“El ser humano no es una máquina”, decía Idalys Ortiz antes de salir a los tatamis de los Juegos Olímpicos de Tokio. Ese, el enésimo mensaje de alerta sobre la presión que sufren los deportistas de élite, parecía ser también una señal sobre lo complicado que ha sido para ella llegar en plenitud de facultades a la cita bajo los cinco aros.
Contagios de Covid-19, inestabilidad en los entrenamientos y largos meses sin competencias aparecían cual rosario de contratiempos, y hacían presagiar la caída definitiva de una de las principales exponentes del judo mundial desde se convirtió en la atleta más joven en ganar una medalla en la categoría superpesada hace 13 años.
Pero la historia de las estrellas no se escribe tan a la ligera… En Tokio, con la presión de sostener la racha medallista de Cuba en los tatamis olímpicos, Idalys activó el modo leyenda y demostró que algunos seres escogidos logran, de vez en cuando, contender como máquinas implacables.
Su ruta en el Nippon Budokan, la cuna espiritual del judo olímpico, no fue un paseo de rosas. De entrada, arrancó lenta frente a la portuguesa Rochele Nunes, una atleta sin gran cartel pero con dos podios europeos en 2020 y 2021. Casi seis minutos le tomó a Idalys tumbar a la exponente de origen brasileño, que vendió cara su derrota.
Para la siguiente pelea, ya la cubana le había tomado el pulso a la competencia y lo sufrió la china Shiyan Xu, liquidada en poco más de dos minutos. Después le tocó el turno a la francesa Romane Dicko, una chica de 21 años que no perdía un combate desde el Grand Slam de Osaka en el 2019. Pero la cadena de 29 peleas estaba a punto de reventar por los aires…
Con una técnica de sacrificio lateral solo a la altura de las diosas, Idalys derrumbó a la francesa, que cayó y estremeció los cimientos del Budokan con sus 121 kilos de peso. Una vez más, la cubana sacaba a pasear un arsenal de combate basado en la fuerza y velocidad de movimientos, rasgos impropios de una mujer que arrastra tanto déficit de preparación por las incidencias del coronavirus.
Para ese momento, Idalys mostró por primera vez su espléndida sonrisa, a sabiendas de que ya tenía su cuarta medalla olímpica en las manos, el mejor premio a casi 20 años de trabajo ininterrumpido, de sacrificios, de entrenamientos un día sí y otro también.
Pero faltaba el asalto final, la definición del cetro, donde se encontró con la japonesa Akiro Sano, una chica de 21 años que promete revolucionar la máxima categoría del judo femenino. Con un enorme poder, la anfitriona limitó la movilidad de Idalys, le impidió hacer agarres consistentes y la empujó a dos costosas penalizaciones por inactividad.
A la postre, un falso ataque y una tercera llamada de atención terminaron con las aspiraciones doradas de la artemiseña y de todo un país que madrugó ansioso por probar las esquivas mieles del éxito. Sin embargo, ni un solo reclamo recibirá Idalys, quien no fue derribada en todo el torneo olímpico.
“En algún momento dudamos si estos Juegos iban a ser posibles, y se dieron. Para nosotras ha sido difícil llegar hasta aquí. Hemos tenido solo dos meses y medio de preparación, por lo que la plata es meritoria para mí. Yo siempre confié, pero desgraciadamente muchas personas que uno quiere y estima dudaron de que pudiéramos llegar hasta acá. Demostramos que sí se puede y el judo aporta su granito de arena”, apuntó Idalys a los medios acreditados.
Ella lo tiene claro, si perdía se cortaba la racha de Juegos consecutivos con al menos una medalla para el judo cubano, que ahora se extiende a diez. Desde 1976, cuando Héctor “Coquito” Rodríguez ganó la primera presea latina en este deporte, siempre los exponentes de la Isla nos han regalado actuaciones brillantes en los tatamis.
Por cierto, la medalla de Idalys Ortiz en Tokio no pudo llegar en una fecha más señalada, el 30 de julio, cuando, precisamente, se cumplen 45 años del título de Héctor Rodríguez en Montreal.
Después de esta actuación, no quedan dudas de que Idalys es una de las leyendas del judo olímpico. Para entenderlo mejor, solo la cubana Driulis González y el francés Angelo Parisi habían ganado cuatro medallas bajo los cinco aros, club al que se une la artemiseña y también el galo Teddy Rinner, quien este jueves logró el bronce en la división superpesada masculina.
Hoy mismo, Idalys podría anunciar el fin de su carrera digna del Salón de la Fama, pero todavía no ha cerrado la puerta a una quinta aventura estival, en la que iría, sí o sí, a igualar a la mítica Ryoko Tani, única entre cielo y tierra con cinco preseas en los tatamis olímpicos. Soñar no cuesta nada…