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Días atrás, en un 24 de diciembre en que solo un golpe de magia hacía olfatear los antiguos aromas de la cocina navideña cubana, el doctor en ciencias históricas Félix Julio Alfonso López (Santa Clara, 1972) hizo un esmerado ejercicio de memoria y de criterio. Se sentó en uno de los bancos del parquecito vedadense de Línea y H, donde una tarja de bronce recuerda el valor del patriota y pelotero local Emilio Sabourin (1853-1897) para conversar sobre una de sus grandes pasiones: el béisbol. Luego de casi una hora de disertación, rememoró que un día como hoy, 29 de diciembre, pero de 1878, se efectuó el juego entre Habana y Almendares que inauguró el primer campeonato oficial del beisbol cubano, en pleno régimen colonial.
“Sería útil no pasar por alto la fecha, reconocida en la república como el día del béisbol cubano”, dijo ya en la despedida de su entrevista con OnCuba. Esa recomendación acaba de ser saldada. Ahora toca leer sus 45 minutos de consideraciones, experiencias y pareceres que surgen entre recuerdos personales y reflexiones académicas. En ellos, el profesor universitario nos revela cómo la pelota se convirtió en un lenguaje de modernidad, efusividad nacionalista y horizontalidad emocional entre jugadas espectaculares, rechiflas, ovaciones y trofeos. Eso que los estudios antropológicos y sociológicos llaman fiesta como ritual de integración social, donde se refuerzan lazos de pertenencia a una cultura y se suspenden temporalmente las jerarquías, lo consiguió el béisbol como ningún otro deporte para fraguar un estado de gracia nacional que a duras penas llega hoy a nuestras vidas y ya tal vez como un pobre remedo de un pasado glorioso.
Les presento, entonces, al profesor Félix Julio. Al duro y sin guante.
“Nunca quise ser pelotero” y un libro de toque
Vamos a comenzar esta entrevista de golpe y porrazo: ¿A quién tengo delante de mí? ¿A un pelotero frustrado que empleó sus capacidades intelectuales para decodificar el béisbol y llevarlo a un plano académico, literario?
No, para nada. Mira, mi caso no es el del novelista y gran amigo Leonardo Padura, quien ha confesado públicamente que él siempre quiso ser pelotero, que por azares de la fortuna no logró serlo y después la vida lo llevó a convertirse en un gran escritor. En mi caso nunca quise ser pelotero. Ni en mi infancia ni en mi juventud estuve cerca de un terreno de pelota más allá de lo que hacía cualquier niño en el lugar donde yo crecí, en un barrio periférico de la ciudad de Santa Clara.
¿Y cómo fue esa infancia vinculada al béisbol?
En las afueras de la ciudad había muchos terrenos yermos donde los niños de mi época, que no éramos para nada devotos del fútbol ni estábamos enterados de lo que pasaba en las ligas de fútbol internacionales, jugábamos pelota “de placeres” con bates rudimentarios, guantes reformados y pelotas improvisadas. Los pasatiempos deportivos favoritos de mi generación eran las series nacionales y selectivas y nuestros ídolos eran los peloteros de la provincia. Pero para terminar de responder tu pregunta, en realidad yo soy un historiador de la cultura y me interesé por el béisbol a partir de que cayó en mis manos, y ahí sí fue otro azar, un libro que yo considero fundamental de los estudios culturales de los últimos 25 años, que es La gloria de Cuba.
¿Ese libro fue un punto de inflexión?
Sí. La gloria de Cuba es el gran relato del béisbol nacional escrito por Roberto González Echevarría, profesor de la Universidad de Yale y quizás en este momento el más importante intelectual cubano vivo. Roberto es oriundo de Sagua la Grande, tierra de grandes peloteros como Conrado Marrero, Conrado Rodríguez y Víctor Mesa, vive en Estados Unidos hace muchos años y escribió ese libro, que tiene una primera versión en inglés y se llamó The Pride of Havana, el sobrenombre con el cual se conocía a un gran lanzador cubano, Adolfo Luque, “El orgullo de La Habana”.
Luego revisó, amplió y tradujo ese libro al castellano con el título de La gloria de Cuba.
¿Qué supuso para usted esa lectura?
Para mí la lectura de ese libro fue una revelación que me permitió descubrir un universo cultural, histórico y antropológico insospechado vinculado a la práctica del deporte en Cuba y específicamente del béisbol, que trascendía con mucho lo meramente atlético, lo puramente deportivo, lo que sucedía dentro del estadio. Porque el libro de Roberto es —y yo aconsejo vivamente a todo el mundo que lo lea— una gran historia de la cultura cubana narrada a través del discurso del béisbol.

El juego galante, las mujeres y Julián del Casal
¿Y cómo se conecta eso con su propio trabajo?
Entonces yo lo que quise hacer fue, parándome sobre los hombros de Roberto, mirar un poquito más allá, no tanto con el telescopio, sino con el microscopio, a la manera que aconseja la tradición de la microhistoria italiana. Por eso, mi obra fundamental en el campo del béisbol es un libro que se llama El juego galante. Béisbol y sociedad en La Habana del siglo XIX. Fíjate que yo me voy de la dimensión de Cuba a la dimensión de La Habana y lo estudio en un periodo de tiempo muy limitado, apenas 30 años, entre 1864, que es cuando llegan a Cuba por primera vez implementos para jugar béisbol, y 1895, cuando empieza la última guerra de independencia.
¿Ese trabajo fue inicialmente un ejercicio académico?
Eso ha dado como resultado dos libros. Primero, mi tesis doctoral que, como sabes, en Cuba tienen un número de páginas muy estricto y por eso la primera versión del libro es una adaptación, digamos, resumida, de aquel ejercicio. Y luego acaba de aparecer ahora, gracias al mecenazgo de Cuba Foundation y en especial de su presidente Gustavo Arnavat, una segunda edición que yo digo siempre que está corregida y notablemente aumentada, porque es un libro que tiene casi 800 páginas y un amplio archivo de imágenes rescatadas de la prensa del siglo XIX, en lo cual fue decisiva la contribución del gran amigo y fotógrafo Julio Larramendi.
El título responde a la naturaleza misma del juego de pelota en la Cuba del siglo XIX, que era un deporte practicado por las élites blancas fundamentalmente. Luego eso se democratiza y se convierte también en una diversión de las clases medias y sectores profesionales urbanos, pero inicialmente era visto como un dispositivo de sociabilidad que formaba parte de los hábitos de clase alta de la burguesía habanera.
¿Y qué papel jugaban las mujeres en ese “juego galante”?
Entonces estaba muy presente el componente de la galantería de los jóvenes criollos, que empezaban a jugar muy jovencitos, 15 años, 16 años, hacia el otro sector de la población cubana: las mujeres que iban a presenciar el juego de pelota. Aquí mismo, en el lugar donde estamos ahora grabando esta entrevista, estuvo una de las principales glorietas de ese “juego galante”, la glorieta del Club Habana, justamente a nuestras espaldas donde está construido el Hospital América Arias.
Y entonces había como una especie de ceremonia simbólica o ritual erótico, digamos, entre los jugadores de pelota y las muchachas que iban a presenciar los juegos. Porque cuando terminaba el desafío comenzaba entonces una segunda parte del espectáculo deportivo que era todo lo que tenía que ver con la fiesta, el baile, las comidas, el cortejo… Y en este momento las mujeres jugaban un papel fundamental, porque las muchachas eran las madrinas de los equipos y premiaban con ramos de flores y cintas de colores que se llamaban moñas a los peloteros que más se destacaban en cada partido.
Pensé que Ud. había tomado el título de algún comentario de La Habana elegante o El Fígaro.
Sí, claro. El Fígaro nace claramente como órgano deportivo del béisbol en 1885, luego va evolucionando y se convierte ya más en un órgano literario. La Habana elegante era la gran revista de modas, de literatura, de sucesos en general de la ciudad en el siglo XIX, pero tenía un componente deportivo también muy fuerte. Y no es casual que vinculados a esas dos revistas estuvieran dos de los más importantes intelectuales cubanos de aquel momento: Manuel Serafín Pichardo, a quien sus amigos llamaban “Pichardito el pelotero” en El Fígaro, y Enrique Hernández Miyares en La Habana elegante.

Fiebre beisbolera en los medios decimonónicos
¿Había muchas publicaciones deportivas en esa época?
Sí. La cantidad de publicaciones que hablan de béisbol en Cuba en el siglo XIX superan la treintena en todo el país y más de veinte en el caso de La Habana, sin contar aquellas de carácter general que también daban espacio a los deportes. Un capítulo de mi libro está dedicado específicamente a hablar de la crónica deportiva, ese género moderno que no se conocía antes y del cual uno de sus principales exponentes, Wenceslao Gálvez y Delmonte, que es un crítico literario, va a convertirse también en el primer historiador del béisbol cubano.
Muchos de los principales divulgadores del béisbol fueron intelectuales, poetas, dramaturgos y críticos literarios como el mismo Gálvez, Hernández Miyares, Manuel Serafín Pichardo, Ignacio Sarachaga, como el propio Julián del Casal. Recordemos que Casal, el gran poeta modernista cubano de ese momento, es el que hace la reseña para la prensa —en este caso para el diario La Discusión, donde él escribía— del libro que acababa de escribir Wenceslao Gálvez y Delmonte.
Entonces, ¿el béisbol era parte de los discursos modernos de la época?
Sí. Eso te da una idea de que el béisbol cubano y específicamente habanero del siglo XIX es una narrativa que forma parte de los discursos modernos, progresistas, liberales y civilizatorios de la sociedad cubana de ese momento.
Esta práctica de béisbol, ¿no entró bajo sospecha del régimen colonial?
Sí, mira, hubo sospechas muy al inicio de la práctica del béisbol, más hijas de la ignorancia que de un explícito espíritu censor, pero lo cierto es que esa desconfianza desapareció rápidamente y el juego de pelota se convierte en una cuestión esencial del tiempo de ocio, del uso del tiempo libre entre las clases acaudaladas y capas medias, y posteriormente de toda la población habanera, incluyendo sectores negros y mestizos que también iniciaron sus competencias de manera pública después de la abolición de la esclavitud en 1886.
¿Había grandes concurrencias en esos partidos?
Sí, hay crónicas de la época que hablan de partidos donde hubo concurrencia de 8 000 o 9 000 personas. Eso hoy, cuando lo vemos en el Estadio Latinoamericano que tiene capacidad para más de 50 000 personas, nos parece poco. Pero cuando nos vamos al siglo XIX, a las dimensiones que tenían los estadios de esa época —el Almendares Park, los terrenos de Tulipán o la glorieta del Club Habana— eran verdaderas multitudes las que se reunían para ver los juegos de pelota.
¿Los torneos eran oficiales?
Sí, los equipos eran clubes en su mayoría de instrucción y recreo, legalizados ante el Registro de Asociaciones y para realizar los torneos se requería el permiso de las autoridades españolas, las que además debían garantizar la protección de los terrenos y la integridad de los jugadores. La prensa informaba a diario los resultados de los diversos campeonatos de primer, segundo, tercer y cuarto premios, reseñaba de manera minuciosa los incidentes de cada partido y elogiaba el desempeño de los principales peloteros, convirtiendo el espectáculo deportivo en parte de la vida cotidiana habanera.

Un deporte amateur que pronto esquivó el racismo
¿Y había quinielas, apuestas?
Las apuestas, aunque se realizaban, estaban prohibidas. El béisbol originario era un deporte amateur, practicado por jóvenes cultos y adinerados que podían darse el lujo de contar con tiempo libre para dedicarlo a este pasatiempo. El profesionalismo llegó más tarde, en el tránsito de las década de 1880 a 1890, con la incorporación de los sectores populares.
¿Entonces estaba prohibido que hubiera dinero de por medio?
Sí. Salarios, regalos en dinero o dádivas estaban mal vistos y prohibidos en la etapa romántica y galante de este deporte. Los equipos que intentaban incluir peloteros profesionales eran descalificados y excluidos de los campeonatos. El ideal aristocrático del deporte decimonónico concebía el béisbol como un pasatiempo que formaba parte del habitus de las clases acomodadas, como símbolo de estatus económico, distinción clasista y prestigio social.
¿Había deportes donde sí se movía dinero?
Sí, pero eran una minoría, quizás en el boxeo, las peleas de gallos y las carreras de caballos. El béisbol, en cambio, se valoraba como un juego de inteligencia y estrategia, comparado por algunos intelectuales con una suerte de “ajedrez humano”.
¿Y cómo se diferenciaba del toreo, tan popular en la cultura española?
El béisbol carecía de violencia y contacto físico, era un juego altamente sofisticado y alegre. Se convirtió en símbolo del discurso nacionalista frente a las corridas de toros, asociadas a la sangre, la crueldad y muerte de los animales. El béisbol era visto como un deporte estético, virtuoso, democrático y progresista, con el añadido espiritual nada despreciable de la presencia y el apoyo femenino en las gradas.
¿El béisbol que se jugaba entonces es el mismo que vemos ahora?
No, no, para nada. El juego evolucionó muchísimo después y, como te dije, se profesionalizó, irradió y diversificó en todo el país en numerosos circuitos de competencias, incluyendo bateyes de los centrales azucareros, industrias, centros escolares, torneos locales y barriales, etc. Un dato muy importante en este proceso de expansión y nacionalización del béisbol es que entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX Cuba fue de los países pioneros en permitir la integración racial en el universo del béisbol. Un buen ejemplo de lo anterior es que la mayoría de las grandes superestrellas de la pelota cubana del siglo XX, contrario a lo que pasaba en el siglo XIX, son jugadores negros. Pienso, por ejemplo, en los casos de Julián Castillo, José de la Caridad Méndez, Cristóbal Torriente, Gervasio “Strike” González, Alejandro Oms, Martín Dihigo, Silvio García, Héctor Rodríguez, Orestes Miñoso… En Cuba no existían ligas segregadas de pelota al estilo estadounidense, aunque dentro del amateurismo republicano concurrían explícitas prácticas discriminatorias. En Cuba el béisbol profesional fue un deporte integrado desde finales del siglo XIX.
¿Y cómo influyó eso en la llegada de jugadores afroamericanos de las llamadas Ligas de Color?
Muchos beisbolistas negros norteamericanos encontraron en Cuba un espacio natural para jugar pelota y, por supuesto, ganar dinero. La mayoría de los principales equipos de béisbol cubano del siglo XX —empezando por los Leopardos de Santa Clara, al cual le hemos hecho un homenaje este año en nuestro evento, y terminando con el Habana, Almendares, Marianao y Cienfuegos de los últimos años de la Liga Cubana profesional— estaban llenos de jugadores negros norteamericanos de gran calidad que venían a Cuba y a otros países de la región caribeña, y no tenían que preocuparse por el racismo que los alejaba de los terrenos de Grandes Ligas en Estados Unidos. Cuba fue además escenario junto con México de la búsqueda de ese pelotero negro o mestizo que pudiera romper la llamada “barrera del color”, y que como sabemos finalmente fue Jackie Robinson el protagonista de ese dramático cambio de mentalidad en 1947.

Un homenaje en Santa Clara
En el programa de la Tercera Conferencia Científica organizada por la Cuba Foundation, celebrada recién este diciembre en La Habana y Villa Clara, se abordaron los vínculos entre Cuba y la Cuenca del Caribe, y en particular en la relación con las Ligas Negras de Estados Unidos. ¿Qué mensaje contiene la tarja develada en Santa Clara dedicada a esos peloteros estadounidenses?
En Santa Clara acabamos de colocar una tarja alegórica a esa relación tan cercana y extendida durante la primera mitad del siglo XX, porque el equipo Leopardos de Santa Clara tuvo a lo largo de su historia más de 50 jugadores afroamericanos. En la placa que acabamos de instalar hemos señalado una veintena de los peloteros más representativos, entre ellos Oscar Charleston, Leroy Satchel Paige y Joshua Gibson por solo mencionar tres monstruos sagrados del béisbol segregado estadounidense. Tuvimos la dicha de que estuviera con nosotros la hija de uno de esos peloteros que jugaron con el Santa Clara de los años 30, Johnny Taylor, un notable lanzador, quien además fue amigo de grandes luminarias criollas como Lázaro Salazar o Martin Dihígo. Su hija, Maureen Taylor, fue la que junto al gran receptor villaclareño y de los equipos Cuba Ariel Pestano develó la tarja, que se pudo hacer con el financiamiento solidario de Cuba Foundation y la concepción artística del reconocido escultor Mario Fabelo y su equipo.
¿Qué aportan estas conferencias científicas gestionadas por la Cuba Foundation?
Mira, en Cuba observamos una gran paradoja. Tenemos un importante desarrollo de las disciplinas atléticas en general, un sistema competitivo amplio desde las categorías inferiores, escuelas y universidades deportivas, pero no existe un progreso semejante en las ciencias sociales que se ocupan del deporte. No poseemos adelantos notables en la sociología del deporte, la filosofía o la antropología del deporte, más allá de lo que tiene que ver directamente con la preparación física, tácticas deportivas o estrategias de entrenamiento, etc. Todo aquello que las ciencias sociales contemporáneas le aportan a la historia de los deportes como elemento central en el estudio de la cultura, en nuestro país padece un gran subdesarrollo.
No existe hasta donde conozco ningún grupo de investigadores estructurado, lo que se conoce como una comunidad académica, que se ocupe de estos asuntos desde una perspectiva de historia cultural del deporte, aunque en los últimos años que hemos logrado nuclear algunos pocos estudiosos—a razón de uno por provincia, ya te podrás dar cuenta de lo escasos que son—, a partir de que he tutorado tesis doctorales, de maestría y de licenciatura, tratando de abrir un nicho académico para los estudios del béisbol desde el ángulo de la cultura. Entonces, estas conferencias que hemos realizados con el coauspicio de Cuba Foundation, la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y la Federación Cubana de Béisbol contribuyen a socializar estos conocimientos.
Un juego que se derrama hacia otros universos
Como Ud. conoce, el béisbol, dada su naturaleza inclusiva y convocante, se ha derramado hacia otras disciplinas y zonas del imaginario. La lexicografía, por ejemplo, recoge numerosos términos beisboleros aplicados al habla común, y también está la literatura, el cine y las artes plásticas. ¿Tiene Cuba alguna exclusividad de este derrame en comparación con otros países?
No, por supuesto que no. En realidad en Estados Unidos la literatura sobre béisbol es inmensa, y el cine también, cosa que en Cuba no ocurrió. Aquí la deuda es cinematográfica (En tres y dos, de Rolando Díaz uno de los pocos filmes dedicados a la temática beisbolera en Cuba), pero en la literatura cubana el béisbol aparece desde el siglo XIX: la primera historia fue escrita por un crítico literario. El teatro bufo lo usó como vehículo de crítica social, y grandes poetas como Nicolás Guillén le dedicaron poemas. Incluso figuras como Lezama Lima y Carpentier escribieron sobre pelota, y más recientemente Padura, quien siempre lleva una pelota a sus ceremonias de premiación, como cuando le otorgaron el Princesa de Asturias. El caso de Padura no solamente resalta por ese gran libro que hizo con Raúl Arce, Estrellas del béisbol, el alma en el terreno; también hay que citar Con su bate y su pelota, igualmente en coautoría con Arce. Otros narradores como Arturo Arango y Carlos Esquivel también lo han trabajado; este último tiene un libro titulado Industriales contra los Yankees de Nueva York. Nosotros mismos hicimos dos antologías: una de cuentos y otra de poemas sobre béisbol, Aedas en el estadio.

En 1989, en el terreno del José Antonio Echeverría, antiguo Vedado Tennis Club, recuerdo hubo un juego de pelota entre creadores de las artes plásticas, en su mayoría jóvenes, de aquella fabulosa generación de los 80, como un guiño contra la censura de entonces…¿Cómo entender esa acción?
Yo no estuve presente, pero conocí testimonios de pintores como Reinerio Tamayo, quien más ha representado el béisbol en su obra. Ese juego fue una manera de romper la censura y llamar la atención sobre su generación, usando la pelota como recurso lúdico y de visibilidad. Creo que merece un buen ensayo que recupere esos testimonios.
La diplomacia del béisbol
Y la llamada diplomacia del béisbol, desde Fidel en el juego de los Orioles en el Latino junto a Peter Angelos, hasta Obama y Raúl en ese estadio, ya mucho después, en medio del deshielo. ¿Tal recurso es una puesta en escena o tiene efectos políticos reales?
El béisbol sigue siendo un puente abierto entre Cuba y Estados Unidos. En los años 70 ya hubo intentos de partidos entre Cuba y las Grandes Ligas, frustrados por la política dura de Kissinger. Luego vinieron el juego con los Orioles en 1999 y con Tampa Bay en 2016, que fueron manifestaciones sinceras de diálogo. No lo veo como una puesta en escena falsa, sino como intentos reales de comunicación. Ojalá en el futuro ese puente pueda volver a cruzarse.

Crisis, fútbol y los peloteros peor pagados del mundo
¿Y cómo impacta la llamada policrisis cubana en la calidad y el prestigio del béisbol?
Yo te podría responder esa pregunta no tanto desde el ángulo de un especialista —que no lo soy del béisbol cubano actual— sino como un aficionado común y corriente que ve los juegos de pelota por televisión. Mi equipo es el de Villa Clara. Y aunque llevo más de 25 años viviendo en La Habana, no he podido cambiar de equipo. Creo que el propio Padura en una entrevista dijo que uno podía cambiar de todo en la vida menos de equipo de pelota, ¿no?
Entonces creo que sí, que hay una relación directa entre la crisis sistémica cubana y el deterioro del béisbol. La continuada emigración de jóvenes talentos explica que la Serie Nacional esté envejecida y no surjan grandes estrellas como sucedía hasta hace unos años. Los peloteros cubanos son los peor pagados del mundo, juegan literalmente por amor a la camiseta. Eso influye también en que las jóvenes generaciones se hayan visto distanciadas del béisbol como parte de la matriz cultural del ser cubano.
Y ahí es donde yo defiendo que el béisbol —y aquí te voy a poner una nota al pie, dado que en la ley de deportes que recién aprobó la Asamblea Nacional el béisbol no fue reconocido como deporte nacional— sí tiene que ser el deporte nacional de Cuba. Nosotros venimos de esa matriz cultural. Somos parte de aquellos países en los cuales el deporte tiene un gran protagonismo en su devenir histórico, en su propia formación como naciones, y por eso Cuba es una nación de enorme tradición deportiva y beisbolera en particular.

Entonces, si decimos que dentro de la matriz cultural de Brasil y Argentina está el fútbol y en general de Sudamérica, bueno, en el dispositivo cultural de las Antillas que estuvieron bajo influencia de los Estados Unidos, cultural, económica y política, una parte de esa matriz es el béisbol. Y eso lo llevamos en una suerte de ADN cultural. Ahora, si usted ataca el corazón de esa esencia…Si usted trata de sacarle a la gente del interior de su espíritu esa condición, para inculcarle otros deportes, entonces lógicamente se produce un deterioro o se produce una lesión en la médula espiritual de la nación, ¿no? Y eso creo es lo que ha pasado con los jóvenes que son adictos al fútbol europeo y no digo europeo, porque no les interesa la Liga alemana ni la Liga italiana o francesa: La gran favorita es la Liga española y ni tan siquiera toda la Liga. Solo dos equipos estrella: el Barcelona y el Real Madrid. No les interesa si juega el Getafe o la Real Sociedad. Entonces, de eso se trata. De ahí que yo intento, desde mi modesta posición de profesor universitario e investigador de la cultura, de reposicionar y reevaluar la preeminencia del béisbol dentro de esa jerarquía espiritual y cultural que ha tenido en los últimos 160 años en nuestro país.

¿Qué siente usted cuando ve en la calle a niños y jóvenes con un balón de fútbol o a veces con un balón de basket o de lo que sea, pateando y pateando jubilosos hasta la saciedad? Es ya una extravagancia ver un piquete jugando el cuatro esquinas o, todavía más raro, jugando al taco…Cuando paseas la mirada por los campos de la Ciudad Deportiva, el fútbol es el paisaje corriente, no la pelota…
Yo entiendo que para muchos niños y jóvenes cubanos, bombardeados de manera sistemática por varias de las mejores ligas de fútbol del mundo, lógicamente sus referentes desde el punto de vista de los héroes deportivos —porque los niños y jóvenes necesitan héroes a los cuales parecerse—, sean esos jugadores de fútbol que surgen radiantes en los televisores y que ellos tratan de imitar luciendo con orgullo camisetas de Messi o Cristiano Ronaldo. Pero también existen héroes no menos esplendorosos y gallardos en la pelota de Grandes Ligas, desde un japonés como Shohei Ohtani hasta venezolanos como José Altuve, quisqueyanos como Juan Soto y cubanos como Aroldis Chapman, pero que no forman parte del imaginario emotivo y audiovisual predominante en nuestra realidad.
Geopolítica e ideal republicano: Un equipo Cuba de todos y con todos
¿Está de acuerdo con que jugadores profesionales en ligas extranjeras integren al equipo Cuba?
Estoy totalmente de acuerdo, siempre que el pelotero esté en disposición de jugar por su país natal y la organización a la cual pertenece lo autorice, sean las Grandes Ligas estadounidenses o el béisbol japonés, que es el segundo en importancia a nivel mundial desde el punto de vista de su calidad deportiva. Incluso si se tratara de descendientes de cubanos emigrados, yo lo veo absolutamente legítimo y normal. Quedarnos con un nacionalismo estrecho y trasnochado en el caso del béisbol sería una actitud suicida.
¿Llegará el día en que el sector privado patrocine equipos de béisbol o de otros deportes en Cuba?
Sí, lo veo no solamente como una posibilidad muy cercana, sino además como algo absolutamente legal. La Ley de Deportes permite la publicidad en los estadios y el patrocinio de los equipos. Empresas privadas, públicas, mixtas, trabajadores por cuenta propia o Mipymes podrán anunciar sus productos, bienes o servicios y también patrocinar equipos. Eso redundará en un espectáculo mucho más vistoso, salarios decentes, instalaciones confortables, terrenos remozados y mejor calidad e incentivos para los atletas, directivos y el público que va a los estadios.

La ley y el ADN de una nación
¿Por qué cree que el béisbol no fue declarado deporte nacional en la ley?
Yo no participé en el debate en la Asamblea Nacional, pero sí envié mis consideraciones por escrito. Creo que la legislación ha sido omisa en ese capítulo y ha tratado de ponderar que otras disciplinas atléticas puedan convertirse en el futuro en deportes nacionales de Cuba. A mí eso me parece un despropósito. Ningún otro deporte va a lograr formar parte del ADN cultural de los cubanos como el béisbol. Eso ninguna ley lo puede impedir ni legislar.











