Frase hermosa es aquella que refiere que si bien los estadounidenses fueron los dioses creadores del béisbol, los cubanos se convirtieron luego en los apóstoles que llevaron bates y pelotas a casi medio continente.
Sin embargo, en esa estrecha vinculación cultural lúdica, luego devenida en múltiples fenómenos sociales y hasta políticos, desde el inicio hubo ansias del “alumno” en superar al “maestro”, ya fuera como discurso simbólico identitario, competitividad deportiva o el imaginario nacionalista exacerbado como contrapartida al intervencionismo militar tras la guerra de 1898.
Desde entonces el béisbol llegó a ser escenario entre ocupantes y subyugados, entre inventores y discípulos, y no fueron pocos los juegos contra tripulaciones de marines recién desembarcados en puertos como Matanzas (un posible primer desafío de béisbol en Cuba, antes que el del Palmar de Junco), Cárdenas, Nuevitas, Cienfuegos, Gibara, Manzanillo, Caimanera, Santiago de Cuba y posteriormente, cerca de campamentos tierra adentro en otros períodos.
La historia recoge muchísimos ejemplos, incluso, torneos binacionales en la capital de la antigua provincia de Oriente, tan temprano como en 1901, pero el relato tantas veces continuado de los “topes bilaterales” nos remite hoy a 1942 y a la Base Naval de Guantánamo.
El hecho de tener tan cerca un enclave militar extranjero, y que en plena Segunda Guerra Mundial desembarcaran algunos jugadores profesionales devenidos en marines por el llamamiento obligatorio a filas, despertaba mucho interés en las autoridades deportivas y en la prensa santiaguera y guantanamera.
En ese momento, florecía la pelota aficionada en el territorio, con varios campeonatos al unísono, desde clase A hasta clase D, según la organización amateur de José Ocejo, entre los cuales destacaban los teams Eva, Central, Palma Soriano, Báguanos, Contramaestre, Regimiento Antonio Maceo y el Cuban Mining (del poblado de El Cristo). A este último le tocó el privilegio de retar a los “US Navy”.
El activista y empresario Alfred Zent había logrado hacer de los manganeseros mineros el más potente y competitivo de los equipos provinciales, al mismo tiempo que grupos periodísticos patrocinaban carteles en el mejor estadio oriental, el Leguina Park (y no Laguna como aparece en algunos textos) del aristocrático reparto santiaguero de Vista Alegre.
¿Y qué más hay del Cuban Mining? Por allí pasaron “Cocó” del Monte, “Yoyo” Díaz y en años posteriores Hiram González, Orestes Miñoso, Pedro Miró, Miguel “Tata” Solís, “Bicho” Pedroso, “Bibí” Cresco, “Rey Masó”, Aristónico Correoso, “Masabí” Jacobet y “Tony” Alomá; fue donde se dieron a conocer “Sojito” Gallardo y el gibareño “Calampio” León y donde permanecieron por mucho tiempo los palmeros Enoelio Mestre y los hermanos René y “Polito” Caraballo, el sangermanense José Luis Ramos y el santiaguero “Beto” Cuevas.
Algunos de ellos llegaron a derrotar durante exhibiciones a casi todos los equipos importantes de Camagüey, Las Villas y hasta de la Unión Atlética o el equipo nacional de República Dominicana.
Por esa razón, una visita de un equipo estadounidense el domingo 13 de septiembre de 1942 fue una guinda para el éxito taquillero en Santiago de Cuba, gestión mediada con el Ministro de Turismo durante el primer mandato de Batista y con el cónsul extranjero asentado en La Habana. El traslado de la comitiva de 200 visitantes norteamericanos (entre clases, oficiales y civiles) fue posible en tren vía Caimanera-Guantánamo-Santiago, unido a una afluencia record de los cubanos citadinos.
Los locales probaron con el veloz pitcher avileño José “Pepín” Carballo, sin embargo, el promocionado “fichaje” explotó y cedió paso a un “guajirito” del central guantanamero Santa Cecilia, un tal Bejuco. ¿Quién era este hombre? Sin más señas y con ese apodo había sido la principal figura de su batey, al extremo de adjetivarlo como “el nuevo Diamante Negro”.
No conozco otros datos del hombre, lo cierto es que amarró corto a los marines, permitiéndoles apenas dos hit en siete innings y el home club venció 11-3, una singular historia como aquella cuando un carpintero santiaguero llamado Fermín Machado, del humilde barrio Los Hoyos, ponchó al mismísimo Babe Ruth.
Aquella tarde en el Leguina todos aplaudieron al “americano” Posonte, por su gran brazo para poner out, de aire desde el right, a un contrario que quería anotar en “pisa y corre”, y el murmullo en inglés resonó cada vez que el gigante Benjamín Lowry, jatiboniquense al servicio de la novena Cuban Mining, hacía cantar la majagua.
Siete días después les tocó a los cubanos devolver la visita ¡Y otra vez se impuso el pitcheo nacional! El 20 de septiembre los US Navy se quedaron mudos ante el palmero Fidel Lora (entonces muy famoso en el extremo de la Isla), quien solo permitió sencillos de McNamara, Elliot y Duhamel en su lechada de 4-0.
Los dos triunfos resonaron, pues más allá de la posible y real calidad de los oponentes, no hay que obviar la reticencia de los cubanos desde entonces a que le cercenaran una de sus principales bahías. Lo deportivo conjugó al orgullo nacional, llegó a ser un blasón autosuficiente ganarle a los “rubios”, como los adjetivara parte de la prensa.