Jorge Castellanos es un médico cubano que emigró a Estados Unidos hace más tiempo del que nadie pueda recordar. Se estableció en Hialeah, conoció a su esposa, Michelle, una maestra norteamericana proveniente de Michigan, y de esa unión nacieron tres hijos. Uno de ellos, Nicholas Alexander, es hoy uno de los personajes ilustres del sur de la Florida y rostro de la sociedad cubanoamericana en materia beisbolera.
Con el tiempo, Nicholas Alexander se ha convertido simplemente en Nick Castellanos, miembro de tan solo una veintena de jugadores nacidos en la Florida que han pegado más de 200 jonrones en Grandes Ligas. En el mejor béisbol del mundo se ha consolidado luego de una década de trabajo, aunque en realidad su nombre no ganó en relevancia hasta su explosión definitiva en 2017, justo en el año que a su padre le diagnosticaron un cáncer en el cerebro.
Pese a la delicada situación familiar y al tiempo que le tomaba seguir el tratamiento de su padre, Nick encontró suficientes fuerzas y enfoque para consolidarse como el líder en triples (10) de la Liga Americana, además de pegar 72 extrabases, 26 cuadrangulares y remolcar 101 carreras. Desde entonces, estuvo en constante ascenso y se ganó un contrato de 100 millones de dólares con los Phillies en marzo de 2022.
Sin embargo, las cosas no fueron bien para el cubanoamericano en la pasada campaña, la peor de su trayectoria desde que se instaló en la élite. Registró el slugging (.389) más bajo y la menor cantidad de empujadas (62) desde su temporada de novato; para colmo, fue el último out de la Serie Mundial en la que los Phillies perdieron ante Houston.
En su cabeza solo daba vueltas la idea de la revancha y, en efecto, podría decirse que 2023 fue una campaña de desquite. Castellanos volvió a impulsar más de 100 carreras, logró la segunda mayor cifra de jonrones (29) en su recorrido por MLB y se asentó como uno de los líderes emocionales de los Phillies. Pero la tarea no estará completa sin una historia de éxito en la postemporada…
Esto Nick se lo ha tomado muy en serio. El cubanoamericano quiere su anillo de campeón y así lo ha manifestado públicamente, incluso con una celebración que generó algo de confusión entre sus propios compañeros durante la Serie de Wild Card contra los Marlins. En el segundo partido, luego de pegar un doble, se volteó al dugout de su equipo y clevantó un dedo de su mano dereha en lo que parecía ser un claro gesto obsceno, pero estaban todos equivocados.
“Regresé y vi el video, conté los dedos y me percaté de que era el dedo anular, el del anillo. Entonces me tranquilicé, está todo bien”, dijo tras aquel partido Kyle Schwarber, bateador designado de los Phillies.
Aquello quedó en anécdota, pero sirvió para que Castellanos transmitiera un mensaje contundente: vamos por el anillo. “Es por eso que jugamos este mes”, expresó el cubanoamericano.
Desde entonces, los Phillies han sido un rodillo. En primera instancia cumplieron con los pronósticos y sacaron de circulación a los Marlins en los duelos de comodines, para luego asombrar al mundo con una victoria inapelable ante los Braves en la Serie Divisional. En estas aventuras, Nick comandó a su equipo en jonrones (4) y slugging (1.000) y fue segundo en OPS (1.440).
El chico de Hialeah se ha transformado en ídolo de Philadelphia, donde una ruidosa multitud –quizás la más incómoda afición de todas las Grandes Ligas– lo aclama en cada turno al bate. En esa marea roja sobresale un niño al que siempre enfocan las cámaras cada vez que Castellanos viene al bate o realiza una atrapada en el jardín derecho. Es Liam, el hijo mayor de Nick.
“El béisbol es mi trabajo y me aleja de él más de lo que me gustaría. Él ha estado en la casa cuando yo no lo he hecho bien. Ha estado en la casa cuando lo he hecho bien. Él ha estado en la casa durante muchos momentos diferentes de mi carrera a lo largo de su vida. Así que creo que poder estar ahora a mi lado y ser testigo de todo eso es bueno para su madurez. Lo más cerca que pueda de tenerlo conmigo siempre me hará más feliz”, aseguró Castellanos este jueves, luego de dedicarle dos batazos de vuelta completa a su hijo.
Sus dos jonrones significaron el principio y el fin del ataque de los Phillies en el cuarto partido de la Serie Divisional contra Atlanta, que ganaron con pizarra de 3-1 para eliminar al mejor equipo de la temporada regular en Las Mayores.
Antes de cada uno de esos turnos, se le vio a Castellanos acercarse a Liam para conversar como en secreto. “Solo me miró emocionado y me dijo: «¡Vamos!»”, relató el patrullero de los Phillies, que cumplió la orden/deseo de su hijo.
El primer batazo, que salió disparado a 108.3 millas y recorrió 404 pies pegado a la línea del jardín izquierdo, le dio el empate a Philadelphia en el tercer episodio, justo después de que los Braves tomaran la delantera con otro vuelacercas de Austin Riley. El segundo, de 415 pies, puso la tercera carrera de los anfitriones en el sexto capítulo, luego de que Trea Turner les diera ventaja, también con un cuadrangular.
Los dos misiles de Nick fueron contra el as de los Braves, Spencer Strider, quien lo había dominado sin muchas complicaciones en el pasado. En 17 turnos, el balance era de 8 ponches, ningún extrabase, solo un remolque y 3 jits, para un anémico promedio de .176. Pero la historia puede cambiar con un chasquido de dedos…
Castellanos no solo castigó a Strider, sino que lo hizo ante las mejores armas del máximo ponchador de la temporada. El segundo jonrón, por ejemplo, fue ante una recta de 100 millas. En su carrera de MLB, jamás el cubanoamericano había pegado un vuelacercas ante un envío de 100+ millas, pero recuerden que la historia puede cambiar.
Fíjense si es así, que en más de un siglo de postemporada nunca un jugador había pegado al menos 2 cuadrangulares en partidos consecutivos. Castellanos lo hizo sin despeinarse, 2 batazos más allá de los límites el miércoles y otros 2 el jueves. Son 4 jonrones en 24 horas. ¡Irreal!
Lo que sucedió antes y después de esos batazos de Castellanos fue lo usual en un tenso choque de playoff. Hubo duelo de lanzadores entre Strider y el venezolano Ranger Suárez, quien completó 5 entradas con solo 3 imparables y una limpia en su cuenta. Hubo también movimientos arriesgados de los directores, como el de Rob Thomson cuando envió a José Alvarado y Craig Kimbrel, sus 2 principales relevistas, a trabajar en el sexto y séptimo.
La urgencia marcó esas decisiones de Thomson. Trajo a Alvarado, zurdo, para lanzarle al también siniestro Matt Olson (líder en jonrones e impulsadas de la temporada regular) con la pizarra 2-1 y un corredor en circulación. Después, cuando Alvarado perdió el control y regaló 2 boletos con 2 outs en el séptimo, echó mano de Kimbrel, el segundo relevista activo con más juegos salvados en Grandes Ligas.
El derecho no entró bien, dio otra base y congestionó los ángulos antes de medirse a Ronald Acuña Jr., potencial Jugador Más Valioso de la Liga Nacional tras su histórica campaña. El turno fue peleado, hasta que el séptimo picheo el venezolano enganchó una recta de 95 millas y la mandó a volar lejos entre el jardín izquierdo y el central. Parecía que todo se torcía para los Phillies, pero apareció el guante del joven Johan Rojas para atrapar la bola pegado a las cercas.
Esa jugada congeló a los Braves, que revivieron en el noveno cuando colocaron hombres en las esquinas sin outs. Sin embargo, el zurdo Matt Strahm apagó el fuego con 2 elevados de Kevin Pillar y Eddie Rosario que pusieron el partido a punto de mate. Atlanta, el equipo de las 947 carreras y los 307 jonrones en la campaña regular, vio entonces como su última esperando ofensiva quedaba en manos de Vaughn Grissom, un chico de 22 años que no tomaba un turno en Grandes Ligas desde finales de agosto.
El resultado era predecible. Strahm le tiró 3 envíos pegados y bajos para tomar ventaja en la cuenta, después le alejó la pelota con una bola alta y terminó la faena con una slider adentro que Grissom no vio venir. Así murieron los Braves, la novena de las 104 victorias, los grandes favoritos para llegar y ganar la Serie Mundial. Como el pasado curso, los Phillies los llevaron a la línea de sentencia y un cubanoamericano fue su verdugo.