A Luis Felipe Méliz (Villa Clara, 1979) un día lo multiplicaron por cero. En 2011, cuando el Ayuntamiento de Guadalajara quiso celebrar el 24 aniversario de las bases de entrenamiento que cada año hacen los mejores exponentes del atletismo cubano en esa localidad española, las autoridades de la isla excluyeron de forma arbitraria al saltador de longitud de los reconocimientos a los deportistas y entrenadores caribeños que moldearon allí buena parte de sus triunfos.
“Aquí preparáis vuestros éxitos, y aquí os lo reconocemos”, dice el mensaje del Ayuntamiento en una de las placas, ubicada justo a la entrada de las míticas pistas de la Fuente de la Niña y en medio de otras dos tarjas con los nombres y firmas de estrellas del atletismo cubano como Alberto Juantorena, Javier Sotomayor, Iván Pedroso, Osleidys Menéndez o Ana Fidelia Quirot.

El nombre de Méliz, sin embargo, no asomaba por ningún rincón, a pesar de que durante años fue el escudero principal del “Saltmontes” Pedroso, además de cosechar éxitos propios levantando arena con sus saltos. “Cuando hicieron esas placas, yo todavía competía por España después de irme de Cuba años antes. Aunque me fui por vía legal y no abandoné ninguna delegación, parece que me tenían guardada mi salida y por eso mandaron a no poner mi nombre”, dice el subcampeón europeo de 2012 con el ceño fruncido.
De frente a las tarjas, Méliz desentierra el pasaje amargo para desvincularse del movimiento deportivo cubano en 2004: “Yo estaba clasificado para las Olimpiadas de Atenas, pero en una competencia en Huelva me lesioné. Tuve una ciatalgia que no me dejaba ni entrenar, por lo que decidí renunciar a los Juegos y regresar a mi país para recuperarme”, recuerda.
A partir de ese momento, Méliz vivió un calvario de presiones. Los funcionarios llegaron a pedirle que viajara a Atenas solo para hacer acto de presencia: “Santiago Antúnez, que era el director técnico del atletismo, me dijo que fuera a los Juegos, calentara y diera al menos ‘un saltico’, pero me negué, porque era mi imagen como atleta y mi salud lo que estaba en juego”.
Su postura no sentó nada bien a las autoridades cubanas, que poco después, a golpe de carpetazo, decidieron dar de baja de la selección nacional a un atleta de primer nivel, con solo 24 años de edad, que no cargaba con ningún pecado más allá de cuidar su integridad física y moral.

España: la carrera más larga para un salto
Entre agosto de 2004 y febrero de 2006, Luis Felipe Méliz prácticamente no hizo ninguna carrera para despegar y volar rumbo a la arena. Las molestias físicas, los trámites migratorios, el viaje a España y la adaptación a una nueva vida marcaron los días del saltador cubano, ya sin lazos con el deporte institucional en Cuba.
“Fueron muchos meses parado, sin entrenar, casi sin poder salir y sin moverme. Por eso me costó casi un año llegar a mi forma óptima. Tengo que agradecerle un montón a Juan Carlos Álvarez, me ayudó en esos primeros tiempos y después fue mi entrenador hasta que me retiré. Sin él creo que hubiera sido muy difícil seguir”, explica Méliz, quien nunca tuvo en mente alejarse del atletismo.

Su objetivo era claro: seguir entrenando y competir al más alto nivel, aunque ello implicaba solventar trámites legales para obtener la nacionalidad y cumplir el tiempo sin participar en eventos internacionales para entonces poder representar a España.
“Es un camino complicado, sobre todo para los cubanos. Tú ves, por ejemplo, a un brasileño que viene a residir a España, entrena aquí, hace su vida aquí y puede seguir compitiendo por Brasil sin ningún problema. Nosotros no. Cuba no permite eso, por lo que si quieres ir a unos Juegos Olímpicos o Campeonatos Mundiales obligatoriamente tienes que obtener la nacionalidad de otro país, y eso demora”, afirma Méliz, quien, de hecho, estuvo cuatro años sin competir en escenarios internacionales hasta su regreso en la cita bajo los cinco aros de Pekín 2008.
Durante ese tiempo no le quedó más remedio que intervenir en meetings y torneos locales, alejado de los focos y de la vista de los grandes patrocinadores que financian a los deportistas. Fue un período de sobrevivencia a nivel económico, pero no se rindió y finalmente tuvo su oportunidad de regresar a un escenario de alcurnia: los Juegos Olímpicos.

“Mi primer evento con la selección española fue en las Olimpiadas de Pekín. Recuerdo que a nivel nacional había muchas expectativas y quizás eso me generó algo de presión sin darme cuenta. Yo solo pensaba en lograr una buena actuación, acercarme a mis marcas y ser competitivo. Por desgracia, tuve una lesión en el abductor, pero aun así logré meterme entre los ocho primeros de la longitud en los Juegos”, relata.
De ahí en adelante buscó ganar en continuidad y estabilidad, aunque no le fue del todo bien hasta 2012, cuando logró el mejor resultado de un saltador de longitud español en Europeos de atletismo durante el presente siglo. Ese curso, el villaclareño se quedó con la plata en la lid continental de Helsinki, Finlandia, al clavar los pinchos en 8.21 metros y superar la presea de bronce conquistada por Yago Lamela en Múnich 2002.
A la sombra de Iván Pedroso
Justo a la entrada de las pistas de la Fuente de la Niña, muy cerca de las placas en las que el nombre de Luis Felipe Méliz fue excluido, el Ayuntamiento de Guadalajara rindió tiempo después un homenaje al saltador, en medio de las tarjas de Ana Peleteiro e Iván Pedroso.
Precisamente, “El Saltamontes”, actual entrenador de la selección nacional española y reconocido a nivel mundial por sus triunfos con Yulimar Rojas y Jordan Díaz, fue uno de los más cercanos compañeros de Méliz durante su etapa con el equipo cubano entre finales de los años 90 y principios de este siglo.

“Aprendí mucho de Iván. Era y es una persona muy trabajadora. Muchos dirán que sus éxitos son fruto del talento, pero yo digo que todo lo que consiguió fue porque entrenaba más fuerte que nadie. No se saltaba una serie, era siempre el último en terminar, le ponía el extra”, cuenta Méliz, quien presenció en primera fila muchos triunfos de Pedroso.
En los Juegos Olímpicos de Sydney, por ejemplo, casi sufre un infarto en la última ronda de saltos con la remontada espectacular de Pedroso contra el local Jay Taurima, que estuvo a punto de dejar al “Saltamontes” sin el único gran título que faltaba en su carrera.
“Cuando Taurima hizo 8.49 en el penúltimo intento, Pedroso me hizo un gesto y me dijo: ‘Se pone del carajo el tipo este’. Pero no creo que estuviera presionado, era un competidor muy fuerte mental y físicamente, por arriba de todos en aquella época”, asegura Méliz, quien no se sorprendió con lo que vino después.
“Pedroso pisó la tabla, se colgó y trabajó muy bien técnicamente en su último salto. No perdió nada en la caída y después se quedó ahí mirando la arena y el marcador. Cuando pusieron el 8.56 salió corriendo y vivimos todos una locura”, rememora.
Esas imágenes son las que perduran en la memoria de los fanáticos, pero bien vale recordar que Méliz pudo aguarles la fiesta tanto a Pedroso como a Taurima en la ronda decisiva de aquellos Juegos: “Hice un nulo muy largo, de más de 8.60, estoy seguro”, dice con cierta añoranza por la que hubiera sido la mejor marca de su vida.
Mirar los toros desde la barrera
Luis Felipe Méliz no puede distinguir claramente la línea que separa su carrera activa de su actual etapa de preparador, en gran medida porque ya se había convertido en un mentor durante sus últimos tiempos como saltador de primer nivel. En los entrenamientos y las competencias pasaba más tiempo pendiente de ayudar a los más jóvenes que de sus propias rutinas.
No obstante, le costó adaptarse a su nuevo rol, el cual, asegura, es mucho más complicado. “Las cosas ya no dependen totalmente de uno y mirar desde fuera puede ser desesperante. Lo importante es lograr que el atleta se crea lo que le transmites, que entienda que puede estar entre los mejores y ser competitivo. Yo intento siempre que los chicos sean fuertes mentalmente y que se entreguen 100 % en los entrenamientos”, confiesa Méliz.
Su estrategia pasa por diseñar un trabajo en equipo y darle herramientas a sus discípulos para afrontar las más diversas situaciones en el terreno. Fundamental en esta nueva etapa han sido las enseñanzas que le dejó su entrenador Milán Matos, una de las leyendas del salto en Cuba.

“Nunca he visto a nadie con la capacidad de Matos para sacar lo mejor de un deportista. Sabía perfectamente cuál eran las debilidades y fortalezas técnicas de cada cual, lo que necesitábamos para mejorar. A mí, por ejemplo, me insistía mucho en explotar mi elasticidad y mi velocidad horizontal, todo lo contrario de Iván, que trabajaba más con el vuelo y las bicicletas en el aire. A nivel de planificación, nadie lo superaba.
“Eso he intentado aplicarlo con mis muchachos, desde los que están dando sus primeros pasos hasta los que ya se encuentran al máximo nivel, como Lester Lescay, que ya este año ganó el bronce europeo bajo techo. Esa medalla vale oro para nosotros, porque llegó con problemas físicos a la competencia y supimos sacarlo adelante”, precisa Méliz.
A pesar de los éxitos recientes, el doble medallista panamericano asegura que añora su etapa de atleta, porque como entrenador lo pasa muy mal: “Este bando es muy duro. Uno disfruta cuando acaba una competencia, pero durante la prueba te metes adentro y cargas con muchas tensiones”.
Méliz Sport, la guinda del pastel
Las pistas de la Fuente de la Niña suelen ser un hormiguero. Lo más llamativo es que allí comparten escenario estrellas de calibre mundial como Yulimar Rojas o Jordan Díaz con grupos de niños que sueñan con alcanzar la gloria algún día.
Carmen Marcos es una de esas chicas que dan riendas sueltas a la imaginación. Tiene solo 12 años y le emociona la oportunidad de entrenar bajo la atenta mirada de un atleta olímpico como Luis Felipe Méliz, quien la acogió en su club Méliz Sport junto a casi un centenar de bisoños con ansías de volcar toda su energía en el campo y pista. “Es fenomenal, muy cercano a todos”, asegura Carmen, quien poco a poco ha ido aumentando su ambición y sus ganas de saltar.

Lo mismo le sucede a Marcos Moratilla, un portento de 15 años que, más allá del aprendizaje deportivo, está encantado con la dinámica colectiva del club: “En comparación con otros equipos, se nota mucho la planificación del trabajo y, fuera de lo deportivo, el trato emocional también es excelente. Méliz nos aporta siempre buenas sensaciones”.
Esta faena con el deporte de base es una de las más gratificantes para el ex saltador cubano, quien comenzó hace algunos años a pulir pequeños diamantes en bruto. “Cuando comienzas a entrenar a un atleta de élite tienes parte del trabajo hecho, porque ellos dominan la mayoría de las cuestiones técnicas y solo debes enfocarte en fortalecerlas.
“Con los niños es distinto, porque empiezas de cero a enseñarles los fundamentos. Eso es lo más difícil pero también lo más gratificante. Yo tengo atletas que comenzaron conmigo a los 11 años y ya están en la categoría Sub-23. Ver esa progresión que ha sido exclusivamente dentro de nuestro club tiene un tremendo valor”, dice Méliz emocionado.
Si alguien puede dar fe de este testimonio es Andrea Cifuentes, una saltadora de 19 años que empezó desde muy pequeña a practicar atletismo en Méliz Sport y ya ha logrado resultados relevantes. “Me han ayudado mucho, sobre todo en el tema mental. Soy una persona que me pongo nerviosa, que no confío en mí cuando y Méliz me ha dado esa seguridad. Por mi seguiría siempre con él, sabe en lo que fallo, cuáles son mis puntos débiles, mis fortalezas y sobre eso trabajamos”, reconoce.

Como Andrea, hay casos semejantes en el club, jóvenes que llegaron a las manos de Méliz por su pasión por el deporte rey y sus ansías de crecer. “Aquí han llegado muchachos sin saber realizar ejercicios de carrera o con poca coordinación y ahora vemos como han madurado técnicamente, como han ganado fuerza y han crecido. Nada me da más satisfacción que eso”, asegura el otrora saltador cubano.
Con esta obra, tan importante como las medallas de primer nivel, Luis Felipe Méliz siente que de alguna manera está retribuyendo el apoyo que recibió cuando llegó a España sin nada claro para su futuro. Hoy, viendo los frutos y cada vez más enfocado en su proyecto siente que ha levantado un castillo en la arena sobre la que volaba, impulsado por sus propios pies, en un pasado no tan lejano.