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Filiberto Delgado Santiago no es un tipo guapo. Lo confiesa con serenidad, acomodado en una esquina del sofá de su casa, en el Reparto Santa Felicia, Marianao. La efusividad que antes mostraba en el borde de los colchones no parece extenderse más allá de los combates y entrenamientos. Son otras las emociones que se le escapan cuando repasa una trayectoria repleta de medallas olímpicas y mundiales.
Su historia recoge buena parte de los éxitos de la lucha cubana, más de los que podríamos imaginar. El trago de la felicidad, un día, se tornó amargo: Italia le abrió las puertas y él terminó forjando otra presea con doble sabor cubano, porque quien peleó por Italia en Río de Janeiro 2016 era un matancero bautizado Frank Chamizo, entrenado por él.
A pesar de decisiones que en su momento se le atoraron como un nudo en la garganta, Filiberto decidió perdonar y, llegado el momento, aceptó volver a ponerse al frente de una selección nacional cubana. El reto de liderar la lucha femenina lo ilusionó tanto como volver a vestir la indumentaria del equipo antillano.

“El Puli”, un tipo tranquilo de Marianao
“Nací en Marianao, en 1952, y he hecho toda mi vida aquí. Siempre he dicho que no soy habanero: soy marianense”, arranca con una sonrisa, luego de repasar los paraderos de muchos medallistas que se han ido perdiendo en la memoria colectiva.
Le llaman “El Puli”, un mote que, desde pequeño, le decía su madre. “Todos me conocen así. No soy un guapo, aunque haya nacido en Marianao y me haya criado aquí. Soy muy tranquilo, familiar, casero y amante de mi país y de la fidelidad”, asegura.
Sus primeros contactos con los colchones se dieron en el combinado deportivo Jesús Menéndez. Después del típico arranque beisbolero, un joven Filiberto, de 15 años, fue flechado por la lucha: “Todo se dio, en gran medida, gracias a mi desaparecido hermano por parte de madre, Alberto Albesú Santiago, quien llegó a ser hasta Comisionado Nacional. Él fue mi inspiración. Siempre en el estilo libre, pues la greco no tenía gran auge.
“Creo que nunca tuve condiciones excepcionales para ser atleta de alto rendimiento”, reconoce. “Por eso me dediqué mucho a la pedagogía. Luego ingresé en la Escuela Superior de Educación Física Manuel Fajardo, actualmente conocida como Universidad del Deporte. Allí entrené y estudié la carrera de profesor de Educación Física, especializado en lucha. A los 19 años ya era entrenador”.

Con mucho trabajo, fue destacando entre los preparadores, primero como profesor de la EIDE Rubén Martínez Villena, en Playa; luego en la EIDE Mártires de Barbados, y más tarde como jefe de cátedra de la ESPA Provincial.
“En 1983 ganamos por primera vez la primera categoría: derrotamos a Santiago de Cuba. En 1987 se formó la ESPA Nacional y me promovieron como jefe de cátedra. Fue un momento agridulce para mí, porque perdí a mi mamá”, recuerda, algo consternado.
“Allí obtuve mis primeros grandes resultados, con campeones mundiales juveniles que luego fueron subidos al equipo nacional. En total, se alcanzaron más de 29 medallas en certámenes del orbe juveniles”, relata.
Su progresión lo llevó a asumir el liderazgo del equipo masculino de mayores del estilo libre tras los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996: “Fue el 3 de octubre de 1996, exactamente. Puedo sentirme dichoso porque alrededor del 90 % de los atletas que tuve en ese momento fueron alumnos míos en la ESPA, por eso no me costó tanto trabajo adaptarme”.
Entre 1996 y 2008 Filiberto Delgado comandó la preparación de los grandes hombres de la lucha libre cubana. Por sus manos pasaron, entre otros, Yoel Romero, Iván Fundora, Alexis Rodríguez y el campeón olímpico de Atenas 2004, Yandro Quintana.
Un libro rojo y grande, de tapa dura, lo acompaña durante la conversación. Él lo llama “mi biblia”. En sus hojas, ya marchitas por el paso del tiempo, están escritos de su puño y letra muchos de los resultados de los luchadores cubanos que pasaron por su disciplina.
Desde 1987 hasta la actualidad, Filiberto encuentra medallistas regionales y continentales en ambos sexos, así como preseas mundiales juveniles y de mayores, que acompañan las historias de aquellos hombres y mujeres que lograron subirse a los podios de varios Juegos Olímpicos absolutos y de la Juventud.
Trata el libro con sumo cuidado, acaricia las páginas con la palma de su mano y, nombre a nombre, evoca los sucesos de un periodo que toca fibras hondas.

“No sabría describirte esa etapa… Fue algo muy grande en mi vida, con resultados gigantes y unos atletas que supieron asumir una filosofía de trabajo bastante exigente, con tres o hasta cuatro entrenamientos diarios. En los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007 casi barro al equipo de Estados Unidos, pero se me quedó Yoel Romero en una preparación en Alemania. Si él no se hubiese quedado, metíamos barrida.
“El elenco nuestro llegó a Río en excelente forma, y me llena de orgullo ver cómo ellos enfrentaron esa competencia. El 2005 también fue brillante, pues fuimos campeones en la Copa del Mundo, al ganarle a Rusia, Uzbekistán, Estados Unidos, Canadá, entre otros países.
“A nivel olímpico, me cogieron medallas Yoel (Romero) y Alexis Rodríguez en Sídney 2000; Yandro Quintana e Iván Fundora en Atenas 2004; y Michel Batista y Disney Rodríguez en Beijing 2008”, rememora.
Justamente, el oro de Yandro en Atenas es uno de sus recuerdos más especiales: “Fue magnífico. Él estaba fuera de serie. Si hubiese luchado al cien por ciento, estuviéramos presos, porque hubiese matado a uno. En 2004 él era invencible. Después, por cosas de la vida, no logró grandes resultados. Raúl Cascaret, Alejandro Puerto y Yandro son, para mí, los tres mejores luchadores libres que ha tenido Cuba, sin menospreciar a otros como Yoel y Alexis, dos gladiadores muy explosivos. A mis atletas siempre los he cuidado como un cristal, y nunca hablaré mal de ellos”.
Pero la primera vez que estuvo cerca de la cima olímpica fue en Sídney 2000, cuando Yoel Romero perdió en la final contra Adam Saitiyev. “Empezando la pelea, el ruso le tiró un movimiento, un koguchi, y lo desestabilizó. Hubo una acción que pudo haber emparejado el combate, cuando el árbitro pitó y ya Yoel estaba detrás de Saitiyev para marcar puntos. Romero perdió inobjetablemente; el ruso fue muy superior. Luego, en el Mundial, le quitaron la pelea ante Saitiyev, al punto de que el ruso no subió a coger la medalla. Él nos dijo que sabía que había perdido”, apunta.
De aquella época, Filiberto recuerda la rivalidad y el altísimo nivel de la lucha libre en Cuba, con figuras de enorme talla como Romero, Yandro, Alexis Rodríguez o René Montero: “Cuando teníamos topes de control en el Cerro Pelado, aquello se paralizaba por completo. La gente del judo no entrenaba, los de la esgrima no entrenaban, los del baloncesto tampoco. Era todo el mundo metido en el gimnasio de lucha para disfrutar de la rivalidad existente en la preselección. Recuerdo la eliminatoria entre Daniel González y Fundora para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Daniel era el titular, pero Fundora se fue colando poco a poco, y dije: ‘¡Aquí hay que fajarse!’. Esas tres peleas fueron un acontecimiento”.
De su etapa como entrenador, también rememora la salida de atletas que decidieron no regresar a Cuba: “Es muy fuerte… una situación complicada. Pero siempre uno trata de ver el lado positivo del deportista. Todo lo que ese atleta me rindió no puedo olvidarlo por una decisión que él tomó. Nunca hemos aplaudido eso, pero, con el tiempo, los desacuerdos se van limando y les deseamos lo mejor del mundo. Están los casos de René, Alexis y Yoel… señores luchadores. Es doloroso que un atleta se te quede después de tantos años de sacrificio”.
Un adiós amargo y la medalla olímpica bajo otra bandera
Con resultados sostenidos a los más altos niveles de la lucha, en 2008 Filiberto Delgado acabó su etapa en el conjunto nacional, luego de que, a decir del nuevo entrenador, Julio Mendieta, se tomara la decisión de rejuvenecer al equipo de cara al nuevo ciclo olímpico.
Él prefiere no hablar mucho del tema. “Se me planteó la posibilidad de sustituirme… yo lo acepté, y pasé a trabajar en la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo como profesor. Estando allí, llegó una solicitud de la Federación Italiana para que me fuera a ese país como entrenador. Y me pongo tan dichoso que, llegando a Italia yo —a través de Cubadeportes—, poco tiempo después arribó el matancero Frank Chamizo, por otra vía.
“Lo conocía de nombre, pero nunca había trabajado con él. Rápidamente surgió una gran química entre nosotros. Era la primera vez que trataba con un solo atleta. Fue un amor a primera vista, por así decirlo”, cuenta sobre lo que fue el inicio de un nuevo camino de éxitos.

“Era un luchador con sobradas condiciones. Lo único que necesitaba era que lo guiaran y lo metieran en la disciplina del entrenamiento. Aceptó esas condiciones y respondió siendo campeón europeo, titular mundial sub-23, campeón mundial absoluto en Las Vegas y bronce olímpico en Río de Janeiro 2016, siempre compitiendo por Italia.
“Te digo que cuando llegué a Italia comencé a trabajar con el equipo nacional, pero, al mes y medio, el compañero al frente de la Comisión Técnica me orientó que me enfocara únicamente en Frank. Todo lo planificábamos nosotros: las salidas, los países a los que queríamos ir, los días que estaríamos… Luego lo presentábamos, y generalmente lo aprobaban. Estuve tres años y medio trabajando con Chamizo allá. Mis relaciones con él son espectaculares. Me permitió resurgir en mi trayectoria como preparador”, confiesa.
Cara a cara de regreso a Cuba
Filiberto Delgado regresó a las filas de la selección nacional cubana con el conjunto femenino, luego de que autoridades del Inder se pusieran en contacto con él durante los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016.
“Acepté el desafío porque soy un eterno enamorado de mi país, vivo orgulloso de defender la bandera cubana. También vi la posibilidad de continuar mi obra en Cuba y de demostrar… no te puedo mentir. Cuando me presentaron en el equipo femenino, en 2017, recibí una aceptación muy grande, y eso me motivó mucho para trabajar con ellas. Eran nuevos conceptos de vida y de formación; tenía atletas de 15 o 19 años que no sabían lo que era la lucha. Mis alumnas me mantienen ilusionado ocho años después: son muy cariñosas y entregadas. A Milaimys (Marín) y a La Chiqui (Yusneylis Guzmán) las miro y sé lo que piensan, por ejemplo. Pero lo que más me motivó fue el reto conmigo mismo”.

“Entrené también a Lianna Montero, nuestra primera medallista mundial de mayores, y a Yudaris Sánchez, la primera medallista universal sub-23 de Cuba. La metodología con las mujeres es completamente diferente a la de los hombres, te lo aseguro. Luis de la Portilla, quien fuera Comisionado Nacional, me apoyó mucho en esta gestión”.
¿Qué valor tienen para usted esas medallas de Yusneylis (plata) y Milaimys (bronce) en París 2024?
No tienen comparación en mi trayectoria como entrenador, pues acudí con dos atletas y las dos subieron al podio. Siempre pensamos que Milaimys podía ser medallista en el actual ciclo olímpico, no en el anterior. Ella pudo haber discutido el oro, pero no cumplió el plan táctico trazado en el primer tiempo y, cuando levantó, ya era tarde. Sin discusión, eso es lo más grande que me ha pasado como entrenador, entre otras cosas porque ocurrió en una delegación en la que las medallas no aparecían.
¿Cómo vivieron la situación que posibilitó que Yusneylis Guzmán discutiera el oro olímpico?
Esta es la historia real de lo que pasó con “La Chiqui”, sin ocultarte ni exagerar nada. Nos levantamos a las seis de la mañana porque ella tenía como 700 u 800 gramos de más; eso, en la lucha, es normal. Ya luego recuperó el peso y se comprobó más tarde. Nosotros, incluso, le prestamos la tijera a los entrenadores indios para que pelaran a su atleta.
Cuando estábamos en el dormitorio, me llamó el Jefe de Arbitraje y me dijo que la india se había pasado de peso, por lo que Yusneylis disputaría la medalla de oro. Eso me pareció increíble.
Me fui para la competencia y vi al entrenador de Francia, quien me dijo que me veía muy tranquilo… ¡cuando mi alumna lucharía por el oro! Ahí me puse en alerta y conversé con Martín, el comisionado nacional, y le expliqué lo que ocurría.
Salí del vestuario y me encontré con el Jefe de Arbitraje de la Unión Mundial. Venía hacia mí. Me dijo que le regalara un tabaco porque “La Chiqui” discutiría el título. Ahí sí me puse muy contento. Se lo informé a ella y formó lo más grande en la Villa Olímpica.
Peleó en la final con la estadounidense, una luchadora genial. Le dije que Sarah no la podía dominar cómodamente. No estaba pensando en el oro, solo en salir de ese combate dignamente, con la cabeza en alto. Fue una buena pelea, dejó una imagen favorable. Ella ha dado un cambio radical, ya es una atleta muy madura. Eso sí, quien te diga que tenía a “La Chiqui” como posible medallista antes de comenzar los Juegos es un mentiroso: esa presea no la esperaba nadie.
Como entrenador, ha ganado medallas en todas las Olimpiadas en las que ha estado —que son seis—, excepto en Tokio 2020…
El sueño de todo entrenador es tener una medalla olímpica. Imagínate yo, que tengo ocho, lo feliz que soy. Mi primer metal olímpico, en Sídney 2000, fue de plata. Lo consiguió Yoel Romero, y lo viví con demasiada contentura. De hecho, tuve un pequeño intercambio en ese entonces con Humberto Rodríguez, presidente del Inder, por la forma en que festejé aquel resultado.
¿Llegará a Los Ángeles 2028?
Es muy fuerte pensar en cuatro años más al frente del elenco. Quiero encaminar al equipo lo más que pueda, y poco a poco ver qué ocurre. Es una decisión que tomaré en el camino, en dependencia de cómo me sienta y de los resultados. Lo único que me queda pendiente como entrenador es la medalla de oro olímpica entre las mujeres.
¿Qué puede sacarle las lágrimas?
Te soy sincero: soy flojito para llorar. Cuando he obtenido grandes logros, no he podido aguantar las lágrimas. Es algo espontáneo.

Fuera de la casa, todos lo saludan. Filiberto posa ante el lente, no oculta nada. Sus arrugas son la muestra de la experiencia acumulada y las medallas, el orgullo de un gurú que asumió el reto con ganas de demostrar, y lo consiguió.
No hay secretos. Es un tipo singular que cree en Dios en determinados momentos, lleva en su cadena a la Virgen de Santa Bárbara y tiene su ashé natural, como dice Brenda, una de sus hijas, en el instante en que nuestro diálogo llega a su final.
Esta entrevista forma parte del libro inédito De la arena al podio olímpico: gladiadores cubanos se confiesan