¿Ustedes también cantan los outs en un partido de pelota? Aunque puede parecer algo de rutina, no es fácil gritar 27 veces, o 90 si cuentas cada vez que cae un strike, un foul, o cuando los lanzadores de tu equipo hacen un gesto desafiante. Lo normal es celebrar los batazos o las carreras, que son menos y más emocionantes; pero en lo particular, disfruto más con los éxitos fugaces de los serpentineros.
Quizá por eso recibí una dosis de sufrimiento mayor en el choque de vida o muerte entre Cuba y Australia en los cuartos de final del quinto Clásico Mundial, en el que los lanzadores antillanos, con los dioses del béisbol de su lado, salieron a flote luego de caminar sobre el estambre en múltiples pasajes.
De vuelta en el Tokyo Dome, escenario de tragedias innombrables, no se suponía que fuera así. Si bien los australianos habían bateado con soltura en sus duelos previos, el picheo cubano llegaba con sus principales brazos descansados y listos para devorar entradas a ritmo de conga.
Sin embargo, el ponche, el aliado perfecto de los reyes del box, más de una vez se resistió a caer, frente a una tanda extremadamente paciente.
Australia condujo a los serpentineros cubanos al camino del desgaste, exprimiendo los turnos al máximo con una exquisita selección de picheos. La muestra más evidente es que el derecho camagüeyano Yariel Rodríguez, ponchador por naturaleza, llevó a varios oponentes directo al abismo; pero sus rivales tuvieron la serenidad suficiente para sobrevivir en 2 strikes y darle la vuelta a los conteos hasta conseguir 5 bases por bolas.
Con esa hoja de ruta, lograron sacarle envíos y más envíos a Rodríguez y, de paso, sembrar una inquietante sensación de inseguridad en las millones de almas de fanáticos cubanos. En el segundo episodio, rompieron el celofán combinando poder y astucia, con un toque de sacrificio incluido, más propio del manual más conservador que del estilo agresivo de los aussies.
Más tarde, en el cuarto, desesperaron a Yariel, quien no encontró la fórmula para cerrar 2 turnos que parecían liquidados. Los australianos negociaron par de boletos en conteos de 3 bolas y 2 strikes y decretaron la explosión del hombre que apuntaba a ser el caballo de batalla en la noche japonesa.
Pero Cuba no convocó profesionales que emigraron al Clásico por el simple hecho de romper un mito. La idea, desde el primer momento, fue devolvernos la capacidad de competir en los escenarios de máximo nivel. Quizá el ejemplo más claro sea el relevista Miguel Romero, un hombre que se ha paseado por las Ligas Menores y logró llegar como un fantasma a MLB, porque nunca tuvo la oportunidad de debutar.
El Clásico ha sido la vitrina perfecta. Probablemente, ahora en Oakland lo tengan en cuenta para retos más exigentes. En Tokio, como en Taichung, volvió a mostrar sangre fría para sacar los outs importantes. Con una pasmosa tranquilidad, sacó 2 outs del cuarto inning cuando los australianos acechaban a la yugular, y después liquidó el quinto para dar paso a la artillería.
Si podemos hacer el relato del partido a través de las actuaciones monticulares es porque la ofensiva cubana, desde el duelo con Panamá, ha transmitido mucha confianza. Los bateadores de la isla, por primera vez en mucho tiempo, han logrado producir de atrás y remontar marcadores adversos en dos de los últimos tres juegos. Frente a los australianos, fabricaron 4 carreras con protagonismo del tope del lineup, que las anotó todas.
Roel Santos, Yoan Moncada y Luis Robert fueron la caballería, impulsada por Alfredo Despaigne y Yoelkis Guibert. El slugger granmense, aupado por miles de aficionados japoneses que han sufrido y gozado con sus batazos en la liga nipona, rompió la igualdad en el marcador con su vigésimo remolque en Clásicos Mundiales, segundo en el listado histórico por detrás del inmortal Frederich Cepeda.
Después, Guibert, el debutante, demostró que le corre sangre caliente por las venas. En el quinto episodio, con las bases llenas y un out, cuando todo el mundo pedía un emergente desde la banca, el indómito enganchó una sínker de 87 millas y soltó un cohete al derecho que salió disparado a 93.2 millas de su bate.
Desde tercera anotó Moncada, por tercera dobló Robert y con él toda una marea de fanáticos que volvía a ilusionarse con regresar a la élite del béisbol, al menos por unos instantes. Dos carreras, diferencia de 3 (4-1) en el marcador y los boletos directo a Miami esperando; aunque los definitivos pases a bordo estuvieron retenidos, porque Australia no iba a renunciar tan fácilmente.
Rixon Wingrove, un inicialista fornido con cara de pocos amigos, le dio un soberano jonrón a Roennis Elías para poner la pizarra 4-3 en el sexto. Se nos pusieron los pelos de punta, pero eso fue solo un amago, muy propio de los australianos, que en los últimos treinta años nos han sacado varios juegos de infarto que al final siempre, o casi siempre, terminan perdiendo.
¿La prueba? Desde 1993 hasta la fecha nos hemos enfrentado diecisiete veces en Copas del Mundo, Juegos Olímpicos, Copas Intercontinentales, Premier 12 y Clásicos Mundiales, con saldo de dieciséis victorias y un solo fracaso.
Quizá Elías no estaba al tanto del dato demoledor; pero no le hizo falta. El guantanamero, campeón de Serie Mundial y lanzador de Grandes Ligas desde hace casi una década, demostró su jerarquía, se recuperó y entregó el juego con ventaja a los relevistas estrellas.
Liván Moinelo y Raidel Martínez, peleando también contra la desgastante paciencia de los australianos, se encargaron de sacar los 6 últimos outs, 4 de ellos por la vía de los strikes. De pronto, los jugadores cubanos estaban en el centro del Tokyo Dome, con banderas, celebrando, saltando, gritando. Mientras, del otro lado del mundo, Cuba amanecía gritando con cada out, con cada carrera, con una victoria de otra época.
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Y….. VAMOS x +++++. Cuba Campeón!!!!