En abril del 2014, Elber Ibarra Santiesteban (Tacajó, 1958) me quería matar. Después del primer juego de la final de la 53 Serie entre Matanzas y Pinar del Río, escribí en el principal diario del país que el experimentado árbitro holguinero había estado “regado” en el conteo, con algunas equivocaciones que desconcertaron a los dos equipos.
Aquel comentario no le sentó nada bien a Elber, líder de los umpires en el clásico beisbolero, quien me buscó insistentemente para aclarar el asunto “como fuera”. Yo no me había ni graduado, pero joven desafiante y seguro de mis palabras, estaba dispuesto a encontrarme con él y defender mi criterio, “como fuera”.
Se armó tal revuelo que muchas personas –periodistas y directivos del béisbol– ejercieron de intermediarios y aquel encuentro “en caliente” nunca se produjo. Entramos por la misma puerta del estadio Victoria de Girón, pero esos mediadores se encargaron de que no coincidiéramos en ningún momento.
Pocos días después, ya con los ánimos más calmados, conversamos, dejamos sobre la mesa nuestros puntos de vista y, aunque no nos pusimos de acuerdo, limamos asperezas.
Han pasado seis años de aquellos sucesos y Elber ya no está detrás del home ni en ninguna otra posición del diamante. De la noche a la mañana su nombre desapareció de los grupos de árbitros de la Serie Nacional, sin que nadie diera una explicación.
“Me disgusté con la Federación Cubana de Béisbol y la Dirección Nacional, con las mismas personas que están ahí ahora, a excepción del comisionado, que es prácticamente lo único que cambiaron cuando sacaron a Yovani Aragón. Por eso me fui”, recuerda Ibarra, un profesional de la vieja escuela.
Maestro de profesión desde los 17 años, Elber llegó al arbitraje casi de casualidad, pues su tiempo lo compartía entre las aulas y los terrenos, donde jugaba pelota. “Yo llegué hasta las Series Provinciales, pero con 21 años el papá de Karel García, el tercera base de Holguín, me sugiere la idea de meterme a árbitro con él, que ya estaba en ese mundo.
“Un día me llevó a un torneo de segunda categoría y me puso detrás de home. Aquello fue una locura, casi me fajo con uno de los directores”, recuenta Ibarra, quien, lejos de amedrentarse por los sucesos, decidió seguir adelante con el arbitraje.
“Me gustó y empecé a estudiar las reglas, a aprender de todo lo relacionado con ese mundo. Imagínate, yo estaba en el magisterio y se me pegaban los conceptos rápido”, asegura.
Sin embargo, esa facilidad no le abrió las puertas de inmediato en el complejo mundo de las reglas y el arbitraje. De hecho, casi una década de aprendizaje y superación tuvo que pasar hasta debutar en Series Nacionales en 1989
Sobre esos primeros pasos en el arbitraje, la complejidad de trabajar al más alto nivel y otras historias relevantes de su carrera, Elber Ibarra conversó con OnCuba en diálogo abierto, diáfano y polémico.
¿Cómo fueron tus inicios en el arbitraje?
Después de esas primeras experiencias empíricas, decidí tomarme las cosas más seriamente y me captaron para un seminario provincial que impartió Ángel Hernández, jefe de árbitros en Holguín. Sin experiencia de ningún tipo fui el segundo expediente y entonces el propio Ángel comenzó a llevarme a trabajar en Juegos Escolares y en torneos de categorías menores.
Me destaqué bastante y como premio, me proponen en 1984 para el curso nacional en el que participaban todos los árbitros de la Serie. Pero Alfredo Paz, el jefe del arbitraje en Cuba, no aceptó, porque él había mandado a buscar a otras personas de mi provincia.
Alfredo no quería, estaba cerrado, solo admitía a los que ellos mandaban a buscar con nombre y apellido. En aquellos tiempos era así, no como ahora que cualquiera puede meterse en un curso. Pero a la larga, tanta fue la insistencia que Alfredo Paz aceptó y fui al seminario nacional en Villa Clara.
Ahí estaban árbitros de nivel como Germán Águila, Amílcar López, y otros como Omar Lucero o Melchor Fonseca, quienes iban a empezar igual que yo. A pesar de ser nuevo, fui el octavo expediente y entonces me empezaron a llamar para un montón de eventos nacionales en todas las categorías. Yo no paraba, y eso me costó un retraso enorme para terminar mis estudios. Como seis cursos me pasé entre primero y segundo año de la universidad. Pero quería ser árbitro nacional, tenía que llegar y llegué.
¿Los referentes en esos primeros años?
Admiré mucho a Alfredo Paz. Tipo carismático, serio, vestía muy bien, muy elegante, y era muy respetado. Pero mi gran profesor fue Manuel “El Chino” Hernández, quien me terminó de pulir y me enseñó a decir las cosas de la mejor manera para no perder las batallas antes de echarlas.
Yo soy protestón y eso no le gusta a los que dirigen, no les gusta que le digan la verdad. Yo me fajaba todo el tiempo, pero “El Chino” me ayudó a controlarme, a expresarme mejor. También me hizo ver que los árbitros siempre tienen margen para aprender un poco más, sobre todo en un deporte tan veleidoso como el béisbol.
Otro que igualmente me ayudó mucho en cuestión de ética de trabajo fue Raúl Hernández Moreno, muy respetado aquí. Coincidimos tres años en el campo y fue una escuela. En ese grupo tú no podías tomarte una cerveza ni florear, había que estar puesto para el trabajo al 200 %.
Comenzaste en Series Nacionales en 1989, cuando se jugaba una pelota muy caliente en Cuba. ¿Cuáles fueron las principales complejidades que enfrentaste en aquel inicio?
Hubo un momento que aquí se ponían los árbitros con la mano, hace 20 años, que éramos siempre los mismos en home y primera, buscando cierta especialización y tener siempre a los más experimentados en las posiciones más difíciles. Pero aquellos tiempos de mis inicios era diferente, había una rotación constante y tenías que trabajar donde te tocara, sin distinción.
Una vez yo estaba en Isla de la Juventud, en tercera, y tuve que expulsar a un pelotero de Matanzas, no por problemas conmigo, sino porque ofendió a uno de mis compañeros. A mí me enseñaron que no podía permitir a ningún atleta que hablara de un colega a sus espaldas.
Aquello ocasionó un lío tremendo, yo pensé que me iban a desaparecer, pero en el siguiente juego de la subserie me pusieron de principal para un duelo entre “Tati” Valdés y Ariel Prieto. Recuerdo que “Sile” Junco llegó a discutir las reglas y con su voz característica le dijo al veterano Pedro Seoane: “¿Y usted va a poner a ese muchachito en home con estos dos caballos?”
Seoane sonrió y le dijo que yo iba en home porque ahí me tocaba. Y así era, tenías que fajarte donde fuera, porque si decías que no después no podías aspirar a nada. Claro, tenía una gran preparación, los que nos designaban para trabajar en un lugar o en otro eran los mismos que nos habían enseñado, que habían dedicado horas a entrenarnos.
De cualquier manera, no era fácil que te reconocieran, imponer respeto costaba trabajo. Imagínate, finales de los ochenta y principios de los noventa, tiempos de tremenda rivalidad y mucha calidad en nuestro béisbol. Al principio tuve que botar, no te voy a mentir, todo el que se pasaba un poco de la línea se iba. Ya después los jugadores se medían un poco más conmigo, me respetaban y hasta llegaron a admirarme.
¿Cuáles fueron los peloteros más problemáticos que viste?
No los llamaría problemáticos, ni indisciplinados, sino gente que jugaba caliente y a veces se iban de revoluciones. Recuerdo que Luis Ulacia siempre estaba al límite, igual que Leonardo Tamayo, Lázaro de la Torre, Vargas, Scull… Ya te digo, ellos jugaban caliente, protestaban, incomodaban, pero no los vi nunca agredir a un árbitro o maltratar a alguien.
Y los más respetuosos…
Cuando se hable de disciplina, modestia y persona admirable, nadie como el Capitán de Capitanes, Antonio Pacheco. Mira, a veces Higinio salía a discutir sin razón y Pacheco era el primero que iba a decirle que no protestara por gusto. Te reitero, nadie como él, un caballero. Otros excepcionales fueron don Javier Méndez y Fausto Álvarez, dos tipos extraclase, sencillos y grandes peloteros.
Cuando los árbitros hacen bien su trabajo, casi nadie los menciona, pero cuando se equivocan los quieren linchar. ¿Cómo lidiar con esa presión constante a la que están sometidos?
Yo siempre estaba presionando al principio de los partidos, porque quería hacerlo bien y no equivocarme. Pero ya cuando iban pasando los innings y caminando el juego me sentía más cómodo. Ayudaba mucho en ese sentido la calidad del pelotero, mientras mejor sean los equipos, mejor va a ser el trabajo de los árbitros.
Mira, una de las veces que más me felicitaron por mi labor fue en un partido de temporada regular entre Cienfuegos y La Habana, en el 5 de septiembre, donde se enfrentaron Adiel Palma contra Jesús Manuel Duque. Aquellos dos se cayeron a ceros y el juego se decidió por un jonrón de los habaneros por arriba del techo.
Fue un juego pegado, en un lugar complicado, porque el público de Cienfuegos ha sido tradicionalmente de los más críticos, pero la calidad de los lanzadores me ayudó mucho, el juego se iba solo. En cambio, cuando te encuentras con pitchers regados, entonces es cuando se complica la cosa.
¿Qué pasa cuando sabes que cometiste un error? ¿Cómo te sobrepones?
Lo que a mí me enseñaron es que, cuando había una equivocación, no se comía, no se veía televisión, se sufría de verdad. A veces, pasaba la noche y uno seguía pensando en el fallo. Cuando uno se respeta, hay que reflexionar sobre el error y pensar en las vías para no repetirlo.
Yo me equivoqué, pero creo que no tanto. Además, estuve muchos años en la candela, en los partidos más difíciles, en play off, en finales, en los juegos que todo el mundo veía en el estadio o en televisión. Me equivoqué, nunca lo niego, pero no decidí partidos.
¿Qué tanto inciden los problemas personales en el rendimiento?
Yo pasé situaciones difíciles en el beisbol; me duele no haber asumido y atendido los problemas personales por quedarme en el terreno. Yo amaba mi trabajo y tenía un montón de objetivos, por eso me perdí el nacimiento de mi hija y otros tantos momentos.
Por ejemplo, mi esposa estuvo en una situación crítica cuando su madre falleció y yo solo fui desde Villa Clara hasta Holguín para darle un poco de ánimo, pero enseguida me monté en una guagua para atrás. Todo eso me pasó a mí en la pelota; dejé a la familia por el béisbol.
Lógicamente, desde la distancia padecía y sufría por los míos, pero cuando me metía al terreno trataba de dejar todas esas situaciones fuera. Si no logras un enfoque total en el trabajo, acababas con el juego.
Por eso yo me cuidaba mucho, no solo en el sentido de apartar mis problemas personales, sino también porque siempre estaba tranquilo en mi habitación, no fumaba, no bebía, ni la gente de mis grupos tampoco. Si acaso un cumpleaños, después del último partido de la subserie, nos dábamos unos tragos.
¿Cuáles son las principales lagunas del arbitraje cubano en la actualidad?
Nuestro béisbol está lleno de errores técnicos, muchas deficiencias en cuestiones básicas del juego, y te repito, el arbitraje va por el mismo camino que va el deporte, independientemente de que haya buenos árbitros, y los hay.
Por ejemplo, te comenté que durante un tiempo, para trabajar en home y primera, tenías que ser de los más experimentados y probados. Ahora es todo lo contrario, más parecido a como era en mis inicios, con una rotación permanente. La gran diferencia está en la preparación. Antes el proceso de aprendizaje y selección para llegar a la Serie Nacional era mucho más riguroso.
Ahora puedes ver a cualquiera en un partido de play off sin haber ni siquiera pasado por una escuela de formación, porque no existe. Eso no está bien. Hay que cuidar a los muchachos que están empezando y evaluar cuándo verdaderamente pueden asumir responsabilidades de ese tipo, porque después el puesto les queda grande y se los quieren comer.
Otro detalle negativo, a mi entender, es que no se ha sido serio con el chequeo. Como mismo todos los buenos peloteros no pueden ser buenos managers, pues tampoco todos los árbitros pueden ser chequeadores. En la medida que los chequeadores tengan mayor exigencia en su trabajo, mejor será el desempeño de los árbitros.
¿No crees que incida también el aspecto motivacional y la remuneración económica?
Seguro, ahí estás claro. Mira, nosotros cobrábamos 32 pesos por partido. Cualquiera iba para el campo, compraba 20 plátanos a peso y los vendía a 2.50 en otro lugar y ya ganaba más que nosotros. ¡Con eso del pago han metido una cantidad de mentiras! ¡Ay muchacho! Desde la última instancia para abajo. Que si se va a resolver, que si se va a aumentar… Mentira. Un árbitro se va de su casa a dar vueltas por todo el país por 800 pesos, es duro. Ni hablar de eso.
¿Cuán necesaria es la escuela de árbitros?
Es básica, fundamental, y sin ella no podemos aspirar a aumentar el nivel de nuestros árbitros. Lo más triste es que esa escuela siempre existió y se dejó caer hasta que desapareció. Nadie vino a quitárnosla, nosotros mismos no le dimos el valor que tenía y ahora se ven las consecuencias.
Aquella escuela era una maravilla, con una gama de profesores excepcionales y muy estrictos en las evaluaciones. Recuerdo que Alfredo Paz se metía en el terreno y hacía de todo, en las aulas recibíamos información teórica actualizada y habían muchos encuentros de conocimientos.
Pero la escuela desapareció, como también han desaparecido los cursos provinciales. Ahora lo que se hace, que es poco, se hace sin incentivos, solo para cumplir planes. Muchos de los dirigentes piensan que con los seminarios que se hacen antes de los campeonatos ya se resuelve el problema académico, que con eso se sustituye lo que representa una escuela de arbitraje. Están equivocados.
Al final, esos seminarios no contribuyen a la formación de profesionales, solo son un gasto innecesario de recursos: tres días con una pila de gente para decir cómo se va a jugar pelota en la Serie y más nada. Eso lo pueden mandar por correo o explicarlo por teléfono.
Y un sindicato…
Aunque no lo creas, los árbitros siempre hemos luchado por ese sindicato. Mientras eso no se materialice, los comisionados van a seguir sintiéndose con el derecho de quitar o poner a alguien a trabajar en home o en cualquier otra posición, van a seguir sintiéndose con el derecho de pasar por encima del criterio de los propios jefes de grupo y de los que dirigen el arbitraje en la Dirección Nacional de Béisbol.
Hay que separarse de la Federación y de la Comisión. No se puede ser juez y parte, y se necesita a alguien que verdaderamente represente a los jueces. Desgraciadamente, el sistema no ha permitido que sea así, como tampoco ha permitido que los peloteros tengan su sindicato.
¿Por qué hay tantos problemas con la zona de strike en Cuba si es una regla tremendamente clara?
No sé si se trata de presión o deseos de agilizar los juegos. Me inclino más por lo primero, porque un trabajo con cinco, seis y hasta siete equivocaciones en conteos puede ser bueno, pero si fallas en un lanzamiento que decide un juego, entonces ya el trabajo es malo.
De cualquier manera, creo que lo principal es que no se ha logrado el consenso, la unidad de criterios, y no sé los motivos, porque de verdad que la regla es clarísima y fácil de interpretar. No se aplica de la misma manera todo el tiempo pues se debe tener en cuenta la estatura del bateador, pero por lo demás, no hay misterio.
Pero justo ahí en ese trabajo arriba y abajo, con la vertical, es que han existido demasiadas dificultades. No se ha sido estricto en ese tema y eso ha malacostumbrado tanto a los bateadores como a los lanzadores.
A mí a veces los receptores se me corrían hacía afuera, se iban del home y les decía: “si te quedas ahí, explotas al pitcher porque no te voy a cantar bolas afuera”.
¿Cuánto cambió el béisbol con las revisiones de video? ¿Crees que fue un acierto?
A mí nunca me gustó, porque le quitaba un poco el encanto y la tensión a los partidos. Al final, el error humano está en el juego, tanto de los peloteros como de los managers y los árbitros, quienes al estar auxiliados por las cámaras podían trabajar más tranquilos.
Ahora, si te equivocas, el replay echa una mano. Eso puede provocar cierta relajación y entonces los árbitros no se esfuerzan por superarse. Es mi visión muy particular, que seguro difiere de la de mucha gente que sí estuvieron todo el tiempo a favor del replay. Eso sí, no niego que llegó para quedarse.
¿Por qué en el béisbol cubano se habla tanto –y no precisamente bien– de Higinio Vélez?
Es normal, por el cargo que ocupa y el prestigio que ganó por sus resultados como manager. Creo que fue un buen director, pero ya no debería estar donde está. Higinio tendría que darle paso a otra gente, a ver si cambia la metodología de dirigir. Cuántas quejas y reclamos no hay por sus actitudes, por su manera de comportarse, su carácter, que a veces ni atiende cuando uno le está hablando. Eso es inadmisible, y ya lleva demasiado tiempo.
Te tocó trabajar en todas las épocas de Víctor Mesa, primero como jugador y después en sus dos etapas de director. ¿Realmente era una persona tan complicada de controlar en el terreno?
Víctor tiene un temperamento volátil por naturaleza y eso es lo primero que debes conocer y tener en cuenta cuando vas a trabajar con él. Me acuerdo que una vez en Villa Clara le canté dos strikes en la esquina de afuera y protestó, con sus gestos característicos. Yo no le seguí el juego ni busqué discutir, solo le dije que le tiraba a esa misma bola la iba a sacar entre right y center. El siguiente pitcheo vino por el mismo lugar y dio un palo tremendo por el derecho, doblete. Cuando terminó el inning pasó cerca de mí y me dijo: “coño, tenías razón”.
Víctor fue un jugador muy fogoso, pero no problemático. De hecho, creo que fue más problemático como manager, con un historial hasta de agresiones. Nosotros coincidimos mucho, en algunos campeonatos hice 21 o 24 partidos de 45 en los que él estaba involucrado con Matanzas, pero casi no tuvimos encontronazos.
Él me salía, pero siempre le decía lo mismo: “calmado, si usted tiene la razón en lo que está reclamando se la vamos a dar”. Creo que eso lo hizo confiar en mí.
¿Crees que te fuiste muy rápido del béisbol, que tenías para más?
Yo todavía estaría trabajando, encantado, pero me metieron mucha mentira. Para que tengas una idea, no fui a un Clásico Mundial por culpa de la Comisión, que dijo que había propuesto mi nombre y el de (Juan José) Cuevas, y les habían respondido que nosotros éramos muy viejos. Después mandaron propuestas de chiquillos más jóvenes y también los “plancharon” porque no tenían experiencia, o al menos eso nos dijeron.
Lo más lindo es que luego, en Clásico, vimos árbitros contemporáneos con nosotros, “viejos”, para decirlo más claro. Definitivamente, ahí hubo mentira o una historia mal contada, y Cuba se quedó sin árbitros en ese torneo del 2017.
Pero lo peor es que, a raíz de eso, aquí empezaron a decir –la Federación Cubana y la jefatura de regla y arbitraje– que ya en los eventos internacionales no querían a árbitros mayores. Al final, solo estaban trazando el camino para que nosotros nos fuéramos y poder subir a otros que ellos querían tener ahí arriba.
Fue falta de ética absoluta, una falta de respeto a la jerarquía y veteranía, dos detalles que siempre se habían ponderado. No podía seguir formando parte de eso.
Aunque muchas veces no son reconocidos como tal, los árbitros de tanta experiencia también deberían ser recordados como glorias del movimiento deportivo cubano. ¿Cómo ha sido el tratamiento de las autoridades después que te retiraste?
Yo me fui del arbitraje y aquí no me llama nadie, ni del INDER de la provincia ni mucho menos nacional. Los dirigentes de la pelota en Cuba no saben si yo estoy vivo o muerto. Quizás ya no esté para meterme en el terreno todos los días, pero bien podría ayudar al desarrollo de las nuevas generaciones, tengo conocimientos de sobra.
Me queda el consuelo de que muchas personas en la calle me han mostrado su aprecio y respeto. Donde quiera que salgo en Holguín, me reconocen, me llaman y me preguntan de pelota. Pero olvídate, los que mandan no me quieren, porque siempre les he dicho las cosas en la cara, como son, sin medias tintas. Eso no cuadra.