron porque había mucho cloro. Después fue entrevista por aquí, entrevista por allá. Me sacaron más por el noticiero.
Ahora quiere entrenar más. “Los consejos que me dieron en Francia son que cuando estas entrenando tienes que entrenar, porque si vas a hacer una cosa mal hecha, a reírte, a pasar el tiempo, no entrenes. Mucha disciplina en el entrenamiento”.
—¿Te diviertes en el entrenamiento?
—Nah…
(Su mamá interviene y cuenta que “goza”).
—¿Qué haces?
—Yo soy el que más grita ahí; payaso que soy.
—¿En el juego también te gusta gritar?
—Claro; los demás jugadores también. Van con las garras afiladas.
Los entrenamientos comienzan a las 2 de la tarde, de lunes a viernes, y concluyen a las 6:10 o 6:15. Son en una nave que pertenece al Inder, a una cuadra de la Plaza Juan Delgado de Bejucal.
Andy llega corriendo y pasa frente al portón que abre el área. Dobla la cuadra y va a comprar un cono de helado. Lo hace todos los días a la 1:57 o la 1:58 de la tarde.
Dan una vuelta de calentamiento por todo el lugar antes de empezar. Los niños aprovechan para jugar al tocado entre ellos. Lleva un pulover del PSG. Compiten con Jan Carlos, su compañero, para ver quién salta más y toca el póster colgado casi en medio de la nave.
Un póster en el que aparecen ellos dos junto a Emily y Osmary y Edenio, con sus oros al cuello del último campeonato nacional. Pero ahora el campeón será quien salte más alto.
Aquí entrenan alrededor de doce niños entre hembras y varones. Los que más resaltan, además de Andy, son Emily Domínguez y Osmarys Álvarez: “Las dos son campeonas nacionales, multimedallistas. Tienen un nivel muy fuerte y podrían representarnos muy bien en un evento internacional. De tener condiciones económicas, podrían haber viajado. Por ahora no hay manera. El país no aporta financiamiento a los eventos panamericanos de cada categoría”, argumenta el profesor.
Va cada uno a su posición para hacer movimientos de ataque y contraataque, de derecha y de revés. Andy con Jan Carlos y Emily con Osmary. Primero sin pelota en dos tandas. Andy en cada pausa aprovecha para saltar o pasarle la mano a la mesa. Es hiperactivo. Se distrae con facilidad. Después ejecutan saque, ataque y devolución, cien veces de derecha y de revés. Saques con efecto, sin efecto, cortos, largos.
Andy a cada rato les pregunta a las niñas por cuántas van. Él cuenta mal, hace trampas para terminar primero que ellas, sacarles ventaja y luego echarlo en cara. Las niñas se lo dicen al entrenador. Son más responsables, hacen el ejercicio como es. Andy y Jan Carlos a veces lo tiran a juego.
Después salta corriendo las vallas de madera que separan el taraflex del área de descanso donde meriendan. En el campeonato de julio pasado en Santa Clara, Mayabeque arrasó gracias a los niños de Bejucal. Osmary, además de ganar su división, fue plata en la superior; solo superada por su coterránea Emily en un reñido match.
En el primer juego de la tarde, a Andy le toca contra Osmary. Le da 4 puntos de ventaja. Grita “vamos” al arrancar el primer set. Cuando pierde, se queja de la raqueta y Edenio le responde que lo más importante es lo que va detrás. La moja y quiere secarla con el pulóver del entrenador. Edenio se pone fuerte porque Andy es muy travieso, jodedor. Puede sacar de paso a cualquiera.
La rivalidad de Andy y Emily es muy dura. Ya son categoría de 13 años y los favoritos en el próximo Nacional. Explica Edenio que Emily es muy combativa, tiene buena anticipación y siempre está donde tiene que estar. En un Open le ganó a un jugador 15 de gran nivel. A Andy le ha ganado algunos partidos.
Contra Emily, Andy grita con cada punto que consigue. Dice que grita igual que en una competencia porque al final en el entrenamiento hay que hacer lo mismo que en el juego de verdad. A Emily le molesta mucho. Se frustra cada vez que pierde un tanto y vuelve la celebración de su compañero y adversario.
Explica Rodríguez que la Federación tiene bien delimitada la dimensión de los festejos de los puntos. Andy con sus celebraciones casi roza el límite reglamentado. Hasta ahora, no lo ve afectado psicológicamente por el resultado en el Hope de Francia. Siente que está motivado como siempre.
Le pregunto si estamos en presencia de un talento excepcional, y responde que hay ciertas características que lo hacen diferente y que quizá tenga un futuro distinto al de otros niños.
“Se ven unas condiciones diferentes. Los expertos usan palabras como que es ‘un niño de buenas manos’; es un niño que siente la bola, de un trabajo en la rotación diferente. Falta la determinación que él pueda tener”.
Emily piensa que a Andy le encanta lucirse. Su desinhibición es total. Su atrevimiento. En la escuela canta cada vez que puede. Quiere ser el mejor en lo que se proponga hacer, quiere demostrarlo. ¿Su arma fundamental? Creérselo.
Este año regresará al campeonato nacional con aspiraciones de competir después en el Hope continental en septiembre: los veinte mejores de América. De ahí, los dos finalistas clasificarían para el próximo Hope Mundial; el torneo en el que acaba de darle la mano a la derrota en el deporte.
Andy Maqueira en una mesa de tenis le grita a la victoria hasta quedarse ronco para no escuchar el susurro de la derrota.
—¿Te gusta que te digan el genio?
—Me da igual… (guiña el ojo). Pero es mi segundo nombre…
Laritza? quise decir.
al niño andi de tenis de mesa hay que buscarle torneos donde pueda competir sino se nos estanca.