Dos días después de la partida física de Pedro José “Cheíto” Rodríguez, el béisbol cubano despidió este lunes a otra de sus glorias: el estelar lanzador Gregorio Pérez.
Apodado “Mano Negra” por el narrador Bobby Salamanca, Pérez brilló en los montículos de la Isla desde mediados de los años 60 hasta su retiro en 1982. Había nacido en 1941 en el poblado de Guayabal, del hoy municipio tunero Amancio Rodríguez, y debutado en la tercera Serie Nacional con el equipo Granjeros, de la provincia de Camagüey, a la que pertenecía entonces su patria chica.
Durante dos décadas lanzó, además, con los conjuntos de Oriente, Mineros, Cafetaleros y Las Tunas, con el que finalizó su carrera. También vistió los colores del equipo nacional, con el que se recuerda su juego frente a Antillas Holandesas en los Juegos Centroamericanos de Panamá 1970, en el que apenas le conectaron un jit y lanzó 77 envíos para el home.
Lamentamos el fallecimiento en #LasTunas de Gregorio Américo Pérez Valdés, lanzador icónico del #BeisbolCubano entre la década de los años 60 y principios de los 80 del pasado siglo. Compartimos el dolor de familiares y amigos. #InderCuba #DeporteCubano #Beisbol pic.twitter.com/jgdIsU8f1Z
— Direccion Nacional de Beisbol (@DireccionNacio5) February 15, 2021
Desde el box, Gregorio Pérez superó el centenar de victorias en los clásicos domésticos y lució un excelente promedio de 2,18 carreras limpias por cada nueve entradas. Además, quedó a las puertas de los mil ponches (976) y archiva históricamente la tercera mejor frecuencia de bases por bolas con al menos 750 entradas lanzadas (1,82), solo antecedido por Luis Campillo (1,37) y Orestes González (1,81).
Hombre de brazo fuerte, capaz de trabajar cuando su equipo lo necesitara, se mantuvo lanzando por casi 20 años sin sufrir lesiones. Una recta sobre las 90 millas y una de las mejores sinker vistas en las series nacionales fueron sus principales armas sobre el montículo, junto a su control y su tenacidad.
“Yo entrenaba solo. Si pitcheaba un juego de nueve innings me sacaba el sudario mojado, me ponía unos tenis y le daba 10 vueltas al estadio –contó a OnCuba hace dos años en una entrevista–. Mi masajista me ponía todos los días una inyección de vitaminas, un bulbo de cuatro en uno. Una vez en La Habana salí seis veces en una semana y gané cuatro. Yo pedía la bola, ‘¡dámela!’, y nunca sentí nada. La muerte mía fue la rotación de los cuatro días, estaba habituado a más trabajo. Le dije a Mayito Salas: ‘¿no me gusta esto, pero ¿cómo, si vas descansar más? Si me dan la bola mañana la cojo, yo estoy acostumbrado a pitchear, es lo mío’.”
Tras su retiro, el legendario número 2 de los Granjeros trabajó como entrenador en la provincia de Las Tunas y prestó colaboración deportiva en Venezuela. En 1998 estuvo entre quienes acompañó al equipo cubano al histórico juego frente a Orioles de Baltimore, en los Estados Unidos.
Sus últimos años los pasó en su natal Amancio Rodríguez, fuera de los reflectores de la vida pública, ya enfermo y con la vista borrosa. No obstante, sus éxitos como pitcher le merecieron y le seguirán mereciendo el respeto y la admiración de todos los aficionados y amantes del béisbol en Cuba.