Dos meses atrás, Félix Guirola, el hombre de las bicicletas más grandes del mundo, no consiguió imponer un Récord Guinness frente al Capitolio Nacional, en La Habana. Se encaramó en su invento de 7.50 metros, pero no pudo pedalear por problemas técnicos de última hora que le impidieron tener un control absoluto de la bici.
La noticia es nueva; su protagonista, no. Desde hace años vienen apareciendo en la prensa artículos sobre este guerrero que, lamentablemente, solo repiten unos pocos datos de su vida y alguna que otra anécdota poco emotiva. Para conocerlo mejor, lo visité en Amargura y Aguacate, en el mismo centro de La Habana Vieja, y comprobé lo que un amigo me había advertido: se trata de un hombre de campo, valiente e infatigable, pero demasiado confiado en su buena estrella, de mal genio, guapo hasta la obsesión e intransigente a la hora de tragarse la gloria.
El niño volador
Félix Guirola nació en 1964 en la carretera de Ceballos, en la localidad 9 de abril de Ciego de Ávila. En su infancia nada hacía presagiar su amor por el riesgo. Al contrario: ante los ojos de los campesinos del lugar era un jovenzuelo serio y aburrido, no dado a los arrebatos, que desperdiciaba sus años sembrando yuca con su abuelo Amador y recogiendo latas de sancocho que le regalaban para alimentar a los puercos. Las movía luego en un pequeño carricoche tirado por la yegua Catalina, a la que mataron cuando tenía veinte abriles y la familia le hizo un velorio con lloriqueos y gritos de venganza.
“A cada rato –me cuenta Félix– mi papá Feliciano, un agricultor y cocinero natural de Ranchuelo, salía con mi abuelo para desmochar las palmas que crecían a la orilla de los ríos, para conseguir el palmiche que necesitaban los cerdos. Un día, como a los seis años, mi viejo me amarró a su pecho con mi espalda hacia el árbol y cuando llegamos a la parte más alta se olvidó de las sogas y las trepaderas, picó dos pencas, me las amarró en las manos y me tiró hacia abajo. Fue un escándalo en la casa… de hecho casi le cuesta el divorcio. Él decía: ‘Mi hijo tiene que ser hombre y aprender a hacer de todo…’. ¡Qué bárbaro!”
“Créalo o no lo crea”
Con nueve años, Guirola empezó a practicar judo embullado por un primo y luego de llegar a la cinta naranja emigró en 1975 para el boxeo. En este deporte lograría victorias importantes en los campeonatos nacionales juveniles hasta que, ocho años más tarde, en Matanzas, llegó a ser subcampeón de Cuba en la división de 51 kilogramos.
Al mismo tiempo, se convirtió en soldador en una plantica que tenía su tío Freddy, y sin pensarlo demasiado, se puso a “inventar”. Una tarde vio en un basurero un cuadro de una Karpaty rusa igual a la que él tenía y ese mismo día lo soldó encima de la suya para hacer una motocicleta de dos pisos y 1.65 metros. La policía, escandalizada, le prohibió andar en ella por la calle; no obstante, sí se paseó por las bases de campismo de la zona. Lamentablemente, la supermoto llegó a su fin cuando su papá la hizo pedazos con un hacha para castigar una majadería de su vástago.
Poco tiempo después se le metió en la cabeza la idea de hacer un papalote gigantesco, de cinco metros, que le provocaba cosquillas estomacales a los amigos de lo insólito y a los timoratos.
“Yo había visto en el programa de la televisión ‘Créalo o no lo crea’ el papalote más grande del universo, hecho en China –narra el inventor. Enseguida me embullé y empecé a construir un cometa de dimensiones nunca vistas en Cuba, junto a Osvaldo Hernández Moya y Orlando Alberto Hernández, que se criaron conmigo. Para empezar, cogimos un tablón de pino y lo picamos en tres listones a fin armar el cuerpo de aquel artefacto. Luego, la costurera Nereida Moya, Lala, a quien yo le digo tía, unió veintisiete sacos de nailon de abono Urea y, en su remate, le anexamos un rabo de cien metros de tira de pantalones viejos más un saco al final lleno de yerba seca.
“Lo izamos en la finca Los Villalobos, en la curva de 9 de abril, en Ciego de Ávila. El papalote tenía dos pitas dobles de pescar guasas que amarramos en una cerca de jiquí de la finca. Cuando el bicho hizo así para arriba, fue tremendo. Se mantuvo en el aire desde las once de la mañana hasta la cinco de la tarde. A esa hora el cometa se partió a la mitad por el fuerte viento y comenzó a descender a tremenda velocidad en el momento en que un Polski venía por la carretera. ¡De milagro no le cayó encima!”
Comprando la fama
En 1981 Guirola estaba en el avileño parque José Martí con Ochoa, mecánico del equipo Cuba de ciclismo, quien acababa de llegar de una gira por Alemania y había traído un tándem que era “una escopeta”. Entonces, con la cabeza caliente por no poder comprar la bici de dos asientos, le aseguró a su mamá Noemia: “Tú verás lo que voy a sacar pasado mañana en los carnavales. La gente se va a quedar muerta”. De inmediato compró una bicicleta rusa, igual a la de él, y en la vivienda del tío soldó un cuadro sobre otro y le hizo ajustes en la catalina. Así alcanza, a los 17 años, una altura de 1.60 metros e inicia un camino de temeridad que no se ha detenido hasta hoy.
“Los carnavales de mi provincia tenían viveza, picante. Yo me aparecí con mi bici y fui una sensación. Cuando voy pasando cerca de la tarima, Bernardo Espinosa, periodista de la televisión cubana, que era el animador, me elogió mucho anunciando que en los próximos festejos mostraría torres más altas. Y así fue… en cada ocasión ganaba más altura hasta llegar a los 3.45 metros. En 1987 me consagré con una ‘jirafa’ de ocho cuadros de altura y seis metros que solo podía montar en la plaza. Me he pasado muchos años reinventando bicicletas chinas, uniéndolas con tubos desechados, cabillas, angulares de hierro propios en la albañilería y crucetas de andamios. Nunca he tenido acceso a ejemplares más modernos. Pero no pierdo las esperanzas”.
¿Guajiro mentiroso?
Tras cumplir una sanción en la cárcel –por hacer una compra irregular para Eneida Luisa, su hermana inválida y musa inspiradora–, Guirola vendió su casa en Ciego de Ávila en noviembre de 2011 y se mudó para La Habana Vieja. Ya en la capital se casó con Francisca Acosta López, administradora del bar El Brillante, y junto a ella empezó a dirigir un diminuto negocio de alimentos y bebidas que ocupa casi toda la angosta sala de su casa y da para muy poco. Eso sí, en un principio, su relación con la familia de su esposa se tornó complicada.
“Ella me llevó a ver a sus hermanos El Niño y Orlando, alias El Trompo, que viven La Lisa. Un día nos reunimos en la calle 97 para tomarnos unos traguitos y yo les comenté sin alardes: ‘Yo soy el hombre que monta las bicis más altas del mundo’. La que se armó… Me acusaron de ser un ‘guajiro mentiroso’. ¡A mí me dio una rabia! Cuando llegué a La Habana Vieja me fui para la terminal de trenes y viajé de regreso hacia mi provincia. Al segundo día volví a la capital con todos mis rascacielos. ¡Los metí en un vagón del tren y vine con ellos! Cuando mi esposa me abrió la puerta se puso las manos en la cabeza y gritó: ‘Oye… ¿qué es esto? ¡Tú te encaramas allá arriba! ¡Te vas a matar!’. Al día siguiente fui hasta la casa de El Niño con la bicicleta de 3.45. El tráfico se paralizó. Cuando doblé en 97 los parientes de mi mujer empezaron a gritar: ‘Ahora sí apretó el guajiro’. Fue inolvidable”.
Guirola tiene varios oficios caseros y domingueros; sin embargo, lo verdaderamente suyo es el pedaleo sin cesar y la conquista de las alturas. A diario conduce su bicicleta “de la pincha”, de 2,90 metros, y libra una colosal batalla contra los tendidos eléctricos, los postes, los baches, las guaguas, los almendrones, las motos, los bicitaxis y los peatones imprudentes. Nunca pierde su concentración y se tira como una pluma si lo sorprende una inoportuna luz roja con tal de respetar las normas de tránsito. No sufre náuseas, mareos, vómito o acrofobia y ni siquiera usa un casco protector.
Aunque, bueno es aclararlo, el ciclista no solo le agrega una pincelada pintoresca a la capital de Cuba: desde hace unos años realiza con su bici la publicidad de dos productos comerciales: la bebida energética Time Flies y la cerveza Miller Lite. A ambas las promociona a diario desde La Habana Vieja hasta la Lisa y de paso lleva a su arriesgada esposa hasta el trabajo.
A la caza del Guinness
Después de tantos años fabricando sus bicicletas, Guirola no es un desconocido dentro ni fuera de Cuba. Julio Acanda le hizo un reportaje para la televisión dominical de la Isla y los realizadores Jaime Santos y Jennifer Ruth lo incluyeron en el documental Rodando en La Habana, exhibido en cines habaneros y en varios festivales nacionales e internacionales.
No obstante, no ha recibido ningún reconocimiento que valga la pena reseñar ni ha inscrito su nombre en el afamado Libro Guinness. Desde 1987 debió haber recibido el premio, sin ningún competidor cercano a las puertas, pero vivir en Ciego de Ávila, alejado de los reflectores mediáticos y los circuitos noticiosos internacionales, lo condenó a un anonimato injusto y poco alentador. El canadiense Terry Goertzen, que logró un récord Guinness con una bicicleta de 5.5 metros en 2004, se quedó a un paso de igualarlo. Después, el estadounidense Richie Trimble con su Stoopidtaller de 6.15, sí destrozó la marca del avileño en 2013.
Durante la entrevista, acompañada por un café, Guirola –blanco, atlético, de mediana estatura y sonrisa tímida–, me interrumpe continuamente con datos que enriquecen su leyenda: logró saludar a Sultán Kosen, el hombre más alto del planeta, y a Alain Robert, el “hombre araña”. Es, además, amigo de Claude Marthaler, el suizo que recorrió el mundo entero en dos ruedas. Trimble, el actual recordista mundial, viajó expresamente a La Habana para ayudarlo a poner a punto la bicicleta con que pensaba romper el récord. Reconoce, con la cara enrojecida y un brote de sinceridad, que algunos le gritan “artista” y lo adoran y otros le llaman “payaso” y lo detestan.
Por supuesto, el reciente fiasco del Prado no le importa demasiado. Pronto tratará de andar en su bici de 7.50 metros para subirse en una nube y hacerle maromas a los que no han creído en él. “Mi padre siempre me decía que de cualquier palo sale un cucarachón… ¿Tú qué crees?”.
Llevo años viéndolo pasar. Paso a menudo por la puerta de su casa, donde tiene amarradas las bicicletas gigantes porque no le caben dentro. Este hombre un ejemplo de perseverancia e ingenio. Una vez hablé con él para tratar de explicarle que una bicicleta, para que funcione dentro del tráfico, debe poderse detener de manera segura, que no es el caso de la suya. Ir a trabajar en su bicicleta que sobrepasa los 6 metros de altura no solo es una acto de temeridad, es más que todo una irresponsabilidad enorme al circular en medio de otros los vehículos. Él se mueve a la altura del tendido eléctrico como dice el artículo lo cual no solo le añade adrenalina a su viaje, también nos pone en tensión a todos los que lo acompañamos en esta aventura todas las mañanas.
Un verdadero ejemlpo de tenacidad,siempre lo veo en la Habana y me preguntaba como hacia en los semaforos para parar ante las luces.Mucha fuerza y fe guajiro que lograras romper ese record
como frean ese hombre esa bici
Otro ejemplo de irreponsabilidad, que arme sus bicicletas para romper records… ok, pero según tengo entendido ningún vehículo en Cuba puede sobrepasar los 4 m de altura, así las cosas, por semejante payasada le debería poner una multa cada vez que sale a la calle.
Un verdadero hombres de retos, buscando sobresalir por su tenacidad le deseo lo mejor. Y que esa fuerza nunca se acabe y logre romper muchos récords mas.
Sin duda alguna intrépido, pero si peligroso ya que se pone en riego al igual que de quienes transitan cerca de el
Genial este cubano rellollo!!! Le deseo muchos éxitos. Gracias por este trabajo tan sabroso de leer.
El cubano es genial, se la inventa en el aire y nunca desiste de sus pasiones.