Los terremotos, según la ciencia, no se pueden predecir. Pero el de este lunes en el Real Madrid estaba cantado.
No había forma de que Julen Lopetegui evitara el sismo que lo mandó finalmente a la calle, tras el demoledor 1×5 sufrido ante el Barcelona el día anterior. Era imposible que el técnico vasco sobreviviera a semejante sacudida, luego de su mala racha de resultados.
Sobre sus hombros habían venido cayendo una tras otras las derrotas y las decepciones, y el Barça, con Luis Suárez en plan de matador, le encajó el estoque mortal en un Camp Nou delirante.
Lopetegui se tapó la cara, bajó la cabeza y salió del terreno como quien se desploma por un precipicio inevitable. Un abismo por el que ya iba cuesta abajo, aunque quizá sin comprender en qué momento dio el primer traspiés, cuál fue el detonante en su atropellada sucesión de caídas.
En apenas cuatro meses, su carrera dio un espectacular salto en reversa. Pasó de ser el invicto seleccionador de España a convertirse en el chivo expiatorio de una de las peores crisis que recuerde el Real Madrid, al menos en su historia reciente.
Lo de este domingo en Barcelona, a fin de cuentas, tampoco fue un terremoto sorpresivo. No era difícil predecir –por la manera en que venían jugando, incluso ante rivales menos calificados– que los blancos tenían muchas, muchísimas, papeletas para ser derrotados.
Faltaba por ver con qué diferencia y con cuánta dignidad para encarar el marcador.
El 1×5 fue entonces un sismo demoledor, inapelable. El orgullo madridista se hizo añicos ante la exhibición culé y todos los rayos cayeron –con cierta injusticia poética– sobre el entrenador.
El vasco intentó de último momento cambiar la cara ante la fatalidad. “Todo es reversible por el tiempo que queda –dijo recomponiendo los pedazos–. Me siento con fuerzas para seguir dirigiendo este grupo”.
Pero ya era demasiado tarde. Todo el mundo lo sabía, incluso él mismo.
Sergio Ramos, el capitán blanco, le ofreció un postrer y simbólico respaldo al asegurar que los jugadores apoyaban “plenamente” al hasta ahora míster, pero dejó claro que “estas decisiones no las tomamos nosotros (los futbolistas) y hay que respetarlas”.
Finalmente, la tarde de este lunes la Junta Directiva del club merengue le dio el consabido empujón, no sin antes agradecerle con la mayor diplomacia –ironía podría decirse– por “el esfuerzo y el trabajo realizado” y desearle “lo mejor en su carrera profesional”. Que será en cualquier otra parte menos en el Real Madrid.
Y también tras restregarle en la cara que bajo su mandato quedó en evidencia “una gran desproporción entre la calidad de la plantilla del Real Madrid, que cuenta con 8 jugadores nominados al próximo Balón de Oro, algo sin precedentes en la historia del club, y los resultados obtenidos”.
El comunicado oficial del Madrid fue en realidad un golpe bajo –bajísimo– contra el hombre que se inmoló ante la prensa y la Federación Española de Fútbol por aceptar el banquillo merengue horas antes del inicio del Mundial. El mismo que enseñó una sonrisa fotogénica junto a Florentino Pérez en su presentación oficial en el Bernabéu, de la que ahora nadie se acuerda.
Un hachazo innecesario y alevoso, como para recordar que cuando se trata del Real Madrid, no existen medias tintas: quien falle no saldrá mecido por un ligero temblor de tierra, sino pateado por un terremoto de gran intensidad.
Julen Lopetegui hace sus maletas más rápido que cualquier otro técnico bajo el reinado de Florentino: solo once semanas al mando del multicampeón de España y Europa. En su lugar llega, en calidad de interino, un viejo conocido de la afición madridista: el argentino Santiago Solari, exjugador del club y actual entrenador del filial, en una movida que recuerda la llegada de Zidane a la dirección blanca tres temporadas atrás.
La elección del italiano Antonio Conte –a quien muchos daban como sustituto del vasco horas antes de la decapitación definitiva de Lopetegui– quedó finalmente en la cuneta por las exigencias del ex entrenador del Chelsea y dejó al gaucho como la mejor opción, si no la única.
El “Indiecito” Solari asume las riendas del equipo mayor este martes, pero solo podrá estar dos semanas como técnico provisional. Luego, tendrá que ser sustituido o confirmado en el puesto, de acuerdo con las normas federativas.
Pero más allá del cambio motivacional que suele suponer la llegada de un nuevo míster –y más si es de la casa–, el escenario que hereda no es nada halagüeño. Es el mismo que terminó pasándole factura a su antecesor y que tiene al Real Madrid penando en la Liga y sin enamorar en la Champions: un equipo huérfano de liderazgo ofensivo tras la partida de Cristiano Ronaldo y con varios jugadores clave –entre ellos Luka Modric, el flamante premio The Best 2018– lejos de su mejor forma.
Para colmo, el brasileño Marcelo –una de las pocas bujías en esta apagada versión del club de Chamartín– se lesionó en el Clásico y estará de baja dos semanas, al igual que el delantero Mariano, a quien el 7 del astro portugués le ha pesado un mundo en la espalda.
El Melilla, de segunda B en la Copa del Rey, el Valladolid y el Celta en la Liga, y el Viktoria Plzen checo, ahora como local en la Champions, serán las primeras pruebas para Solari y su urgida plantilla. A priori, no parece ser el calendario más difícil para los blancos, aunque el Valladolid los sobrepasa en la tabla y el Celta le pisa los talones, y tal como están las cosas es mejor no aventurar pronósticos.
Tras las sacudidas de las últimas semanas, el terremoto de este lunes marcará el comienzo de una nueva etapa. Si más calmada –como desean Florentino, los jugadores y los hinchas del Madrid– o futbolísticamente inestable –como podría indicar la lógica ante el momento telúrico que vive el equipo–, es algo que está por verse todavía.
En el reino merengue no podrán perder de vista los sismográfos.