Hace días, semanas, me debía escribir un trabajo sobre Aroldis Chapman. A fin de cuentas —desde la invención del velocímetro— hablamos del hombre que más duro ha lanzado una pelota en la historia de Grandes Ligas. Para el oriundo de Cayo Mambí, al norte de Holguín, las 105 millas son como tomarse un café temprano en la mañana.
Ningún brazo es más potente que el suyo. Rivales… de lejos. Pero uno, siempre existe uno, lo retó y casi le cuesta la vida.
La potencia de una línea, salida del madero del cátcher venezolano Salvador Pérez impactó de lleno en el rostro del cubano; luego que este lanzara hacia la goma un “suvenir” a 99 millas por hora, durante la celebración, este miércoles, de un partido de pretemporada de Grandes Ligas.
El estadio enmudeció. El hombre que de su brazo izquierdo salen las llamas más devastadoras cayó derrumbado. Jugadores y cuerpo médico se apresuraron en auxilio del cubano. Al menos estaba consiente por los gritos de dolor que emanaron de su garganta. Los primeros minutos fueron de verdadero pánico.
Algunos se llevaron las manos a la cabeza, otros fijaron la vista en el suelo, rostros conmocionados. Salvador Pérez como un hombre que comete casi un crimen por accidente, se apartó hacia el dugout con lágrimas en los ojos. Mientras, Chapman seguía tendido con el rostro cubierto en sangre, y quizás, buscando una explicación sobre que había pasado.
Aparece la camilla, lo estabilizan y es sacado en ambulancia del terreno. El respetable, como a los gladiadores del coliseo Romano, lo despide con un aplauso sentido. No existen motivos para jugar, managers y árbitros cancelan el enfrentamiento.
Las noticias llegan de a poco. Ya no voy a escribir sobre lo intimidante que luce el pitcher holguinero de los Rojos de Cincinnati cuando faltan tres out para el cierre del partido, o del extenso debate que generó su descontrol tras arribar a la gran carpa a fines de 2011, ni argumentaré sobre los 234 ponches propinados en 135.1 de innings durante las dos últimas campañas, tampoco sobre aquella entrevista relámpago que tuvimos en uno de los túneles del Latino a inicios de 2008.
Todo eso quedará para otra ocasión. Finalmente aparecen los primeros exámenes, o las noticias sobre los resultados de los primeros exámenes. Fractura en la nariz y la parte superior del ojo izquierdo. ¡Casi nada ehh!
Se anuncia la operación que reparará las zonas dañadas. Es jueves temprano en la mañana. Adelanto otras tareas; solo queda esperar. Pero en mi mente el recuerdo de las personas encima del box con Chapman tendido en el suelo no se desvanecen. Debí haber escrito semanas atrás, me replicaba a cada rato, ya es tarde.
La tensión baja, diversos medios de prensa informan el éxito de la intervención quirúrgica. Ahora el hombre del brazo de hierro tiene, además, una placa de metal insertada de forma permanente en la zona dañada. La evolución es buena. Brayan Peña otro cubano en las mayores y compañero de equipo sostiene que Aroldis hace bromas y habla con desparpajo desde la cama de un hospital, en Phoenix, Arizona. Cubano al fin que, hasta en las malas se la pasa haciendo chistes.
Tim Kremchek, médico del Cincinnati, anuncia que entre seis y ocho semanas el hombre estará sobre la lomita de los suspiros nuevamente. Relata la suerte que tuvo Aroldis, pues la pelota no impactó en uno de los costados de su cabeza, zonas mucho más vulnerables a las conmociones cerebrales.
Mientras Chapman se recupera y Salvador Pérez también; periodistas escribirán varias cuartillas acerca de si los lanzadores de la MLB deben usar un aditamento en sus cabezas para evitar este tipo de accidentes.
Como no soy juez y mi criterio no será escuchado, prefiero pensar que Aroldis Chapman acaba de salvar el juego más importante de su carrera. Ningún noveno inning de un séptimo juego de Serie Mundial, tendrá mayor significado que el sexto capítulo del choque entre Cincinnati y Kansas City efectuado la noche del 19 de marzo de 2014.
Con hombres en base al momento del incidente, Chapman —de forma involuntaria—, se movió los centímetros necesarios para preservar el partido que nadie quiere perder; el de la vida.