El cuarto torneo nacional de béisbol en la categoría sub-23 llegó a su final con el triunfo de Santiago de Cuba. Los indómitos lograron el primer bicampeonato en estas lides y dieron color a un campeonato que transitó a lo largo de dos meses con más penas que glorias.
Dos grandes avances se lograron este año en materia de estructura: aumentar el calendario de cada equipo a cuarenta partidos, y jugar al menos una subserie contra los integrantes de la otra llave de la misma zona geográfica.
Se consiguió algo de movilidad para un torneo sumamente aburrido en sus tres primeras ediciones, en las que todos los partidos –salvo en los play off– se jugaban entre los integrantes de un mismo grupo. Esta desvencijada estructura, que todavía se mantiene en las categorías sub-15 y sub-18, convertía la justa en una monótona triple vuelta.
Sin embargo, no todas las noticias fueron buenas; algunas, incluso, resultaron desastrosas, más que alarmantes.
Lo más negativo de este torneo –más allá de la poquísima afluencia de público a los estadios, la pésima calidad de algunos o la dilatada duración de los encuentros– fue el pésimo control de los serpentineros. Este fue un mal que asomó en el cuarto Clásico Mundial, en el que se otorgaron treinta boletos en seis partidos, y que demuestra que nuestros lanzadores del futuro tiran la pelota para cualquier lado menos cerca del home.
Las siguientes estadísticas no se alcanzan ni en el pitén del barrio. Se propinaron 2404 boletos o lo que es lo mismo: 7,5 bases por bolas por cada juego de nueve entradas. Llegaron a primera base por concepto del lanzador casi 3000 corredores –2981 si sumamos los 577 pelotazos–, lo que da un promedio de más de 9 nueve hombres por partido. Con tantos truenos se lanzó para un aceptable 3,72 CL pero el WHIP general alcanzó el astronómico 1,44.
De la defensa ni hablar. En la liga a la floja del central donde vivo se fildea mejor. El promedio defensivo fue un paupérrimo 964 con casi tres errores (2,81) como promedio por partido, y no todo es atribuible a la calidad de algunos estadios que, con la fuerte sequía que padece el país, parecen verdaderos potreros.
La ofensiva sí estuvo al nivel de esta categoría con 267 de average colectivo. No obstante, los entrenadores tienen que trabajar con el tacto de estos peloteros en plenitud de facultades pues recibieron 3481 ponches, casi once por partido. Si con esta edad no chocan con la bola…
A pesar de tantos lunares se destacó un grupo de jóvenes que parecen listos para triunfar al máximo nivel en Cuba. Ilustro con varios ejemplos.
Si de bateo se trata el torneo tuvo dos grandes figuras: Leonel Segura y Lionard Kindelán. El inicialista camagüeyano mereció estar en la preselección rumbo a la Liga Can-Am porque “descosió” la pelota en el sub-23. Fue líder en bateo con abultado 438, en hits con 63 y en tubeyes con 17. Si a esto le sumamos que en la pasada serie nacional fue uno de los seis peloteros que conectó más de cien indiscutibles cabía perfectamente en la pre-nómina rumbo a Canadá.
El hijo de Orestes implantó record en jonrones con 11 e impulsó 45 carreras, aunque también fue líder en ponches con 37. Lionard demostró todo su poder en la final con dos inmensos jonrones que se desaparecieron del Guillermón Moncada, y con nueve carreras impulsadas entre semifinal y final. En total, en toda la justa despachó 13 jonrones e impulsó 54 carreras en solo 44 encuentros. Tiene su asignatura pendiente en el bateo de los rompimientos, pero cuenta a su lado con un excelso profesor. Definitivamente hijo de gato caza ratón.
Otros peloteros como el villaclareño Norel González, el granmense Yoelkis Céspedes y el matancero Ariel Martínez demostraron que este torneo les queda bien chiquito. Ellos, con justicia, hicieron el grado para los choques de la Can-Am.
El picheo, por su parte, tuvo nombre y apellidos: Yosver Zulueta. La labor del lanzador villaclareño fue IMPRESIONANTE. Implantó record de ponches con 74 en solo 49 entradas para un fabuloso K/9 de 13,59. Por si fuera poco, fue líder en promedio de carreras limpias con 0,73, con solo 4 carreras permitidas y apenas 4 tubeyes como extrabases en contra. Con semejante aval se ganó su inclusión en el equipo Cuba en el que alternará, según el mentor Roger Machado, como abridor y relevista largo. A sus 19 años es la nueva joya del picheo cubano.
Varios lanzadores mostraron mayor madurez rumbo a la próxima serie nacional, como los camagüeyanos Dariel Góngora y Josimar Cousín, el pinareño Yosvany Álvarez, el mayabequense Luis Manuel Castro y el santiaguero Ulfrido García, que desterró, al parecer, el descontrol que lo perseguía.
Por suerte para la pelota cubana la final reunió a dos históricos como Santiago de Cuba y Villa Clara. Excelente debut como director para Ariel Pestano que lo pone en la mirilla como timonel anaranjado para un futuro bien cercano. ¿Se imaginan a Pestano y a Víctor Mesa discutiendo las reglas de juego como directores de Villa Clara e Industriales cinco años después del polémico diferendo? El béisbol es tan inverosímil como la vida misma.
Aplausos para Santiago de Cuba que, cual la aplanadora de antaño, aplastó a sus rivales a lo largo de la serie y luego triunfó inobjetablemente en la final. De otra galaxia sus 27 carreras y 31 indiscutibles conectados en los dos juegos que le dieron el título. ¿Oscar Luis Colás, Yoelquis Guibert, Sergio Barthelemy y el propio Lionard Kindelán serán los miembros de una futura dinastía en la pelota cubana?
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Lo más penoso del final del campeonato fue que las principales figuras de los equipos debieron abandonar el torneo por el llamado a filas de la preselección de Cuba. Estas ausencias, por ejemplo, le costaron la clasificación a Camagüey que vio como tres baluartes de su cuerpo de lanzadores se marchaban hacia los entrenamientos en tierras capitalinas.
Sin embargo, y esto es una verdad innegable, el torneo nacional del sub-23 resulta valioso porque desarrolla el talento que existe en nuestros diamantes. Su calidad puede ser muy cuestionable pero la competencia es bien necesaria si queremos retornar algún día a planos estelares. Hay que seguir lanzando bolas hasta que se conviertan en strikes.
Lo más curioso (y a la vez penoso) del torneo: el forfeit decretado a Camagüey y Sancti Spíritus en el mismo juego por una reyerta que provocó la expulsión de más de treinta peloteros.
Lo más negativo: el desastroso papel de Guantánamo convertido en el saco de boxear de todos los equipos de la zona oriental.
Lo más positivo: el desarrollo de jóvenes talentos encabezados por Yosver Zulueta.