Hace solo unos días, con algo de trabajo, hablé con Estela Rodríguez. Su teléfono sonaba y sonaba insistentemente y no había respuesta, hasta que por fin esa voz tan jovial y peculiar de Estela cobró vida del otro lado de la línea. Fue una llamada rápida —minuto y medio, quizás— porque la primera campeona mundial del judo cubano debía atender algunas urgencias médicas. No obstante, en ese tiempo alcanzó para coordinar una entrevista en las semanas venideras.
A Estela la conocí personalmente a principios de febrero de este año, cuando coincidimos en la presentación del libro Medallas al corazón, una obra del colega Joel García que recoge 50 testimonios de varias estrellas del deporte cubano, incluida la otrora estelar reina de los tatamis, entre finales de los años 80 y la década del 90 del siglo pasado.
Ese día, recuerdo, le pedí su número de teléfono en medio de una muchedumbre que no quería irse a casa sin tomarse una foto con ella. Estela, imponente desde sus dos metros de estatura, disfrutaba ser el centro de atención y respondía a todos con placer, mientras presumía su camisa mitad azul, mitad roja, con los respectivos logos beisboleros de Industriales y Santiago de Cuba a cada lado del pecho. Cuando la vi con aquella chamarra, intuí que en materia de bolas y strikes le costaba inclinarse al bando indómito o al capitalino, eternamente encontrados en los diamantes de la Isla.
Justamente, esa era una de las preguntas que le tenía preparada: “¿industrialista o santiaguera?”, le diría para sacarle los colores y ponerla en aprietos. Pero, por desgracia, la entrevista a la primera mujer cubana que ganó una medalla en los tatamis olímpicos no ha sido posible. Este domingo 10 de abril, Estela Rodríguez falleció repentinamente por una insuficiencia cardíaca y nos apagó la sonrisa.
La santiaguera, nacida el 12 de noviembre de 1967, era todo amor y alegría, por ello su partida ha sido un mazazo tremendo para el movimiento deportivo, su fanaticada y varias de sus principales estrellas. Por ejemplo, una de las espectaculares “Morenas del Caribe”, Mireya Luis, expresó en las redes sociales que dolía en el alma la muerte de una estrella. “Te extrañaremos”, afirmó una de las tricampeonas olímpicas del voleibol cubano.
Otra estrella del judo en la Isla, Dayma Beltrán, también dejó un sentido mensaje de despedida a la que fuera su rival, compañera y amiga. “Mucha luz para tu alma, agradecimiento eterno por el tiempo compartido, por ser una rival de respeto y que me hizo cada día esforzarme para ser mejor”, apuntó la subtitular olímpica de Sydney y Atenas.
Dayma coincidió con Estela en el equipo nacional durante varios años, experiencia que fue muy provechosa para las dos. “En los tiempos que entrenábamos juntas nos ayudábamos mutuamente en todo. Viajamos muchas veces a las mismas competencias y ella competía en una división y yo en otra. Su ayuda fue positiva para mí y creo que modestamente también le aporté mucho a su carrera, pues tener una contraria de nivel en tu propio país te hace mejor judoca”, sentenció Rodríguez en los testimonios que se recogen en Medallas al corazón.
Ahora, después de la irreparable pérdida de Estela, Dayma afirmó que, gracias a ella, gracias a tenerla como compañera, pudo ganar la confianza necesaria para enfrentarse a cualquier judoca sin pensar cuánto pesaba o los títulos que tenía.
“Siempre te recordaré con agradecimiento y alegrías, porque sé que así lo prefieres. Siempre una risa o un cuento, tantas historias vividas entre el sudor y el esfuerzo diario, tantas risas y llantos en todos esos años en el Cerro Pelado. No estamos preparados para las pérdidas, pero hoy, después de muchas sesiones para aceptarlo, sé, aunque duele, que es lo más natural. Vuela alto negra y a seguir cuidando de los tuyos desde el cielo. Luz para tu alma”, escribió en un emocionante mensaje Dayma Beltrán.
Sus palabras nos dejan claro el tipo de persona que era Estela Rodríguez, su altura como profesional y como ser humano. En lo particular, me duele no haber podido sentarme a conversar con Estela largo y tendido, descubrir y contar sus innumerables historias que están, por méritos propios, en un sitial sagrado del deporte cubano.
Pero no queremos privarnos de sus testimonios, no queremos que la voz de Estela se apague, por ello tomamos algunos pasajes de su entrevista con el colega Joel García, donde repasa su resistencia a competir en el judo y su posterior esfuerzo para colarse en la élite, así como las satisfacciones que le dejó ser toda una campeona.
Una lección de vida
“Nunca (había entrado en un tatami), pero me apunté y no iba. Solo estaba interesada en tener un grupo para recibir las clases. Un día el entrenador fue a buscarme a la casa, allá en Palma Soriano, por mis ausencias reiteradas al judo. Tremenda pena, mi papá me obligó a que recogiera las cosas y partiera en ese momento para la escuela. Mi mamá era más comprensiva y dijo que no me obligaría a practicar ese deporte si no quería. Esa tarde entré por primera vez a un colchón de judo.”
El primer día en los tatamis
“Ese día tenía los rolos puestos y lo primero que hizo el profesor Roberto Lewis fue meterme un estrellón para que aprendiera que al judo no se iba con rolos. Empecé a ir con frecuencia, pero seguía sin gustarme. Un día, en el entrenamiento, le partí el brazo al entrenador y él, en lugar de sentirse mal, estaba contentísimo porque decía que ahora si iba a ser campeona mundial. Tenía una pena grandísima con él, porque llegó a decirme ‘mi hija’ y lo menos que pensé y quería era hacerle eso en una jornada de preparación.”
La primera cubana campeona del mundo
“En 1989 realicé mi primera gira europea y obtuve algunas medallas. Cuando llegamos al Mundial de Belgrado, el profe (Ronaldo Veitía) solo me decía que tenía que ser más madura para aspirar a un gran resultado. Primero fui quinta en más de 72 kilogramos y después en la división libre gané el oro. Pensé en mucha gente, en mis hijos, en Robert Lewis (su entrenador de la infancia), en mi familia, en Cuba. Esa medalla la guardo con especial cariño por ser la primera y porque fue la única que disfrutó mi mamá, fallecida en 1990, cuando empezaba mi gran cosecha de premios, de más de cien medallas.”
La gloria olímpica
“El entrenamiento fue muy duro para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Yo tenía un nombre en este deporte y el pronóstico lo sobrecumplí, pues terminé con plata. La preparación física fue fundamental, aunque nunca me gustó correr en la pista, prefería entrenar haciendo judo.
“Para los Juegos de Atlanta 1996 la situación resultó similar, con la diferencia de que ya tenía más experiencia y el reto de igualar o superar la actuación anterior. Y pude superarlo, porque a la china con la que discutí el oro le había ganado un año antes. Esa derrota, unida a la del Mundial de 1991 con una polaca, faltando cuatro segundos para el final, son los recuerdos más amargos de mi carrera.”
El regreso a los tatamis
“Me había alejado de la preselección nacional a finales de los noventa porque estaba cansada. Cuando decidí regresar en el 2001 el objetivo era dar lo mejor de Estela en una nueva etapa, sin tener ninguna prerrogativa por mis méritos anteriores. Tuve que ganarme el derecho a ir al Campeonato Mundial de Múnich como cualquier otra atleta del equipo, pero al quedarme sin medallas confirmé que contra el tiempo no podía luchar. Consulté con el profe Veitía y finalmente pedí mi retiro.”
Me creía olvidada, pero…
“ (…) hace unas semanas después que la televisión pusiera un video con algunos de mis combates, un niño me preguntó por la calle: ‘¿tú eres la judoca que salió ayer en la televisión?’ Y esa expresión me llegó aquí, al corazón, porque me creía olvidada…”