El mar verde le cuenta al mundo la nueva gesta de los croatas. “Fluye el Drava, fluye el Sava”, en su himno. Y resuena: “Ni tú, Danubio, pierdes tu potencia”. Entonces los jugadores se ríen y miran a Modric, el viejo. Sus piernas son un río largo y tremendo como latigazos o como serpientes inacabables, como las penas de los marroquíes o como los ríos.
Él entero pudiera ser el agua que “se despeña y rompe y sigue siendo”, el todo de su gesto y de su modo sobre el vasto cielo que le sirve de alberca. Discurre y brilla. Alimenta la sed interminable de Perisic, que juega en una ola y está en la punta de la desembocadura o revolcado en la orilla. De cabeza o de zurda. Luka se mezcla con Kovacic, que es la lluvia que desborda el cauce por el mismo centro. Hasta que llega Gvardiol, el nuevo afluente que inunda y anivela el juego.
Slatko Dalic como el barquero que lleva 4 años remando en este país pequeño. Su astucia llevó a los rivales a la primera cascada. Aunque se repusieron, en el curso alto fue el torrente de Orsic el que hizo a los croatas sacar el tercer metal del fondo de su juego. Repiten el bronce de hace 24 años, cuando parecía que Suker podía más que el Sena en París. Repiten el podio de Rusia 2018 cuando Modric, más que un río, parecía el Mar negro sobre el campo.
Luka fluye con sabor a bronce por última vez en mundiales. Antes hubo que luchar a muerte porque la cordillera del Atlas no permitía que discurriera el agua. Los leones perdieron a toda la retaguardia de su manada: terminaron con cinco defensores lesionados y jugándose la piel en cada acción. Amrabat tuvo que convertirse en zaguero y en Qatar daba la impresión de que si lo ponían a comandar una nave espacial también sería capaz de hacerlo. No obstante, el mediocampista de la Fiorentina provocó un penal que el árbitro y el VAR no quisieron ver y estuvo a punto de ser un nuevo escándalo en el penúltimo choque de la Copa.
A Sofian le faltaba su copiloto Ounahi, al parecer con molestias que no le permitieron alinear de entrada. Con su ingreso en el segundo tiempo, los magrebíes mejoraron. Y estuvieron a punto de secar a los europeos.
Ese era el duelo, la humedad contra la aridez. El agua contra el desierto. Y si no se impuso la arena también fue por Livakovic, que taponeó el delta de los croatas. A pesar de alguna complicidad en el gol de Dari, luego fue el que fue durante toda la Copa: un serio aspirante al Guante de Oro, algo inédito para un meta de su país, a pesar de la excelente actuación de Subasic en la edición anterior.
No pudo ser la primera medalla para África ni para Arabia, en específico. Como Corea del Sur en 2002, Marruecos hace historia y también se queda a nada de llevarse una recompensa tangible de su gesta. Quedan el llanto y la devoción de sus aficionados, la sorpresa enorme de su actuación. Queda que su dolor se convierta en arena.
Para Croacia la espuma del triunfo. A reescribir su himno. Y a tomarse la plenitud de Luka Modric, que seguirá fluyendo como todos los ríos, como el calor que ansía su agua, como el polvo que la teme, como él…
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