Desde la grada lo observan Mijaín López y Aleksandr Karelin, dos leyendas. Los narradores internacionales le llaman Molina. Desde su esquina le gritan Ismael. Pero Borrero, como le dicen en Cuba, parece que no le hace caso a nada ni a nadie.
En el colchón, empuja a todos al abismo con una facilidad espantosa. Un pase atrás, un desbalance, una proyección, defensa hermética… otro pase atrás, otro desbalance, otra proyección y a él, nadie lo mueve.
Los rivales terminan hundidos. Caen cinco al final del camino, tres de ellos dueños de seis títulos y 11 medallas mundiales. Todos se derrumban frente al ritmo vertiginoso que impone un luchador fuera de serie, un gladiador ambicioso…
Esto no es normal. Hace menos de tres años, Ismael Borrero Molina (Santiago de Cuba, 1992) pesaba casi diez kilos menos que todos sus contrarios de Nur Sultan, donde acaba de escalar a la cima con aplastante dominio.
En la urbe kazaja, el indómito arrasó cual huracán. Marcó 41 puntos, solo permitió cuatro y dejó una lista de víctimas de lujo: el sudcoreano Ryu Han-Su (campeón mundial de 66 kg en Budapest 2013 y París 2017), el alemán Frank Stäbler (monarca de los 66 en Las Vegas 2015, de los 71 en París y de los 72 en Budapest) y el ruso Artem Surkov (titular de los 67 en Budapest).
Repito, no es normal que esto lo haga el “nuevo” de la división.
Claro, para llegar hasta aquí Borrero tuvo que pasar por momentos incómodos, incluida la decepcionante experiencia del pasado Mundial en Hungría, donde perdió en su segundo combate frente al kazajo Meirzhan Shermakhanbet.
“A pesar de aquello, cambiar fue la mejor decisión que se tomó. Subimos porque tenía problemas con el peso. Iba a ser muy difícil que pudiera mantenerme en los 60 kilogramos sin sufrir, por eso buscamos ir más arriba y la próxima parada era 67, no había nada más entre las divisiones olímpicas”, relató el indómito a OnCuba poco antes de partir al Mundial.
“En la anterior categoría me costó alrededor de seis años acomodarme verdaderamente, y en esta llevo poco más de dos temporadas. Me siento bien, tengo el nivel técnico, solo debo buscar más fuerza y adaptarme al peso”, añadió el santiaguero, quien aseguró en Nur Sultan el boleto directo a los Juegos Olímpicos de Tokio.
No muchos se atrevieron a vaticinar un salto tan brutal de un año a otro en el más alto nivel, aunque las pistas que había dejado el gladiador oriental en los torneos continentales del 2019 invitaban al optimismo.
“Hemos hecho una gran preparación, interactuando con rivales todo el tiempo, y esa es la base de cualquier resultado. El Mundial es un aval de cara a los Juegos Olímpicos, porque los rivales son muy duros, sin excepción, pero rumbo a Tokio hay que construir otra historia”, aseveró el Borrero, quien no pretende vivir de las glorias pasadas.
“Siempre hay muchas miradas sobre un campeón olímpico y eso puede generar presión, aunque yo, en realidad, no la siento. Aquel resultado de Río fue maravilloso, pero ya pasó. Ahora estamos viviendo otra etapa, en una nueva división y con nuevos retos.”