Ichiro Suzuki regresó a Japón a su último acto, al cierre ideal para una carrera idílica en las Grandes Ligas, y en el béisbol en sentido general. Ichiro Suzuki, tras 18 años, ha dicho Sayonará.
El estelar jardinero se despidió en el Tokio Dome frente a su público, a los pies de una cultura que pondera la seriedad, la prudencia y el respeto a la autoridad, justo los valores que Ichiro ha promovido a lo largo de su paso por los diamantes.
Desde que debutó en las Mayores en el 2001, Ichiro se ha convertido en un ídolo para los japoneses, en un dios, un ejemplo a seguir, el mejor pelotero nipón de la historia y, probablemente, el mejor deportista de esa nación asiática.
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En estos 18 largos años ha disputado 2 653 juegos, contando los dos duelos de la serie asiática que disputaron los Marineros de Seattle y los Atléticos de Oakland en el Tokio Dome, con par de victorias de los primeros.
Frente a más de 45 mil fanáticos presentes en el majestuoso escenario en dos jornadas consecutivas, Ichiro cautivó en la apertura de la temporada 2019, a pesar de que ya no es el mismo bateador implacable de sus años mozos en los Orix BlueWave (su club de Japón), Seattle y, en menor medida, en Nueva York y Miami.
En el estreno oficial de este 2019, se paró dos veces en el plato antes de ser sustituido en el cuarto episodio. Primero, conectó un flojo elevado ante los envíos de Mike Fiers, pero después, en conteo de dos strikes y tres bolas se fajó de nuevo con el serpentinero y, tras cuatro conexiones de foul, negoció el boleto.
Ese pasaporte nos dejó ver una pincelada de la clase de bateador que ha sido el nipón, y de paso, desató la locura en el Tokio Dome, admirado por la capacidad de un hombre de 45 años que lleva más de tres décadas dedicado al deporte de las bolas y los strikes.
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“El Señor Ichiro es como un dios en Japón. Creo que todo Japón estaba ansioso por verlo, y yo soy uno de esos aficionados”, comentó a ESPN el lanzador Yusei Kikuchi, quien este mismo invierno se unió a la disciplina de los Marineros de Seattle.
Kikuchi estuvo junto a Ichiro en Tokio en una histórica expedición de las Mayores, que por quinta ocasión disputa partidos de temporada regular al otro lado del Pacífico. Kikuchi era un adolescente la última vez que MLB realizó un viaje de este tipo, en el 2012, cuando Ichiro también formaba parte de la nómina de los Marineros.
Precisamente, Kikuchi se cubrió parte de su rostro, un tanto consternado, cuando Ichiro salió del campo y se despidió de los fanáticos a la altura del octavo episodio del segundo desafío en el Tokio Dome. Esa imagen de Kikuchi fue, quizás, una de las más emotivas de la despedida del astro japonés.
“Debido al Señor Ichiro, ver su ética de trabajo y cuánto practica y trabaja en su oficio, además de verle jugar en las Grandes Ligas, yo sentí, en lo personal y siendo pelotero japonés, que si hacía lo mismo también podría alcanzar ese nivel. Él me hizo creer que, si trabajaba igual de fuerte, podía llegar a las Grandes Ligas”, abundó el joven zurdo.
El legado de Ichiro
Los Marineros demostraron en la temporada baja que buscan renovarse, tras desprenderse de los jugadores Robinson Canó, Edwin Díaz y Jean Segura. Con 45 años, Ichiro no encajaba en el perfil del equipo, pero, aun así, Seattle le abrió un espacio a un jugador que dio todo por la franquicia, a sabiendas que tendría la oportunidad despedirse en Japón.
Es alguien que despierta el orgullo nacional; el primer jugador de posición japonés en brillar a lo grande en las Mayores, rompiendo el molde de que el país solo era cantera de lanzadores. Se le admira por su éxito, el saber vestirse y su disciplina para entrenarse. Será el primer japonés en ser exaltado al Salón de la Fama del Béisbol, casi seguramente en el primer intento.
“Siendo muy joven, tomaba sus propias decisiones”, dice Keizo Konishi, un reportero de la agencia noticiosa japonesa Kyodo, la primera en reportar el retiro de Ichiro. “La vieja generación le dice a los jóvenes lo que deben hacer. Y más en el mundo del béisbol”.
“En muchas ocasiones me ha dado respuestas interesantes”, dijo Konishi en una entrevista con The Associated Press. “Pero me ha hecho la vida imposible. Busca la preparación perfecta. Así que espera la perfección de mi parte, lo cual no es fácil”.
A Ichiro también se le considera distante y altanero, conocido por despreciar las entrevistas, con el hábito de dar la espalda y menospreciar las preguntas que no le gustan. Los periodistas japoneses han sido el blanco frecuente de sus desplantes, y los organizadores dicen que algo más de 1 000 se acreditaron para los dos juegos en Tokio esta semana.
Takashi Yamakawa, editor de béisbol en Kyodo, describió a dos Ichiros.
“Me parece que actúa. Hace el papel de Ichiro”, dijo Yamakawa. “Son dos aspectos diferentes. Está el individuo japonés muy normal, cortés. Y quizás hay un Ichiro auténtico que rompe las reglas, que pelea por lo suyo. Siempre va contra la corriente”.
Para entender a Ichiro habría que señalar a su padre, Nobuyuki, quien sometió a su hijo a un rigoroso régimen de entrenamiento desde que tenía 7 años.
“Rayaba en la humillación y sufrió. Pero tampoco podía decirle que no”, dijo Ichiro al ser citado por el autor estadounidense Robert Whiting en su libro “The Samurai Way of Baseball” (El Método Samurai del Béisbol), que inicialmente se vendió con el título “The Meaning of Ichiro” (El Significado de Ichiro”).
Whiting ha dedicado la mayor parte de su vida en Japón escribiendo sobre el béisbol y la cultura japonesa. Conjetura que debido a la Segunda Guerra Mundial y la ocupación estadounidense, Japón desarrolló un complejo de inferioridad frente a Estados Unidos. Los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964 y el auge de la economía en los 70 y 80 remedió eso. Ichiro y el pitcher Hideo Nomo también levantaron la moral.
“Hay un simbolismo distinto en la faceta deportiva”, dijo Whiting a la AP. “Ningún estadounidense podría identificar a un japonés famoso; ni a un cantante reconocido o al primer ministro, ni siquiera al emperador posterior a Hirohito. Los japoneses eran conocidos sencillamente por fabricar cosas. Pero todos te podían nombrar a Nomo e Ichiro. Esto tuvo un enorme impacto en la mentalidad del país”.
Nadie se perdía los juegos por televisión cuando Ichiro se incorporó a los Marineros. Pantallas gigantes en el centro de Tokio mostraban y repetían cada juego, en una temporada en la que Seattle ganó 116 choques en la temporada regular. Ichiro ganó el título de bateo, además de ser consagrado como Novato del Año y Jugador Más Valioso.
Iwao Fukushi, un ingeniero eléctrico que en los fines de semana hace umpire y coach de béisbol, solía levantarse para ver los juegos en Gunma, una prefectura al noroeste de Tokio, para luego irse al trabajo.
“Llegaba a la oficina y seguía viendo el juego al ir por un café, tan solo minutos”, dijo con un gesto que daba a entender que tomaba más tiempo. “Lo veía todos los días, y parecía que siempre daba uno o dos hits”.
Fukushi no sospechaba que Ichiro no se iba a retirar tras los juegos en Japón, aunque muchos pensaban que era lo correcto.
“En mi opinión, debe retirarse aquí”, dijo Takashi Yamakawa, el editor de béisbol. “Es lo perfecto. Es una bella historia”.
Con información de The Associated Press