Parece inevitable, al menos en los bares brasileros, que la Copa del Mundo de mujeres y la Copa América de hombres se reflejen como espejos invertidos. Mientras ellos empatan con Venezuela, ellas triunfan contra Italia; en cuanto a Neymar lo titulan con acusaciones de violación; Marta se torna máxima goleadora de la historia de los mundiales.
Sin embargo, no hay que confundir conquistas coyunturales con desigualdades que perduran. Marta Vieira Da Silva, la mejor jugadora de la historia del fútbol mundial, a quien la FIFA otorgó el máximo premio cinco veces consecutivas –2006, 2007, 2008, 2009 y 2010–, un récord jamás alcanzando por un futbolista masculino, gana entre 400.000 y 500.000 dólares al año. Neymar, que nunca ha ganado un balón de oro ni un mundial, gana 74 veces más.
¿Por qué tiene tan poca difusión el fútbol femenino de Brasil siendo tan exitoso? ¿Por qué Marta queda eclipsada ante tantos hombres que no se destacan del montón? ¿Sobre qué criterios se fundamenta tal desigualdad? La historia, reputación y cuenta bancaria de Marta es apenas una burda muestra de las disparidades de género que ordenan al fútbol profesional en el país mas futbolero del mundo. Los porqués, como todos, son históricos. Y se puede llegar a ellos con la ayuda de las investigaciones de la antropóloga Carmen Rial de la Universidad Federal de Santa Catarina, el historiador de la Universidad de Sao Paulo Fábio Franzini y algunas imágenes extraidas del “Museu Do Futebol Pacaembu”.
Las mujeres siempre estuvieron en el fútbol brasilero. Incluidas, mas no igualadas. A comienzos del siglo XX era común que las “senhoritas” de la alta sociedad asistieran los partidos en el sur del país o en las tribunas del club Fluminense en Rio de Janeiro. Mientras los trabajadores (incluyendo negros y mulatos) iban ocupando gradualmente lugares en los equipos antes reservados a los aristócratas, las mujeres iban también corriéndose del rol de aficionadas para convertirse en jugadoras.
Para 1940, el diario paulista Folha da Manhã reconocía la existencia de diez equipos en la entonces capital federal Rio de Janeiro. Se trataba de clubes periféricos como el Eva F. C., o E. C. Brasileiro, o Cassino Realengo, o Benfica F. C. o el Primavera F. C.
La cantidad de mujeres en el fútbol se expandía como mancha de tinta. Sólo en Rio de Janeiro se contaban cuarenta equipos durante la década del 40. Brasil ya se encontraba bajo el gobierno de Getulio Vargas, un militar que hasta el día de hoy divide aguas entre unos que reconocen los derechos sociales conquistados en su época y otros que lo acusan de dictador. Lo cierto es que Vargas, el 14 de abril de 1941, sanciona el Decreto-ley Nº 3.199 que, en su artículo 54, definía que “A las mujeres no se les permitirá practicar deportes incompatibles con la condición de su naturaleza, y por esta razón, el Consejo Nacional de Deportes debe publicar las instrucciones necesarias para las entidades deportivas en el país”. Previamente, durante y después, los grandes medios de comunicación se hicieron eco de la contraofensiva represiva.
El decreto, que excluía a las mujeres del fútbol, buscaba proteger sus capacidades de procreación, que supuestamente serían puestas en riesgo por la práctica de deportes. Se buscaba proteger los cuerpos “frágiles” y “delicados” de las mujeres para concebir “niños sanos”. Hombres prescribiendo los usos legítimos de los cuerpos femeninos. Un biologisismo patriarcal vuelto ley que hacía de la maternidad un mandato estatal. Y más en el fondo había una verdad última: ellas estaban disputando un lugar de ellos. La ley de Vargas era una revancha de género.
Ni prohibidas las mujeres dejaron de jugar, aunque, claro está, la actividad se redujo. En 1950, en la ciudad de Pelotas, en el sur de Brasil, el Vila Hilda F.C y el Corinthians F. C, desafiaron la legislación y se mantuvieron en funcionamiento hasta ser finalmente prohibidos por el Consejo Regional de Deportes.
La proscripción no solo perduró, sino que, por momentos, se agravó. La dictadura militar iniciada en 1964 también eliminó la competición de las mujeres en las luchas y los saltos. Pero sin duda, la exclusión más fuerte es la del fútbol ya que, como dice la antropóloga Carmen Rial, este deporte era –y es– una expresión fundacional de la nación brasilera, por ende, la exclusión de dicha órbita implicaba una exclusión de las mujeres a la participación plena en la nación.
La prohibición sólo finalizó en 1979 cuando renacían los aires de apertura democrática en Brasil con fuerte protagonismo feminista. No es casual que por esa misma época se aprobara la Ley de Amnistía, que permitía el regreso al país de mujeres que lucharon contra la dictadura y se exiliaron. En consecuencia, durante los 80, el fútbol femenino cobra un vigoroso impulso. Lógicamente hubo, como se ha dicho, inclusión pero no igualdad.
El partido de las mujeres duraba 70 minutos –el de los hombres 90–, los botines no podían tener tapones en punta, y pararla de pecho era una falta. Perduraba un enfoque de cuidado ante cuerpos “débiles” y “frágiles”. A eso se sumaba una larga lista de ridículas prescripciones destinadas a mantener la “feminidad” de las jugadoras. Recién en los 90 las normas del fútbol femenino se equipararon a la de los hombres. Aquella fue, sin duda, una década ganada: la primera Copa América de 1991, el primer campeonato nacional de 1994, el cuarto lugar en los Juegos Olímpicos de 1994 y la participación en los mundiales de China, Suecia y EEUU.
El derrotero transitado muestra que el fútbol no es meramente una cuestión de pelotas. Ni es patrimonio exclusivo de los hombres, ni es un tan sólo un deporte. El fútbol es un campo de disputa sobre el que se ordena la sociedad en la que vivimos.
Los avatares del “futebol” brasilero jugado por mujeres muestran, por un lado, una historia de resistencias y conquistas con más gestos de rebeldía que sumisión. Por otro lado, que hay una permanente ofensiva misógina que busca hacer de las mujeres cuerpos sumisos y pasivos. Afortunadamente, hay nuevas oleadas que oxidan viejas consignas. Ya no es gratis vociferar que el fútbol “es cosa de hombres”.
Ahi señor adonde vamos a llegar con el feminismo.La razon de que Neymar gane ese dinero es que lo GENERA.El futbol femenino interesa a poca gente,no conozco ninguna mujer que se reuna con sus amigas a ver la Liga de futbol de Brasil,España,Francia..y etc.La mitad de la poblacion mundial es femenina,una forma facil de que Marta y sus compañeras empiezen a ganar el dinero que ganan sus colegas masculinos seria que las mujeres en masa empezaran a frecuentar los estadios,pagar la cuota de DirectTV para seguir la liga,comprar camisetas y toda la mercaderai asociada a ello,pero no lo hacen.Y no es culpa de ningun malvado PATRIARCADO,es que no les interesa y punto.Las mujeres que les gusta el futbol son pocas y siguen al futbol masculino,y mas bien esporadicamente,de Mundial en Mundial.Tan dificil de entender es que somos seres DIFERENTES,con iguales DERECHOS,pero diferentes en muchisimas cosas y esta bien que asi sea.
Vamos hablar la verdad,no hay comparacion entre un partido de futbol femenino y uno masculino,las mujeres no poseen ni la tecnica,ni la fuerza,ni la velocidad de un futbolista masculino.Cualquier equipo decente de aficionados derrota a una seleccion femenina de las que participan en el Mundial.Y esto repito,no es culpa de ningun malvado patriarcado,es la naturaleza.Por supuesto que las mujeres tienen todo el derecho del mundo de paracticar el deporte que les plazca,pero hasta en tanto no GENEREN el dinero que genera el futbol masculino no pueden cobrar igual.Yo tambien soy jugador de futbol,de pachangas los domingos con mis amigos,acaso merezco ganar dineropor ello?