No hubo cartel para Luis Zayas en la final del salto de altura. En la transmisión televisiva, solo el enfoque de la cámara lo presentó. El generador de caracteres estaba listo para 12 atletas, pero el cubano era el 13. Nada importaba después de una clasificación accidentada: necesitó 10 intentos para subir 10 centímetros, de 2.18 a 2.28, y varias veces se impulsó hasta desde la pared. En la lucha por medallas quería ser de nuevo el último en saltar, hacer bueno el número de la mala suerte y bailar sobre el colchón una vez ganadas todas las alturas.
Y casi lo consigue, su tercer intento sobre 2.36 estuvo cerca. Como cerca estuvo el bronce: un fallo más que Mutaz Essa Barshim lo dejara en el cuarto puesto, el lugar más destacado para un cubano desde la plata de Víctor Moya en Helsinki 2005. Para ello logró 2.33, marca personal al aire libre y la mejor para un criollo en Campeonatos Mundiales desde el 2.37 de Atenas 1997 que hizo campeón a Javier Sotomayor. Ahí se acabó la racha de 5 finales consecutivas del nacido en Limonar. Para Zayas, Budapest constituye su tercera en línea, algo que nada más había alcanzado nuestro recordista del orbe.
Luego de fracasar en Tokio 2020 y perder el título en los recientes Centroamericanos de San Salvador, existían dudas respecto a la actuación del santiaguero, pero esta terminó siendo lo único destacado por la isla tras el triple salto. El sistema de alturas resultó perjudicial para Zayas, los cambios del 2.29 al 2.33 y luego hasta 2.36 no beneficiaban a un hombre con 2.33 bajo techo como marca personal. Sin embargo, coordinó su carrera de impulso, encontró concentración y quedó a las puertas de un resultado inesperado. De cualquier manera, se confirma en la elite de su disciplina a nivel mundial.
El otro atleta de la delegación que mejoró su marca personal en Budapest fue el triplista Cristian Nápoles (17.40 metros), bronce en la final que devolvió a Cuba al medallero luego de irse en blanco en Eugene 2022. Nápoles se había perdido la cita anterior por discrepancias con la comisionada nacional de entonces, Yipsi Moreno, y ahora en tierras húngaras alargó su registro de siempre, como había hecho en la discusión de preseas en Doha 2019, cuando terminó quinto con 17.38 metros. En el podio lo acompañó su compatriota Lázaro Martínez, quien obtuvo al fin su primera presea (plata) al aire libre con brinco de 17.41. Este es el segundo doblete antillano en el triple masculino después del oro y el bronce respectivos de Yoelibi Quesada y Aliacer Urritia en Atenas 1997.
Un evento en el que ambos aprovecharon la ausencia por lesión del antillano nacionalizado portugués Pedro Pablo Pichardo y la baja después de un primer intento en la final del jamaicano Jaydon Hibbert, quien parecía el gran favorito al título luego de lo exhibido en la clasificación. El burkinés Hugues Fabrice Zango se imponía en este festival de ausencias con un 17.68, la distancia más baja para coronarse en la disciplina desde el 17.57 del estadounidense Walter Davis en Helsinki 2005.
En los próximos Juegos Olímpicos ya se espera la presencia de los cubanos Jordán y Andy Díaz, quienes representan a España e Italia, respectivamente, además del regreso de Pichardo. De no progresar Martínez y Nápoles, París no será una fiesta para ellos. En la clasificación, el cubano nacionalizado azerí Alexis Copello cometió faltas en sus tres intentos.
Todo lo contrario ocurrió en la rama femenina, una de las finales de más nivel en la historia del evento. Ahí Liadagmis Povea logró su marca de la temporada con 14,87, lo que supuso el sexto lugar más largo desde que comenzó el triple salto para damas. Leyanis Pérez, a pesar de su gran estirón de 14.96 (el bronce más caro desde el 15.08 de la rusa Biyurkova en Gotemburgo 1995) quedó a dos centímetros de su tope en el año y de por vida.
Sin embargo, este es el mejor salto que logra una cubana desde el 15.28 que le dio a Yargelis Savigne el triunfo en Osaka 2007. Asimismo, fue la primera presea desde el 1-2 de Savigne y Mabel Gay en Berlín 2009. A Leyanis se le ve margen de mejora en su carrera de impulso y su caída a la arena; con el perfeccionamiento de esos elementos técnicos pudiera sobrepasar con holgura los 15 metros.
Con 5 atletas entre los 8 primeros y 3 medallas, Cuba terminó con 27 puntos en el lugar 17 y en la tabla de preseas ocupó el puesto 22. Se superó así la anémica actuación en Oregón (14.5 puntos), pero se quedó por debajo de otras medianas actuaciones, como las de Doha 2019 (lugar 14 con 30 puntos y 3 medallas) o Londres 2017 (igual 14 pero con 34.5 unidades y 1 presea).
En las últimas 5 ediciones mundialistas, Cuba no ha podido alcanzar los 35 puntos. Los 48 de Daegu 2011 o los 57 de Berlín 2009 son una quimera para la crisis del campo y pista cubanos reflejada en su poca diversificación.
Desde Doha 2019, solo 5 disciplinas han aportado finalistas: triple salto en ambos sexos, disco femenino, salto largo masculino y salto de altura masculino. En Budapest, las jóvenes figuras del disco y la longitud avanzaron a la final de sus pruebas, pero no pudieron incluirse en el top 8. Silinda Morales terminó oncena con un disparo de 62.31, alejada a casi 3 metros de su marca personal (65.06) conseguida este año. La última vez que una discóbola cubana no se incluyó entre las 8 mejores del mundo fue en Helsinki 2005.
Alejandro Parada en el salto largo, tras un buen 8.13 para clasificarse, quedó en 7,86 en la final para concluir décimo, un escaño por delante del indio Jesse Aldrwin, entrenado por Yoandri Betanzo, quien traía la mejor marca de la temporada antes de comenzar la clasificatoria de la longitud.
Sin embargo, solo pudo saltar 7.77 en la discusión de medallas. A sus 18 años, no es este aun el torneo para exigirle un mejor registro a Parada. Desde Londres 2017 el largo se mantenía puntuando para la tabla final del Mundial.
Por otra parte, la debacle llegó en el área de lanzamientos masculinos. Ronald Mencía en el martillo ocupó el lugar 26 y quedó a más de 5 metros de su mejor disparo del año: traía un 76.66 que le daba para avanzar. Algo parecido ocurrió con Mario Díaz en el disco: escalafón 33, alejado a más de 7 metros de su disparo más largo en Budapest.
El último lanzador cubano en una final mundial fue el martillista Roberto Yanet, lugar 12 en Beijing 2015. En el disco, Jorge Fernández había sido décimo en Moscú 2013. Desde Daegu 2011, con el bronce de Guillermo Martínez en jabalina y el octavo lugar de Fernández, no hay nadie de esa área entre los 8 mejores de estas citas del orbe.
En la pértiga, Eduardo Nápoles pasó a duras penas la primera altura de 5.35 y no pudo luego con 5.50, marca 10 centímetros más debajo de su mejor salto del año.
En cuanto a la pista en el sector masculino, la delegación no tuvo representantes en Budapest. El último corredor bajo la bandera de Cuba en una final mundial fue el vallista largo Omar Cisneros, con su cuarto lugar en Moscú 2013. Luego, en las ediciones de Beijing hasta Doha, el criollo nacionalizado turco Yasmany Copello, también corredor de 400 metros con vallas, ha estado en las finales, incluso con medalla de plata en Londres 2017. En Budapest no pudo avanzar de semis. La última presea de un cubano en este sector fue la de Orlando Ortega (110 con vallas), en Doha 2019, defendiendo los colores de España.
Entre las mujeres, no pudo Roxana Gómez en su cuarto intento consecutivo incluirse entre las 8 primeras del mundo en la vuelta al óvalo. Arrancar sentada en su heat semifinal la condenó a no bajar de 51 segundos y concluir en el puesto 13. Desde Tokio 2020 la cienfueguera se encuentra estancada en marcas y resultados, y Cuba sigue sin poder clasificar una mujer en los 400 metros planos. Como siguió Rose Mary Almanza fracasando en 800: sexta en su heat eliminatorio a más de 3 segundos de su marca del año, para luego ser la de peor tiempo volante en el relevo 4×400. Totalmente fuera de forma, como la vallista Zurián Hechevarría.
La campeona de San Salvador corrió por encima de 56 segundos y vio cómo la panameña Gina Woodruf, a quien había derrotado con relativa facilidad en la final centroamericana, clasificaba a semifinales. Este hecho me parece un claro ejemplo de la mala planificación del atletismo para el evento fundamental del año. La presión de aportar al medallero en las citas múltiples, la misión de la delegación, puede más que el sentido común de llegar a tope a un Campeonato Mundial de la disciplina.
Con dos atletas tan alejadas de sus posibilidades y sin suplentes especialistas en la distancia, el relevo 4×400 terminó en un lugar 13 con 3.29.70: un golpe de realidad para una posta que aspiraba a avanzar. Renovación con corredoras naturales de la distancia requiere esta estafeta que pudiera quedar sin medallas en los Panamericanos de Santiago de Chile.
La posta corta, mientras tanto, mantuvo su tiempo de San Salvador: 43.17 segundos para concluir 13 entre 16 equipos. La líder del grupo, Yunisleidi García, había arrancado en falso la prueba individual de 100 metros, en un heat donde tenía aspiraciones de clasificar. La cubana Arialis Gandulla, bajo la federación de Portugal, podía entrar entre las 3 mejores de su serie. En los 200, García, con 23.22 ancló sexta, sin poder mejorar el 23 flat que traía. Desde que Zulia Calatayud ganara la final de 800 metros en Helsinki 2005 no hay una finalista cubana en alguna prueba de la pista.
Iván Pedroso: Cuando te estás jugando un título tienes que olvidarte de las marcas
Un cambio en cuanto a la planificación y organización del atletismo cubano debe llegar si se aspira a volver a tener concursantes de nivel en más disciplinas. La experiencia y fogueo que dan las competencias en Europa son fundamentales para que lanzadores y velocistas puedan llegar en mejores condiciones a los grandes torneos. ¿Por qué solo los saltadores de triple y largo masculino son los únicos que progresan? ¿Qué ocurre con los atletas de las pruebas combinadas? ¿Será posible detener la sangría de cubanos que aspiran a competir por otra nación? ¿Es tan difícil darles todo tipo de facilidades a los atletas para que se busquen la vida donde quieran y solo tengan que competir por Cuba en las grandes citas? ¿Con qué cartel cierra Cuba este Mundial?
En cuanto a los entrenadores cubanos dispersos por el mundo, Iván Pedroso y Yaseen Pérez llevaron al oro a sus pupilas Yulimar Rojas y Marileydi Paulino. Mientras, Ramón Breto logró la hazaña de convertir a la colombiana Flor Ruiz en subcampeona del lanzamiento de jabalina. Otra actuación destacada la tuvo Orlando Meneses, pues su alumna bahreiní Kemi Adekoya obtuvo el cuarto lugar en los 400 metros con vallas con tiempo de 53.09 segundos, récord de Asia.
No es país para viejos
Del retiro la separó un milímetro, el margen que su pie derecho le ganó a la tabla en el último salto de Eugene 2022. Lo único evidente era que era el salto más largo de toda la final, lo único imperceptible: que era foul. Un foul electrónico, le dijeron a la serbia Ivana Vuleta, que no podía creer que un milímetro la separaba de la medalla de oro.
No lo podía creer, porque en Londres 2017 le sucedió algo parecido. En su último intento, cuando se había estirado a más de más de 7.10, el clip con el número de competidora que llevaba pegado a la espalda se desprendió y marcó en 6.91 metros. Tras ese ese incidente, World Athetics eliminó las identificaciones en la parte posterior del cuerpo. Luego de Londres y Eugene, la única medalla de oro que Ivana Vuleta tenía en campeonatos mundiales al aire libre era la de la mala suerte.
Pero después de superar una lesión en el tendón de Aquiles, una rotura del metatarso, un dolor crónico de rodilla, un milímetro no iba a detener a la serbia. A sus 33 años regresó a Budapest. Sobre la costilla derecha tiene tatuado: “Hay una tormenta allá arriba”. Y la depresión de Ivana Vuleta fue la de un rayo, fuego y luz. Así cayó sobre los 7.14 metros en la arena del Estadio Atlético. Pegada a la grada no veía al público, miraba a los ojos a todas sus derrotas y se arrodilló para besarlas en la boca.
La italiana Larissa Iapichino llegó de primera a felicitar a Ivana. No lo sabía, pero la serbia acababa de desplazar a su madre, Fiona May, como la campeona más veterana de la longitud en Campeonatos Mundiales. La transalpina ganó en Edmonton 2001 con 31 años y, poco más de 12 meses después, nació Larissa. Aunque Ivana no lo sabe, será la campeona más veterana de todo el torneo. Del retiro la separa un milímetro. Un espacio enorme para la gloria.
Pero el triunfo de Ivana fue excepción y no regla. No es país para viejos, grita el ambiente del atletismo actual. En el sector masculino, el titular de más edad fue el italiano Gianmarco Tamberi, con 31 años y 83 días, pues el marchista español Álvaro Martin es 10 días más joven. Aterran esas cifras: 33 y 31. Muy difícil mantenerse más de 10 años en la elite.
Entre las mujeres, Faith Kipyegon y Yulimar Rojas son las únicas campeonas que tenían la corona guardada de Londres 2017. Y solo la vallista jamaicana Daniel Williams repite título de Beijing 2015. Shelly-Ann Fraser-Pryce y Lijiao Gong sobreviven como las únicas medallistas de Berlín 2009 que han vuelto a subir al podio ahora en Hungría.
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En cuanto a los hombres, solo Karsten Wharholm ya sabía en 2017 lo que era subir al trono. Más ningún otro campeón actual posee tanta experiencia. Del Mundial de Moscú 2013 solo Barshim vuelve a reclamar una medalla. Y el balista Joe Kovac es el solitario campeón de Beijing 2015 que, a estas alturas, puede reclamar algún metal.
En cambio, la reina más joven es la saltadora de altura ucraniana Yaroslava Mahuchik, quien a sus 21 años ha logrado ya su tercera medalla mundial. Con la misma edad, entre los varones, el martillista canadiense Ethan Katzberg sobresale entre los bisoños. Además, no hubo nadie tan joven en esa prueba que alguna vez ganara. Misma categoría a la que entró la keniana-bahreiní Winfred Yavi en los 3000 metros con obstáculos.
Entonces, la edad para triunfar actualmente en el deporte rey es de 21 a 31 años. No abundan los grandes veteranos ni los genios prematuros. En el punto medio se concentran los líderes de cada disciplina. Sin embargo, una renovación silenciosa llega. Luego de lo visto en Budapest, Shelly-Ann Fraser-Pryce, Elaine Thompson, Katerina Stefanidi, Sandy Morris, Omar Mcleod, Paweł Fajdek o Sandra Perkovic, atletas que han marcado la última década con altas y bajas, nos hacen volver a repetir esa verdad dura de que “todas las estrellas son fugaces”.