El número 10 es un accidente. Una señal de atroz irrealidad. El azar que se hizo causa sin manos (ni guitarra) de por medio. Una treta de los pies, que lo estropean casi todo y cada 4 años juegan a la ilusión de arreglarlo. Si alguien tuvo la culpa fue Lorenzo Villoro, quien era parte del comité organizador del mundial de Suecia 58.
Cuando el fútbol empezó a entender de dorsales, este uruguayo le asignó uno a cada jugador del equipo brasileño que iba al torneo. Al muchacho de 17 años, Edson Arantes do Nascimento le tocó el 10. Más de 20 años después, cuando en Argentina los números se otorgaban por orden alfabético, El flaco Menotti se cagó en todo, como era su costumbre, y le puso el 10 a Diego Maradona en España 82. Entonces la camiseta era para el creador de juego, para el más técnico de la cancha, para el “enganche”. El jugador se la empezó a ganar. Al menos así fue por 30 años, hasta que cambiaron los esquemas y sistemas de juego. Y el 10 empezó a desaparecer, espantado, casi como la racionalidad destruyó todo atisbo de magia o misterio en el mundo.
Por suerte quedan algunos anacrónicos. Por suerte queda Messi, como la última punta de ese triángulo donde las bases son Pelé y el Pelusa. No hay esquema que frene definitivamente al 10, eso le dijo el Rosarino al Tata Martino en el minuto 64 del cara o cruz de México-Argentina.
El 10 salvó a Escaloni cuando no sabía qué hacer ante la Pirámide que levantaron los del Tri. Ni once, ni táctica inicial, ni cambios en el complementario resultaban efectivos hasta el zurdazo raso, azo, maso de Lionel a Memo Ochoa. Alexis Vega, el que lleva el mismo número que Leo por los centroamericanos, fue el único que pudo inquietar la puerta de Dibu con un tiro libre lanzado cerca del área. Lo de Martino hoy fue una plegaria, pero en el fútbol el único dios que a veces oye, es Maradona.
Si Borges dijo que en el sexo todos los hombres son el mismo hombre, en los mundiales desde los once pasos, todos los 10 son Roberto Baggio frente al portero luchando por insertar el balón en la red. Y cuando erra otra vez “una y mil sombras acompasadamente arden”; y, junto al poeta cubano Juan Carlos Flores, sabemos el significado de fallar.
Como lo supo Salem Aldawsari, en el Arabia Saudita-Polonia al ver que Wczecny le atajaba el penal que podía empatar el choque. Salem fue un espectáculo sobre el campo: gambeteó, filtro balones, dejó mano a mano a sus compañeros, destrozó la cintura de la defensa polaca. Su juego (y el de todo su equipo) emocionó como la arenga del técnico Renard en el medio tiempo ante Argentina, pero no pudo evitar la derrota ante un conjunto que tuvo en el portero de la Juventus a su figura con cinco salvadas. Para volver a confirmar que es el peor cancerbero de los mejores del mundo.
La metáfora del juego de las Águilas Blancas reside en quién es su camiseta 10: Grzegorz Krychowiak, un destructor, un recuperador. Si propusieran algo sobre el campo, seguro ese dorsal le correspondería a Piotr Zielinski, autor del primer gol, con asistencia de Robert Lewandoski. Robocop soltó una lágrima ante el regalo inesparado de anotar el segundo, que era su primera diana en mundiales después de 5 duelos y dos penales fallados.
El grupo queda abierto y los 4 equipos siguen con opciones de clasificar en la última ronda de esta fase de grupos. Los polacos tratarán de vencer los embates de la albiceleste, que viene con todo. Ya sabemos de la mano de quién. Los saudíes pudieran aumentar la sorpresa con una victoria sobre México, que no tiene goles en dos jornadas.
También sin abrir el marcador sigue Túnez. En el 67 su DT, al ver que perdía 1-0 ante Australia trajo al verde a Wahbi Khazri, el número 10, quien debutaba en Qatar al no haber disputado un minuto contra Dinamarca. Khazri es el segundo máximo anotador de la historia de la selección y fue el líder en Rusia 2018 al marcar 2 goles y repartir 2 asistencias, de los 5 tantos que consiguieron los africanos. Contribuyó a la primera victoria de su país en una Copa del Mundo desde Argentina 78. Es el jugador más técnico de estas Águilas de Cártago, pero no llega en su mejor momento al torneo; tras un inicio de temporada de suplente en el Montpellier de Francia, aquí repite banca. Wahbi remató suave, de zurda, dentro del área, casi al final de los 90 reglamentarios, en una de las más claras de un Túnez, que aunque dominó, no encontró la forma de doblegar la puerta de Matthew Ryan. Contra Francia no parece que tengan opciones en la próxima fecha. Ni siquiera de romper una vez las redes.
Por su parte, la vigente campeona del mundo se apoyó en el 10, Kylian Mbappe para contener a la dinamita roja de Dinamarca. Aunque más bien, el extremo del PSG parecía un 9 con su doblete.
Para terror de los escandinavos, el único que le podía seguir la pista cuando arrancaba era Theo Hernández, el lateral izquierdo azul. Esta sociedad se avizora como una de las más temibles del evento. La creación de juego la aportó Griezman, multiplicado por toda la cancha.
En el combinado contrario, ante la lesión de Thomas Delaney desde el encuentro anterior, Christian Eriksen se retrasó en el campo para formar un doble pivote con Holjberg. Para suplir la falta de gol, el mago tiene que estar más cerca de su fuente de maná, que es el borde del área grande. Lo necesita el país para avanzar a octavos de final. Lo necesita el Mundial para gozar con sus asistencias o remates. Ese número 10 es un accidente. Un sobreviviente de la atroz realidad.
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