El béisbol me marcó para siempre. Desde pequeño lo jugué y fue el motor y la base para la práctica de cualquier otro deporte. Me ayudó en la formación de la personalidad, me hizo comprender que el trabajo en equipo es imprescindible para obtener resultados más allá de lo individual, y aprendí a reaccionar bajo muchas presiones, a discernir y seleccionar en fracciones de segundo la mejor jugada.
Desde la perspectiva de un fotorreportero, no hay mejor deporte para cubrir. Con el béisbol desarrollas un instinto de anticipación que, a la larga, se convierte en una herramienta imprescindible. Es una disciplina compleja, sus características técnico-tácticas te obligan a conocer cada acción o lanzamiento, pues no sabes cuándo cambiarán las dinámicas del juego.
Hay presión en el estadio, por dominar a la perfección las técnicas de la fotografía y del fotoperiodismo, de manera que pueda obtener buenos resultados y diferentes. Pero esa presión la utilizo como estímulo, genera un flujo de adrenalina que necesito y disfruto a mares en el ejercicio de la creatividad.
Así he vivido a plenitud momentos únicos y trascendentes del béisbol cubano en los últimos 20 años. Construir relatos e historias a través de la imagen durante todo este tiempo ha sido un gran reto, aunque, por fortuna, he tenido la oportunidad de estar siempre muy cerca de los protagonistas y ver acciones y reacciones en los instantes más complejos dentro de un partido. Eso no tiene precio.
Muchas historias las guardaré para siempre por cuestiones éticas, pero otras las contaría y mostraría cuantas veces fuera necesario, a sabiendas de la importancia que tienen en la conservación de la memoria histórica del deporte y de la nación.
Sin la imagen, no se puede hablar de memoria. El ser humano necesita ver, ilustrarse de los momentos para comprender su historia, admirarla y respetarla. En el caso del béisbol, la obra de rescate pasa por utilizar todas las imágenes como sustento de nuestro patrimonio, crear accesos hasta ellas y multiplicar su difusión en cada espacio.
Quizás de esta manera se logre concientizar que, el béisbol –tan cubano como el guaguancó, la rumba, el son, los tradicionales Habanos o el ron–, merece la condición de patrimonio de la nación. Darle esa categoría significaría saldar una deuda que arrastramos durante demasiado tiempo, obviando el peso que ha tenido la pelota en la formación y definición de nuestra cultura e identidad.
No fuimos sus creadores, pero sí tenemos una marcada influencia en los términos y la forma en que se juega actualmente. Con su entrada y expansión en Cuba, el béisbol ganó, los nativos de la Isla le aportaron su rebeldía, picardía y carácter. Ese estilo único deslumbró y se impuso con una escuela que fue raíz para muchos países del área, sobre todo durante la primera mitad de siglo pasado.
Es el deporte que más nos identifica en el mundo, y eso que tenemos otros con muchas glorias. Pero, como el béisbol, nada. Es el más cantado, llevado al cine, obras de teatro, representado en todas las manifestaciones artísticas posibles, y si vamos al lenguaje, muchas de las frases populares tienen que ver con la filosofía del béisbol. Sin dudas, es un icono de la “cubanidad”.
Tratar al béisbol como patrimonio no es un acto que debiera quedar en el mero plano simbólico. Se requieren acciones concretas, y una de las primeras es comprender que el béisbol en Cuba es uno solo, con más de 100 años de existencia. Por cuestiones innombrables, hay una fractura entre lo ocurrido antes y después de 1959, y ese es un grave error histórico que se debe subsanar. ¡Ya!
Reconocer al béisbol como patrimonio de la nación implicaría también darle autonomía, un marco que permita rescatar, por ejemplo, la liga profesional que siempre tuvimos y que se convirtió en referencia e inspiración para el resto de los países caribeños
Las nuevas propuestas económicas en Cuba pintan un escenario ideal. No se le puede temer a esa opción. Una liga profesional bien pensada, organizada y con todas las facilidades y aperturas, sería un revulsivo necesario e indiscutible para nuestro deporte nacional.
El hecho de que el béisbol sea considerado patrimonio, no implica que no pueda generar ganancias que repercutan después en su propio desarrollo, como sucede en el resto del mundo. Como deporte, la pelota tiene todas las características para ser autofinanciado y no constituir nunca más un lastre.
Lógicamente, para ello se necesita un cambio de mentalidad absoluta. Pensar la Serie Nacional como un torneo de masividad y desarrollo, dar paso a una liga profesional con patrocinios, manejar conceptos de club y franquicia, y contratar a atletas extranjeros son algunas de las máximas indispensables en función de que el béisbol se convierta en una gran empresa, independiente, lucrativa y próspera.
Quizás ahora mismo parece un sueño, pero hay que despertar y dar los pasos concretos para llevarlo a la realidad. Así ganaríamos todos, pero el béisbol mucho más.