El mismo día que Francia sacó del Mundial a la Argentina de Lio Messi y que Uruguay dejó con las ganas al Portugal de Cristiano Ronaldo, el fútbol cubano tuvo su partido más importante del año. Al menos, a nivel doméstico.
No tuvo cámaras ni reflectores ni narraciones enardecidas por la televisión. Tampoco se jugó sobre un pasto perfecto ni los jugadores engordaron sus bolsillos con el resultado. Tuvo, en cambio, una grada repleta –a pesar de la coincidencia de horario con Rusia 2018– y un tropel de emociones que hizo una mínima y tardía justicia a la Liga Cubana de Fútbol.
Ese día, 30 de junio de 2018, los campeones vigentes, los Diablos Rojos de Santiago de Cuba, se enfrentaron en un duelo de vida o muerte a sus ya únicos retadores por el trono: los Tiburones de Ciego de Ávila.
Ambos equipos llegaron igualados en puntos (19) a la fecha final del campeonato y a los santiagueros, locales en el estadio Antonio Maceo, solo les valía el triunfo. Sus rivales gozaban de una mejor diferencia de goles y un empate les bastaba para levantar el título.
No era este el desenlace que podía presagiarse vencida más de la mitad del torneo. A la altura del sexto partido, de diez que contempló la Liguilla final, los Diablos Rojos mandaban con comodidad (16 puntos) mientras los Tiburones sumaban 10 y parecían más preocupados por mantener el segundo puesto ante el asedio de Pinar del Río (9).
Los montañeses, por demás, habían sido el mejor equipo en la fase clasificatoria, al dominar su grupo con 26 unidades y un gol average de +14, un performance que los confirmó como claros favoritos para retener el cetro.
Sin embargo, en el fútbol cubano nada puede darse por seguro y aun un conjunto de la solidez de Santiago es capaz de sufrir dos reveses seguidos. Primero Ciego –a fin de cuentas, el otro gran contendiente este año– y luego los coleros de Granma, hicieron tambalear la corona de los santiagueros.
La victoria de los granmenses, 2×0 como anfitriones, dio vida al campeonato justo cuando apenas el balón comenzaba a rodar en Rusia. En otro contexto, quizá, la atención se hubiese desviado al menos un poco hacia las canchas locales, pero en Cuba –otra vez– no sucedió así.
El fútbol cubano parece cada vez más preso en una triste paradoja: mientras más seguidores suma este deporte en la Isla, más se invisibiliza su liga doméstica, más allá de la repercusión local entre los principales aspirantes.
Aun cuando los estadios de Santiago, Ciego o Pinar se llenen, y los periódicos provinciales dediquen alguna que otra página a la actuación de sus conjuntos, reina poco ambiente futbolero en lo que al torneo nacional se refiere. Y poco se hace para que así no sea.
Como espectáculo, la Liga Cubana no es atractiva, poco –o en realidad, nada– enamora en aquellos territorios no involucrados en la pugna por el campeonato. E incluso en los involucrados.
El aficionado promedio en la Isla es capaz de recitar las virtudes de Messi y CR7, de seguir al dedillo las ligas europeas y la lucha por la bota de oro, de hinchar por el Real Madrid, el Barza o el Bayern Munich, pero, en cambio, no domina el calendario del torneo cubano ni tiene la menor idea de quién lidera su tabla de goleadores.
Mientras, en terrenos muchas veces lamentables, sin la atención mediática ni el aseguramiento necesario, con más voluntad que técnica, y arropados por un variable –según marche la suerte del equipo– grupo de seguidores, los jugadores se parten el alma por la triste recompensa de defender los colores de una provincia que mayoritariamente los ignora. Salvo que ganen.
A esa precaria tabla de salvación, a ese mínimo orgullo que alimenta a quienes nada tienen que perder, se aferraron santiagueros y avileños en su último partido del año. El resto de los equipos, aunque debían jugar y jugaron, no podían aspirar ya más que a ser meros espectadores de su porfía, de la batalla que decidiría el 103 campeón de Cuba y bajaría el telón hasta 2019.
Faltando un juego, ya los pinareños tenían el tercer lugar en las manos y el resto –Camagüey, Sancti Spirítus y Granma– la tranquilidad de mantenerse en primera división pasase lo que pasase. Solo Diablos Rojos y Tiburones se jugaban algo: se lo jugaban todo.
Santiago –de blanco, rojo y negro– y Ciego –vistiendo vaya a saber por qué el uniforme de la Colombia de James Rodríguez– saltaron a la cancha del Maceo a comerse vivos.
A los ocho minutos, ya los locales ganaban gracias al gol del refuerzo cienfueguero Yordan Santa Cruz –clave en el once montañés–, pero luego, a pesar de las oportunidades en una y otra puerta, tardó casi una hora en llegar la segunda anotación. Fue el gol del avileño Allan Pérez, uno de los artilleros de la liga, que igualó la pizarra al minuto 65 y sentó momentáneamente a los retadores en el trono.
Pero ya para entonces Ciego tenía uno menos –tras la expulsión del defensa Aníbal Álvarez, en los primeros compases del segundo tiempo– y la presión santiaguera terminaría por inclinar la cancha y el resultado. Goles de Rolando Abreu al 82’ y de Pablo Ramón Labrada, ya en el descuento, sentenciaron el torneo. Fue un final emotivo para un evento opaco, invisible, pero sin dudas luchado.
El bicampeonato es, a fin de cuentas, un justo premio para el mejor equipo del fútbol cubano en la actualidad. Con la baja mostrada por potencias como Villa Clara y La Habana, que pugnarán el próximo año por el ascenso, y la irregularidad de otros buenos conjuntos –para los estándares cubanos– como Camagüey, Cienfuegos y Guantánamo, son Ciego y Pinar del Río los presumibles escollos en el horizonte para un Santiago que proclama su dinastía.
Aunque de un año a otro nunca se sabe. Ni siquiera si seguirá el mismo formato de las últimas temporadas o cuántos de los futbolistas que ahora jugaron preferirán buscar su suerte fuera de la Isla.
Mientras, en las pantallas cubanas siguen los goles allá lejos, en el Mundial de Rusia.
Tabla de posiciones de la Liguilla Final de la Liga Cubana de Fútbol 2018
Pero la Federación Cubana de Fútbol es responsable, en gran medida, de esa apatía x el fútbol cubano. Como se dijo acertadamente hace unos días en la TV, cómo se les ocurre hacer coincidir la Final Nacional con el Mundial, si los primeros q tienen q estar viendo el Mundial son lo futbolistas cuibanos. Y hace un tiempo se jugaba cada dos días. No sé si esto cointinúa, pero es una barbaridad q rompe con la lógica trabajo-descanso. Es como para cumplir un calendario y más nada, como si no importara realmente q el fútbol cubano despegue. Y algo más de lo q no estoy claro, es q me dicen q el técnico del equipo Cuba no convocó a futbolistas q están fuera cuando se le daba esa posibilidad al fútbol y curiosamente no a otros deportes como el voly. Si esto último es real, es otro anacronismo más q envuelve a nuestro fútbol…
Le ronca que no pudieron transmitir la final del fútbol cubano, ni siquiera de forma diferida. Sin embargo transmitieron deferido el juego de los cómicos con las glorias del béisbol de la capital. Increíble, el fatalismo geográfico haciendo de las suyas. Es como cuando juegan en provincia, y los narradores hacen su trabajo desde la habana, en lugar de darle chance a los periodistas locales.
Salu2