Yo tengo un amigo en Qatar. En estas cosas de periodismo, más que amigo, diría que es hermano. Hace más tiempo del que puedo recordar, firmamos juntos la primera entrevista que nos publicaron en la plana de un periódico. También hace muchísimos años, exactamente en mayo del 2010, apostamos antes del Mundial de Sudáfrica con otros chicos de la Universidad. La idea era vivir el torneo de una forma diferente y apuntamos en un papel nuestros pronósticos sobre quiénes ganarían los grupos, los cruces y, por supuesto, la Copa.
De aquello, solo me queda claro que perdí, porque iba a muerte con Brasil y los sudamericanos cayeron en cuartos de final ante Holanda. Mi amigo hizo una apuesta diferente, ni sé por quién, pero ganó a todo el mundo y quedé debiéndole 20 pesos cubanos, que ahora no es nada, pero en aquel momento era la mitad del estipendio universitario. El tiempo pasó y nunca pagué la deuda, algo que, obviamente, me sacan en cara con frecuencia. Al final, esa es una carga con la que he viajado durante más de una década, hasta que este jueves decidí que había llegado el momento de ajustar cuentas.
Me levanté y le escribí a mi amigo. “Vamos a apostar de nuevo”, le dije en un mensaje de Facebook, una vía de comunicación que no había querido utilizar durante el Mundial, porque él tiene que redactar reportes de todos los juegos y todo lo que se mueva en Doha. Ocho, nueve o diez notas al día, tal vez más. Agotador.
A pesar de esa carga, sabía que iba a aceptar el reto porque es un gallo de pelea, un competidor por naturaleza. “Voy con Bélgica hoy, van a dar la cara”, le puse, convencido de que el once de Roberto Martínez recuperaría el toque y el gol. “No, no, ahí sí apostamos, y el empate es mío”, me respondió enseguida, con más convicción que los croatas con gorros de waterpolo en las gradas del Ahmad bin Ali Stadium.
Entonces me senté a ver el partido. De Bruyne, que hace algunos días había dicho que su equipo estaba envejeciendo y no tenía opciones de ganar el Mundial, intentaba borrar sus propias palabras con pases mágicos para Mertens, Carrasco y Trossard, quienes no podían concretar y solo le daban les daban la razón a las fulminantes declaraciones del “Colorao”. Definitivamente, no es lo mismo jugar con Bélgica que servirle balones a Haaland, Foden o Mahrez en el Manchester City…
A pesar de los fallos, los Diablos Rojos empujaban más que una Croacia sin apuros, porque el empate les servía, pero en el ecuador del primer tiempo todo empezó a torcerse con una falta de Carrasco sobre Kramaric dentro del área. Penal para los balcánicos, dijo el árbitro inglés Anthony Taylor, solo unos segundos antes de que lo llamaran sus colegas del videoarbitraje para revisar la jugada por un posible fuera de juego previo.
En ese momento respiré, porque el VAR tiene esa capacidad robótica de revertir jugadas imperceptibles para el ojo humano. Dicho y hecho, offside. Por milímetros, por un pelo, por un dedo, por la manga de la camiseta, por un suspiro, Lovren estaba adelantado y anulaba la posibilidad de un duelo histórico entre los madridistas Modric y Courtois. Según Mister Chip, hubiera sido la primera vez en los Mundiales que un jugador le marcara desde los 11 metros al portero de su club…
A partir de ahí, Bélgica se multiplicó por cero. Brozovic, Modric y Kovacic comenzaron a monopolizar el juego, Gvardiol cortó todo desde la zaga croata y Perisic se paseó por toda la banda como un correcaminos. Mi apuesta se asomaba al abismo una vez más, aunque no perdía las esperanzas.
Roberto Martínez, que estaba a 45 minutos de dejar el cargo como seleccionador belga, metió a Lukaku y se encomendó al olfato del portentoso ariete. Con una referencia más clara arriba, De Bruyne se animó otra vez, sacó la varita y puso más balones de gol, pero nada cambiaba en el marcador. En medio del vértigo, Croacia volvió a tomar ritmo y exigió a Courtois sin suerte, pero no tuvieron que lamentar nada, porque jugaban con 12.
Lukaku, el mejor delantero de los Diablos Rojos, se pasó a las filas balcánicas con tres fallos clamorosos, impropios de un ariete de su nivel. El poste en una ocasión, su errática puntería en otra y su ingenuidad en una última jugada, le impidieron marcar el gol que diera el pase a Bélgica directo a los octavos de final y, de paso, enterrara a los actuales subcampeones del mundo.
Cero a cero en el marcador y Bélgica eliminada, porque en el otro partido del grupo, Marruecos hizo los deberes y derrotó a Canadá para asaltar el liderato. Ziyech marcó a los 209 segundos de arrancar el partido y En-Nesyri dio un segundo golpe 20 minutos después, como para no dejar dudas de la candidatura africana, que llega a octavos luego de una primera ronda sólida, en la que no permitieron goles al segundo y tercer lugar de Rusia 2018.
Con esta combinación de resultados, perdí otra apuesta y aumenté mi deuda, que empieza a ser eterna. Mi amigo, en cambio, ganó otra apuesta, y en cuanto vio al belga Meunier tumbado en la banda, resignado y derrotado tras el pitido final, me escribió en tono medio pícaro: “Estás enredao”.
Esa sentencia me sonó a desafío, y pensé que sería bueno volver a apostar, a fin de cuentas, nos quedaban dos partidos de locura por delante en la jornada. “Se queda Alemania”, le dije, y me respondió que los teutones ganaban a Costa Rica, pero que dependía de Japón y España que avanzaran o no a los cruces de vida o muerte.
Ahí mi amigo fue conservador, quizás para no machacarme demasiado, porque antes de esos partidos había muchas posibilidades de que España y Alemania ganaran y, de esa forma, certificaran su boleto a octavos. Apostar por el pase de los germanos era lo lógico, pero no lo hizo…
Entonces, volví a sentarme frente al televisor, con el mando en la mano, cambiando contantemente entre un partido y otro. En Al Bayt, los germanos asediaban a Keylor Navas, tanto que en diez minutos se pusieron delante por un cabezazo de Gnabry. Casi al mismo tiempo, en el Khalifa, Morata también marcaba de cabeza contra los nipones. ¡Increíble! De nuevo mi apuesta pendiendo de un hilo.
Así llegamos al complemento, y todo se volvió loco. Ritsu Doan, que entró de cambio, le coló un zurdazo a Unai Simón, y Ao Tanaka le marcó con la rodilla tras un pase desde la línea final. En esa jugada, dio la impresión que la pelota se fue completamente por el fondo de la cancha y que lo único que estaba sobre la línea era su sombra, pero el VAR vio otra cosa. Los alemanes no lo van a perdonar…
En cuatro minutos, la Furia Roja estaba noqueada. De pronto, todos los japoneses parecían Oliver Atom en Capitán Tsubasa. Por si fuera poco, Yeltsin Tejeda y Manu Neuer, en propia puerta, ponían a Costa Rica por delante de los bávaros.
¡Alemania y España estaban fuera del Mundial!
Fue un momento surrealista, de esos en que te frotas los ojos para asegurarte de que es cierto lo que estás viendo. Aunque en ese instante tenía un full de ases (Alemania derrotada, Alemania eliminada) para ganar mi apuesta, la magnitud de la sorpresa me dejó inmóvil por espacio de tres minutos, lo que demoró Kai Havertz en conseguir el empate teutón y restaurar cierto orden en la Copa. No mucho después, el propio atacante del Chelsea volvió a remover las redes y Fullkrug lo imitó para liquidar las esperanzas de Costa Rica, sostenidas durante mucho tiempo por un Keylor Navas imperial.
La única incógnita que quedaba entonces era ver si Alemania clasificaba. Para conseguir el billete, la vía expedita era que España metiera al menos un gol a Japón, que se encerró a defender el liderato del grupo. Los chicos de Luis Enrique lo intentaron, pero no es igual intentarlo para salvarse uno mismo que para salvar a otro, sobre todo si ese otro es Alemania y tiene cuatro estrellas en el medio del pecho.
La diana española no llegó nunca, no les convenía que llegara. Un gol, además de dar vida a una fiera dormida como los bávaros, hubiera significado medirse a Croacia, Brasil y Argentina en los hipotéticos duelos de octavos a semifinales. Demasiado espinosa esa ruta, aunque, por el otro lado, les tocarán Marruecos (su primer cruce), Portugal, Francia o Inglaterra. ¿Camino por vereda? Ya el tiempo dirá.
De la apuesta, no visualizo un ganador. Alemania ganó (punto para mi amigo) y quedó eliminada (punto para mí). “Entonces, ¿tablas?”, le dije a mi amigo, pero no me respondió. Seguro estaba escribiendo…
Sigue la cobertura completa de OnCuba: