Este miércoles, Tony Oliva cumplió por fin un sueño largamente acariciado. Por él y también por millones de seguidores del béisbol cubano.
Al filo de las 6:30 de la tarde, en realidad ya de la noche, y aun con la amenaza de una persistente llovizna invernal, Oliva se paró en las inmediaciones del box del Estadio Latinoamericano y lanzó la primera bola de un partido de pelota en Cuba.
El ídolo de Consolación del Sur y de Minnesota, el hombre que brilló con el uniforme de los Mellizos en las Grandes Ligas y que mereció con toda justicia su entrada al templo de los inmortales de Cooperstown, dirigió sin problemas, con sus 85 años bien llevados, la esférica hacia la mascota de Frank Camilo Morejón. Llevaba puesta una gorra de Cuba y una camiseta con su nombre diseñada para el equipo de la isla en el V Clásico Mundial.
Antes, entró a la grama acompañado por los ilustres Pedro Medina y Rodolfo Puente, contra los que nunca se enfrentó en Series Nacionales, porque nunca llegó a jugar en los campeonatos de la isla, pero con los que compartió este miércoles como si fuesen amigos de toda la vida. También lo hizo con otras figuras que lo recibieron en el estadio, como Pedro Luis Lazo, Tony González, Yoandri Urgellés y Rolando Verde.
Antes, su nombre resonó en la amplificación local del Latino, junto a un resumen de su fulgurante carrera, y fue aclamado por un público lamentablemente mermado por la lluvia y el decepcionante desempeño de Industriales en la semifinal de la Liga Élite.
Antes, bajó al terreno y compartió con los peloteros de los dos equipos en disputa, los Leones habaneros y los Cazadores de Artemisa. Estrechó sus manos, les dio aliento, se tomó varias fotos con ellos. Incluso recibió una ovación y un toque de conga de la barra artemiseña, que hasta le dedicó una “limpieza espiritual” en plena grada.
Y recién llegado al Latinoamericano junto a su familia fue recibido por ex peloteros y autoridades deportivas cubanas. Entre anécdotas y chistes, recuentos y valoraciones, Tony recibió flores, sellos y obsequios del Inder, la Federación de Béisbol y el Comité Olímpico de la isla, cuyos máximos representantes participaron en el agasajo.
También estampó su firma en dos pelotas, que desde ya serán dos reliquias. Una para las vitrinas del Museo del Deporte Cubano, y otra para el Salón de la Fama del mítico Palmar de Junco, en Matanzas, el templo sagrado del béisbol de la isla.
Además, Puente le entregó la camiseta del Cuba, con su mítico número 6, y el Dr. Félix Julio Alfonso, a nombre de los estudiosos —y también de los fanáticos— del béisbol cubano le dedicó un emotivo elogio y le regaló dos libros sobre la historia del deporte nacional, de la que, por derecho propio, Oliva forma parte. En mayúsculas.
Él, despojado de cualquier vanidad, a pesar de toda su grandeza, recibió los elogios y los reconocimientos entre abrumado y feliz.
“Es un gran orgullo para mí”, comentó Oliva a OnCuba luego de haber pisado la grama del Latinoamericano.
“Yo nunca tuve la oportunidad de jugar aquí, ni de hacer esto antes. Estoy muy feliz por este reconocimiento que me han hecho. Y, sobre todo, por tener la oportunidad de tirar la primera bola aquí en un play off, en el Latino, al frente de los fanáticos cubanos, y con mi familia también en el estadio. Es algo muy especial para mí, un sueño.”
Y lo es, aunque no solo para él.
Poco importa que Tony Oliva nunca jugara pelota al más alto nivel en la isla. O que no llegase a vestir el uniforme de las cuatro letras en algún evento internacional. Por lo que logró, por lo que representa, por lo que es y será, su nombre debe ser —siempre debió y siempre deberá— reverenciado en la tierra que lo vio nacer.
Por eso, lo sucedido este miércoles en el Latinoamericano es un sueño cumplido. Para él y también para millones de seguidores del béisbol cubano. Para cualquier amante del béisbol. Para Cuba.
Recordar que este señor y otros como el que siempre vivieron en Cuba, nunca les permitieron entrar a un terreno aquí. Es por eso que el hecho es un suceso. Como hemos cambiado