Los físicos cuánticos no ven fútbol. Y Christopher Nolan tampoco. Al menos, nunca se percataron de la presencia de quien parece el ser más inútil en todo el estadio: el cuarto árbitro. El cuarto árbitro lo ignora, pero en sus manos está un artefacto que cualquier científico desearía. Cuando levanta la pizarra electrónica, se abre un agujero de gusano. Una puerta para teletransportarse. Si en el universo Stargate era una semicircunferencia antigua, en el fútbol es un moderno cuadrado.
La cancha y el banco como dos dimensiones lejanísimas a las que solo delimita una línea de cal. El director del equipo como quien intenta descifrar códigos de cuatro cifras para enviar a los suyos al punto del espacio que quiere. Así cambiar el juego del juego. Así el fútbol “como un ir y venir, seguir y guiar, dar y tener, entrar y salir de fase”. Un eterno transporte donde cualquier modificación trastoca el desenlace.
Pero como amamos más la trama, iremos hasta el minuto 52 del España-Alemania. Luis Enrique, el entrenador de la Roja, mete a Álvaro Morata, su único delantero centro natural, por Ferrán Torres. En el 62, el ariete del Atlético de Madrid batía a Neuer tras un pase de Jordi Alba. La respuesta de su homólogo Flick fue una triple sustitución casi cuando faltaba un cuarto de hora para terminar el choque: Kloosterman, Sané y Fullkrug.
Estos dos últimos fueron dos focos intermitentes que de pronto se sincronizaron para irradiar la puerta de Unai Simón. Y con Musiala (miró a Gavi todo el encuentro por encima del hombro), que era el único faro en todo el puerto alemán, generaron el empate (1-1). Incluso, Sané tuvo la victoria en la penúltima del tiempo añadido, pero quizá su falta de ritmo luego de una lesión que no le permitió jugar la primera ronda ante Japón, le pasó factura en la definición. España casi aseguró el liderato del grupo. Los tanques tendrán que seguir sustituyendo piezas para avanzar en el árido suelo qatarí.
A Yasine Bouno se le vio en el túnel. Entonó el himno marroquí. Pero cuando el partido despertó, ya otro león estaba ahí… para cuidar la portería. Y ni Monterroso ni el director de la transmisión supieron cómo ni por qué. Al terminar el encuentro, el meta del Sevilla explicó que arrastra una lesión y la inseguridad no lo dejaba ni recordar la letra de la canción de su país. Habló con el árbitro y este le explicó que aún estaba a tiempo de la sustitución. Bono tenía miedo. No quería dejar a su equipo con una ventana de menos porque podían necesitarla. Y estaba claro como el uniforme de su selección. Esa ventana conservada fue la puerta de Marruecos al triunfo.
Abdelhamid Sabiri entró al terreno por Achraf Hakimi, una de las estrellas de los africanos cuando se jugaba el 68 de tiempo corrido. A los cinco minutos, el extremo Boufhal, el mejor de los leones hasta ese momento, provocó una falta cerca del banderín de córner derecho de Bélgica. Esa fue su última acción en el duelo. Se marchó molesto, pero sin sentarse todavía en el banquillo, ya su compañero Sabiri le marcaba un gol de tiro libre directo a Courtois. Un disparo incómodo. Improbable. El meta del Madrid, de atajar un penal contra Canadá, pasaba a tragarse un disparo lejano. Zakaria Aboukhlal, el sustituto de Boufhal, cerraría el marcador (2-0) en el descuento.
Bob Martínez cambió a Carrasco por Thorgan Hazard de arranque. Con el match trabado ingresó al talentoso Tossard, al joven De Katalaere, al veterano Mertens, al diezmado Lukaku. Pero no tuvo la suerte del desafío inicial. El infierno de los diablos siguió en quiebra. No cambió la posición en el campo de Kevin De Bruyne. No encontró dónde ubicarlo. Marruecos ganó su primer partido en un Mundial desde 1998 y está muy cerca de la sorpresa en el grupo.
De vida o muerte será la última ronda entre belgas y croatas, después que los subcampeones de Rusia 2018 recuperaran el toque mágico de aquella aventura y superaran sin piedad (4-1) a Canadá, que ya tendrá su Mundial dentro de cuatro años; el de Qatar ya ha terminado para ellos.
Zlatko Dalic puso al delantero centro Marko Livaja a abrir el encuentro, y el jugador del Hajduk Split abrió el ataque de sus Vatreni. Con Kramaric tan efectivo, con Perisic siendo Perisic, Modric siendo Modric y Kovacic enchufado, los subcampeones del mundo podrán batirse a cualquiera. Un ligero paso cambiado y las cuerdas de la portería canadiense resonaron cuatro veces.
Si hasta ahora cantamos a Jorge Drexler, Luis Fernando Suarez, el DT de Costa Rica, dijo en la mañana con Mercedes Sosa: cambia, todo cambia. Sobre todo, de un partido a otro. Ningún equipo es tan bueno cuando gana ni tan malo cuando recibe siete goles, gritó Keysher Fuller después de anotar el gol más enmudecedor de la jornada. El más improbable. Los aficionados japoneses recogieron basura compulsivamente porque no se recuperaban del golpe.
Fuller es de Limón, como la mayoría de los afrodescendientes del país tico. Ácido. Así le sabe a los nipones que un lateral derecho, en la única subida que hace en 90 minutos, dispare de zurda y bata la cabaña de Gonda para cambiar drásticamente su panorama en la Copa: pasaron de estar casi clasificados a octavos a tener que ganarle a España si quieren seguir con vida.
Los centroamericanos son el equipo más efectivo del Mundial: tienen un gol con un solo disparo (en este caso a puerta) en 180 minutos. Como si, después del vendaval ante España, hubieran aprendido el arte de ahogar el sentido común.
Por los samuráis, Ito y Minamino, dos de sus atacantes principales, llegaron muy tarde a la acción. Takefusa Kubo se quedó en el banco de suplentes. Quizá su entrenador no descifró los números correctos. Si quiere avanzar de ronda, ante España, tendrá que haber un gran cambio.
Así se mueve el fútbol. El único transporte que funciona en esta ciudad.
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