La rutina de Jordan Díaz no da señales de la más mínima tensión. El habanero, que lleva la camiseta naranja y amarilla de España en los Juegos Olímpicos de París, se coloca exactamente a 16 pasos de su punto de salto, mira al público, pide dos palmadas con una sonrisa pícara y confiada y emprende el viaje. A partir de ahí, todo fluye como si fuera una maquinaria perfecta: la carrera firme deja huellas gigantes, despega más de 6 metros desde la tabla, su paso retumba en el Stade de France y queda entonces suspendido en un vuelo eterno hasta los 17.86 metros.
Para Jordan, ha sido como saltar en el patio de la casa. No se inmuta, no transpira, aunque sí alardea, porque sabe que ha arrancado la final olímpica con un estirón que le puede dar la medalla de oro bajo el cielo parisino. Además, en un santiamén ya le ha metido el diablo en el cuerpo al rey vigente, Pedro Pablo Pichardo, quien vio cómo su 17.79 de apertura quedaba en un segundísimo plano en cuestión de minutos.
No obstante, Pichardo, santiaguero, tampoco parece perturbarse. Lleva a la vista las cicatrices de un atleta que, después de casi naufragar, logró surfear directo a la cresta de la ola y quedarse allí hasta quién sabe cuándo. Tiene 31 años y viste la camiseta verde de Portugal, con la que ya ha sido campeón mundial y olímpico. Como Jordan, lo ha calculado todo: carrera salvaje de 17 pasos y luego una secuencia sutil para casi levitar hasta los 17.84, soplando en la nuca de su rival a solo 2 centímetros.
Tan solo han transcurrido las 2 primeras rondas de la discusión de la corona en Saint Dennis y ya 8 competidores han superado los 17 metros; 4 se han ido por encima de 17.60. Hace 56 años, cuando por primera vez se quebró la barrera de los 17 en una final olímpica, era absurdo pensar que algo así podía suceder. En aquellos Juegos celebrados en México, 4 hombres rompieron 5 veces el récord del mundo en menos de 24 horas, hasta que el soviético Viktor Saneyev prevaleció con registro de 17.39.
Pero esto es otra cosa. Ahora, además de Jordan y Pichardo, otro cubano de nacimiento se ha ido más allá de 17.60, específicamente hasta los 17.63. Andy Díaz, italiano por adopción, clavó los pinchos en su mejor marca de la temporada. A diferencia de sus coterráneos, el “transalpino” no presume tanto de la estética. Su estilo en la carrera y los posteriores movimientos son más volátiles, más propios del cazador que va desesperado a capturar una presa.
Todo lo contrario es Lázaro Martínez. Tan calmado está que parece haber perdido la ambición, el hambre. De los 4 cubanos instalados en la final del triple, el guantanamero es el único que todavía viste el uniforme del equipo nacional antillano. A París ha llegado a medio gas, una sombra del titular mundial bajo techo en 2022 y del subcampeón del orbe al aire libre en 2023. Su primer salto, sin despegue ni vuelo, confirma las peores sensaciones, pero llega a 17 metros y luego va a los 17.34, territorio inexplorado para él en 2024.
De pronto, pasadas las 9 de la noche en la Ciudad de la Luz, la tabla de posiciones del triple salto masculino en los Juegos de la XXXIII Olimpiada nos muestra algo asombroso: tres cubanos nacionalizados que compiten por países europeos ocupan las tres primeras posiciones y un cuarto exponente de la isla se ha colado entre los 8 mejores de la prueba. Es inédito, es histórico y quizás sea también irrepetible.
Pero la batalla no ha terminado. El joven jamaicano Jaydon Hibbert, el futuro de la disciplina según el recordista británico Jonathan Edwards, sigue al acecho de algo mejor que un 17.61, aunque los fouls no lo dejan prosperar; Hugues Fabrice Zango, el único medallista olímpico en la historia de Burkina Faso, vuela hasta los 17.50, insuficiente para intentar repetir aquel bronce memorable de Tokio; Andy Díaz supera otra vez su marca del año (17.64) pero no incomoda a los líderes.
Da la impresión que no hay nada que hacer, salvo sentarse a esperar por la reyerta final entre Jordan y Pichardo. Quizás salten chispas, como en el Europeo de Roma hace un par de meses, cuando ambos se cruzaron más allá del tanque de salto.
“No nos llevamos nada, no hablamos nunca”, dijo en aquel momento el representante de España, cuya victoria en aquel certamen después fue cuestionada por el indómito debido a irregularidades con la tabla electrónica. “¿Cómo sabemos que realmente fueron 18,18 metros?”, puso en duda Pichardo.
Esa hoguera nunca se apagó y la guerra continúa. En el Stade de France no se miran, no disimulan la aspereza, a pesar de ser cubanos, a pesar de conocer uno del otro lo difícil que es el camino del deportista que emigra y busca hacerse de un espacio en tierras desconocidas. Nada de eso importa en una relación estéril, inexistente.
Pero el “pique” tampoco les aporta nada. Díaz, después de una secuencia galáctica en sus cuatro primeros intentos (17.86-17.64-17.85-17.84), “baja” a 17.25 tras perder el paso. Pichardo, por su parte, busca fuerzas y deja correr la quinta ronda para jugársela en el último salto. El fuego interior, la sed de venganza, no le han rendido frutos y apuesta por la calma como alternativa final para remontar.
En teoría, el santiaguero está a solo 2 centímetros de Jordan, pero en realidad lo separan los mismos 17.86 metros. Con eso en mente, corre por última vez hacia la tabla, despega, levita y vuela. 17.81. Su rostro es un poema. El chico de 23 años lo ha vuelto a superar. Esta vez la tabla electrónica no se ha apagado. Pichardo no tiene coartada para reclamar.
Mientras el estadio explota, mientras Jordan explota, el indómito hace silencio. Su único consuelo es el abrazo de su padre en la grada, el mismo que el INDER no quiso que fuera su entrenador hace años y que después lo ha llevado al podio olímpico en dos ocasiones. Poco que acotar.
Cada uno toma banderas que no son suyas. Jordan ondea la española, Pichardo la portuguesa y Andy Díaz la italiana. Es una celebración extraña. Tres cubanos en el podio olímpico y ninguna bandera de la isla paseándose por Saint Dennis.
Es tan triste como aleccionador, pero peor es que no se puedan retratar los tres juntos. Andy está en el medio de la disputa: celebra con Jordan un momento y luego va con Pichardo. Nadie logra acercarlos. Al menos hasta la premiación oficial, su foto “de familia” no quedará para la historia.
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!! Que viva el deporte olímpico en paz y armonía entre los pueblos !!. ! Abajo quienes dirigen el deporte nacional , que obligan a que los deportistas formados en sus países tengan que dejar de reconocer su bandera e himno nacional por no cumplir con el DOGMA de personas que no son deportistas !!.