Javier Sotomayor nos ha citado para conversar en su bar 2.45, ubicado a pocos metros de la céntrica 5ta Avenida habanera, en Miramar. Llega al lugar corriendo y algo retrasado, lleva en su mano derecha dos perchas con camisas impecablemente planchadas. Las vestirá en las entrevistas que ha pactado para la tarde del 3 de abril.
Su imagen impone respeto, no importa cuántas veces lo hayas visto antes. A sus 56 años conserva la figura esbelta y elegante que se paseó por las pistas del mundo, saltando más alto que nadie solo con el impulso de sus pies. Sin embargo, Sotomayor es muy jovial, muy cercano; alguien que no ha apostado por parapetarse detrás de la fama o de un personaje.
En su bar las barras están desiertas por un cierre temporal desde hace alrededor de un mes. Casi todas las luces están apagadas, pero el matancero se mueve con la agilidad y el ritmo del mejor bailador, sortea butacas y mesas hasta llegar a un set muy iluminado y repleto de cámaras que ha montado un periodista puertorriqueño para grabar una charla con él. Allí, como en el centro del universo y con el recurrente 2.45 de fondo, se sienta a contar la historia de su vida por enésima vez.
A la distancia, escucho que le preguntan por qué no saltó más de 2.45 metros en su carrera. Es una de las dudas que más acosan a fanáticos y especialistas del deporte. Sotomayor responde, para nuestra sorpresa, que probablemente no fue más allá de la mítica marca porque se estancó.
Si lo analizamos con una mirada fría, quizá tenga razón. No pudo seguir mejorando sus registros y se quedó “paralizado” en un récord mundial que cumplirá 31 años dentro de tres meses. De todas las maneras posibles de estancarse, esta vendría siendo mi favorita. Pero así piensa un hombre que tuvo la ambición competitiva como premisa y que se adaptó a desafiar y mover los límites humanos.
¿Pero fue el hambre de triunfos lo que lo llevó a ser superior al resto si de salto de altura se trata? Ya sentados frente a frente, Sotomayor me confiesa que, sinceramente, la clave de su éxito radicó en aprovechar sus virtudes, explotarlas al máximo, al punto de hacer desaparecer sus deficiencias.
“En el salto de altura, desde hace bastante tiempo utilizamos la misma técnica, el Fosbury Flop, en honor al estadounidense Dick Fosbury, que ganó los Juegos Olímpicos de 1968 en México e introdujo allí la forma de saltar que hoy todos conocemos. Pero de esa técnica cada cual tiene estilos diferentes. Por ejemplo, de mi época, puedo identificar quién estaba saltando con ver solo la silueta en una fotografía, porque cada cual tenía posiciones muy específicas.
“Yo, desde el punto de vista técnico, en teoría no era el mejor, en la práctica sí. Mirando en retrospectiva, creo que debí trabajar en algunas deficiencias, como la flexión encima del listón. Para corregir eso me impulsaba con la cadera e intentaba subir más; pero no era lo óptimo. Sí me enfoqué en explotar la fuerza, la potencia y la velocidad, que eran mis mayores virtudes, junto con la preparación psicológica y la mentalidad”, explica Sotomayor con la paciencia del profesor que busca captar la atención de sus alumnos.
A partir de su respuesta se desencadena un diálogo tan largo como apresurado, en el que viaja de La Habana a Salamanca, pasando por San Juan, Barcelona, Atlanta, Sydney, Winnipeg, Londres, Tenerife o cualquier otro destino que lo vio flotar por encima de la varilla a 2.40 metros del suelo, como si nada.
Monólogo
“Le tuve miedo a las alturas, sí, es cierto; pero después se me quitó. Si no, jamás habría saltado tan alto. Cuando empecé en el deporte desde pequeño no era capaz de pararme en un puente y mirar para abajo; tampoco en un edificio alto. En mis inicios en Limonar, me detenía antes de cualquier intento. Bueno, hasta me botaron del área especial donde entrenaba allá, detrás de la escuela Antonio Maceo.
“Mi primer salto lo hice en una eliminación para clasificar al campeonato provincial pioneril que se iba a efectuar en Varadero. Creo que eso fue lo que me motivó a saltar. En ese evento cogí segundo lugar, llegué hasta 1.44 metros con 10 años y me captaron para la EIDE (Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar). Ahí te ponían en una modalidad u otra en dependencia de las aptitudes que te vieran. En el caso mío, era delgado y alto y me mandaron con un entrenador de salto, aunque tenía que hacer eventos combinados. Enseguida me di cuenta de que me querían especializar en la altura y entonces quise irme de la escuela.
“Pero mi familia, sobre todo mi abuelo, hablaron conmigo, me dijeron que los entrenadores son los que saben y más o menos me convencieron; aunque seguí saltando casi por obligación, porque tocaba dentro del pentatlón pioneril. Lo que pasa es que sin esforzarme tanto, sin tener esa pasión por el salto, veía que las competencias de mi categoría las ganaba con cierta facilidad. A los 14 años ya llegaba a 2 metros y si no hubiera tenido miedo, seguro habría saltado un poco más.
“A mí lo que me gustaban eran las carreras y las vallas, aunque en aquellas categorías menores no se practicaba. También me gustaba más la longitud y el triple. Con 13 o 14 años disfrutaba mucho más eso que el salto de altura.
“Sí era un fiel apasionado del deporte y creo que eso es fundamental. Desde que tenía 10 años guardaba escrituras y libretas con anotaciones, paso a paso, de mis primeros resultados en Varadero, en Colón, cuando ni siquiera venía a La Habana a competir. Tenía recortes de las revistas LPV, compraba dos o tres para quedarme con las cosas que me interesaban y no me perdía ningún evento televisado. No me gustaba el salto porque tenía miedo a las alturas, pero era un fanático de todo lo demás.
“A los muchachos ahora les diría que lo más importante es sentir pasión por el deporte. Hay gente que ha empezado en una disciplina y ha terminado en otra: Alberto Juantorena estaba en baloncesto y después fue al atletismo; (Omar) Linares, pese a ser de una familia beisbolera, comenzó en el atletismo. Pero no creo que sean mayoría los que hayan llegado a destacarse en el alto rendimiento sin tener pasión por el deporte.
“Le he transmitido eso a mi hijo Jaxier, que disfrute lo que hace. Creo que va por buen camino. Tiene presión arriba porque la gente hace muchas comparaciones conmigo. El ADN está, tiene mi sangre; pero no por eso va a ser recordista del mundo. ¡Qué más quisiera yo! Ahora, si sigue saltando como va, si sigue mejorando en el aspecto físico y mental, creo que puede llegar a competir al más alto nivel y llegar a unos Juegos Olímpicos. Es una posibilidad más real que la del récord, aunque uno nunca sabe lo que va a pasar”.
La Habana-Salamanca-San Juan-Salamanca: 40 años de récord
En Las Pistas del Helmántico hay una placa incrustada en el suelo. Sitiada por la yerba, castigada por el sol y bañada por las escasas lluvias que caen cada año en Salamanca, España, el pedazo de hierro parece condenado a estar eternamente echando raíces en la tierra, al menos mientras exista el estadio bautizado con el nombre de Javier Sotomayor.
La placa lleva el nombre del matancero y la referencia a los dos récords mundiales que logró en dicho escenario: 2.43 metros el 8 de septiembre de 1988 y 2.45 metros del 27 de julio de 1993. Hacia el recinto Sotomayor guarda un sentimiento muy especial y cree que su presencia allí fue una jugada del destino; aunque no esconde que sus marcas de Salamanca cayeron por una cuestión hasta cierto punto fortuita.
“Cuando me hablan de Salamanca mi mente se transporta a esos tiempos, el año 88, el año 93, los dos récords del mundo. Sin embargo, no puedo decir que tenga algo diferente respecto a otros lugares. De hecho, si hubiéramos ido a las Olimpiadas de Seúl quizá el primer récord habría caído ahí, y si no hubiera llovido en Londres en el 93 mi salto de 2.45 habría sido en Londres y no en Salamanca”, recuenta Sotomayor poco después de observar una foto de la placa en Las Pistas del Helmántico.
Y en efecto, su récord del orbe todavía vigente lo consiguió en la ciudad española solo cuatro días después de saltar 2.40 en Londres, en una competencia pasada por agua, su más fiero rival. “No la soportaba, era el peor del mundo con la pista mojada”, me reveló una vez hace más de diez años.
En 1988, por su parte, decidió ir al evento en Salamanca, que se celebró nueve días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Seúl, en los que Cuba no participó como parte del boicot junto a Corea del Norte. Si la delegación antillana hubiera ido a la urbe asiática, Sotomayor se habría reservado para esa cita.
De cualquier manera, es irrefutable que su dominio trasciende por completo una ciudad. La prueba más clara es que saltó 2.40 o más en Bogotá, La Habana, Londres, Toronto, Sevilla, Budapest o San Juan, en Puerto Rico, donde estableció en 1989 su segundo récord mundial (2.44). Ese registro, sin embargo, pasa un tanto inadvertido entre su primera plusmarca y la actual, quizá porque ocurrió en un estadio semivacío pasadas las 9 de la noche en suelo boricua.
“Nosotros buscamos ese récord al final de una jornada en el Campeonato de Atletismo de Centroamérica y el Caribe. Se había ido casi todo el público porque la competencia estaba decidida y no había mucho más, pero lo intentamos y salió. Lo más loco de aquel día es que la gente de la delegación corrió a felicitarme y a cargarme y por poco tumban la varilla. Si eso hubiera sucedido, el récord no valía”, asegura Sotomayor, quien cumplirá en 2024 un total de 40 años como plusmarquista del orbe.
En caso de que al lector no le cuadren los números, estamos tomando como referencia el primer récord mundial del “Príncipe de las Alturas” todavía vigente, el cual consiguió en la categoría de cadetes el 19 de mayo de 1984. Aquella jornada, en La Habana, desafió la lógica y saltó 2.33 metros a los 16 años y 219 días de edad. Hoy ningún adolescente se acerca a esa marca.
“Absolutamente, ese récord de cadetes es más difícil de romper que el 2.45. Hoy no se llega a 2.33 en muchas competencias de mayores y los registros de los principales saltadores del mundo oscilan entre 2.36 y 2.38. O sea, no hay debate”.
El relevo
Desde el 4 de mayo de 2018 ningún saltador del mundo ha logrado superar una varilla ubicada a 2.40 metros del suelo. Ese día, en el Suhaim bin Hamad Stadium de Doha, el qatarí Mutaz Essa Barshim fue el último en conseguirlo y cerró un capítulo de varios años en los que dominó la especialidad con registros destacados y estables.
Para tener idea, de los 58 saltos por encima de 2.40 que aparecen en los libros de World Athletics, 34 están repartidos entre Javier Sotomayor (21) y Barshim (13). Quienes más se acercan a ellos son el ucraniano Bohdan Bondarenko y el sueco Patrik Sjöberg con 7 y 4 marcas a esa altura, respectivamente.
Pero esos parecen tiempos lejanos. El panorama del salto ha cambiado notablemente de 2019 hasta la fecha, lapso en el que ni siquiera se ha llegado a 2.39. “Bondarenko ya no está saltando y Barshim sigue compitiendo, pero no puedo decir que vaya a lograr grandes marcas otra vez. Todo es posible; es cierto que en esta disciplina son pocos, contados, los saltadores que hacen sus mejores registros con 33 o 34 años. Ha habido, pero son pocos.
“Del resto, creo que el italiano (Gianmarco) Tamberi ha tenido muy buenos resultados. Su mayor virtud es que responde en los momentos que hace falta crecerse, pero tampoco te puedo decir que vaya a saltar 2.46. Pasa lo mismo con (JuVaughn) Harrison o el coreano (Sanghyeok Woo), quienes pueden dominar la altura entre 2.35 y 2.40, pero no ir más allá”.
Cuba no escapa del estancamiento, aunque el fenómeno en la isla data de hace mucho más tiempo e influyen diferentes factores, justo como explica Sotomayor: “Si no tienes una colchoneta adecuada corres el riesgo de salir con una gran lesión. Los lugares en Cuba que cuentan con colchonetas están en muy malas condiciones. No es lo mismo saltar 1.50 y caer en un espacio pequeño que saltar 2 metros o 2.20 y caer en ese mismo pedazo reducido porque no hay colchonetas más grandes o en mejor estado.
“Este tema de las condiciones materiales ha golpeado el salto, pero ha beneficiado al triple, por ejemplo. Mucha gente no conoce que grandes triplistas cubanos, cuando eran escolares, saltaban altura y muy bien. Algunos como Jordan Díaz o Yoandri Betanzos saltaban más de 2 metros siendo muy jóvenes, pero al no tener las condiciones corrían el riesgo de salir con lesiones serias y se fueron al triple.
“En la pértiga pasa algo similar. Cogemos varas de bambú para enseñar a los niños a hacer las entradas, pero si cuando van creciendo no tienes la pértiga es imposible que haya progresión. Al final, te das cuenta de que con nuestras condiciones solo podemos llegar a cierto nivel, a cierta altura, pero no más allá. La realidad es que nos hemos atrasado un poco”.
La ruta olímpica: Barcelona-Atlanta-Sydney
El 14 de enero de 1988 Cuba anunció que no participaría en los Juegos Olímpicos de Seúl. Manuel González Guerra, presidente del Comité Olímpico Cubano, alegó problemas de seguridad para los atletas de la isla y demandó que Corea del Norte fuera considerada coanfitriona de la cita estival junto a la urbe surcoreana.
Estas ideas quedaron plasmadas en una carta que Fidel Castro envió a Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico, en la que expresó: “Principios morales son más importantes que las emociones de los Juegos Olímpicos y las medallas de oro que se podrían obtener. Incluso nuestros niños de primaria entienden que balas, gases lacrimógenos y represión masiva del pueblo no serían las condiciones más saludables y honorables para los Juegos Olímpicos”.
Aunque Cuba dejó abierta una pequeña ventana para revertir la decisión si cambiaba el escenario, eso nunca sucedió. En lo deportivo y al margen de cualquier controversia política, la postura del Gobierno cubano afectó a toda una generación de atletas que no tuvo la oportunidad de competir al más alto nivel cuando se encontraban en el cénit de sus carreras. Muchos de ellos, además, se habían perdido los Juegos de Los Ángeles 1984 por el respaldo de la isla al boicot de la Unión Soviética, que sí regresó en Seúl junto al bloque de países de Europa del Este.
Javier Sotomayor es uno de los que pudieron haber participado tanto en Los Ángeles como en Seúl y ganar medallas en ambas citas, pero su debut olímpico se retrasó mucho más de lo que hubiera querido.
¿Recuerdas cómo te enteraste de que Cuba no participaría en los Juegos de Seúl?
La forma exacta no la recuerdo. Sé que andábamos por Europa y estábamos esperando la decisión final; de hecho, llegamos a tener el vestuario olímpico. No recuerdo quién me lo dijo o cómo me lo dijeron, pero no fue bueno escuchar aquello.
¿Qué pensamientos pasaron por tu mente en aquel momento?
Imagínate, yo no iba a participar por participar. Al principio fue un choque y me quedó para siempre eso de qué hubiera pasado de competir allí.
¿Habrías sido campeón olímpico en 1988?
Creo que tenía posibilidades de ser medallista tanto en 1984 como en 1988, pero mucho más en esta última. Fue uno de esos años en los yo venía bien. Gané el circuito de Grand Prix, lo que hoy es la Liga de Diamante. Estaba en una forma increíble más o menos por la fecha de las Olimpiadas. No puedo decir categóricamente que sí hubiera ganado, pero las estadísticas de la época reflejan que tenía opciones reales de ser campeón olímpico.
Igualmente, en 1984 yo salté 2.33, el récord mundial de cadetes, y esa fue la altura que hizo el ganador de la plata en Los Ángeles, y el bronce quedó en 2.31. O sea, saltando lo que ya había hecho podía haber estado en el podio allí también. Tengo dos medallas olímpicas y a lo mejor en mi vitrina pudo haber dos más.
Fuiste campeón olímpico en Barcelona, una final en la que otros cuatro hombres saltaron lo mismo que tú. ¿Cómo recuerdas aquella competencia?
No fue mi mejor temporada, creo que llegué máximo a 2.36 un par de veces, porque había salido de una lesión y me estaba adaptando a mi nuevo entrenador. Más que todo, jugué con la intención de ganar, aunque enfrenté la competencia con mucha tensión, quizá la más tensa de todas. La noche antes recuerdo que estaba despierto y miraba el reloj a la 1, a las 2, a las 3… La última vez que miré fue a las 4 de la madrugada. En ese momento quité el despertador y me dije que iba a despertar a la hora que fuera, sin desayunar ni nada. Así pude dormir y descansar bien, y por suerte la competencia era tarde.
Pero fue muy tenso, por lo que representa una Olimpiada, por el hecho de no haber ido a las dos anteriores, por las ansias esas de ser campeón olímpico, porque los ojos también están encima de mí como campeón y recordista mundial…
Para colmo, empecé con un nulo en 2.24, lo que después salté 2.31 y 2.34 en el primer intento y el resto de los rivales tuvieron fouls en esas alturas, y eso me puso en ventaja. Ahí me motivé, fui a 2.37, fallé dos veces y pedí 2.39 porque quería hacer récord olímpico, pero ya me había quedado solo y era imposible concentrarme. Me venía a la cabeza: “Ya soy campeón olímpico”.
En los grandes eventos, la intención es ganar, da igual la marca. Si la competencia te exige hacer un récord para ganar, pues se hace, pero no es lo usual. En Barcelona no creo que fuera a saltar mucho más de 2.34 porque no era mi temporada, pero tampoco fue la temporada o el día de ninguno de mis rivales.
Después del éxito en Barcelona viene el descalabro en Atlanta. ¿Te gustaría borrar los recuerdos olímpicos de 1996?
No. Son cosas que le suceden a cualquier atleta. Yo venía de una temporada buena, no había perdido ninguna competencia, incluso gané un preolímpico ahí mismo en Atlanta. Pero venía arrastrando una lesión en la rodilla. Yo llegaba a las competencias, saltaba, ganaba y paraba. No hacía ni un intento más. Entonces tuve que regresar de Atlanta, tratarme en el hospital Frank País y hacerme una pequeña intervención en la rodilla.
Fue de mínimo acceso, pero estuve dos semanas sin hacer ningún tipo de ejercicio y faltaba muy poco para los Juegos. Todos los que saben de preparación deportiva entienden lo que significa parar por completo antes de una competencia para luego intentar retomar la forma.
Salté solo 2.29 en la clasificación. No hice un buen papel, no fue mi mejor momento; pero tampoco digo que hay que borrarlo porque son cosas que le pasan a cualquier atleta, más cuando uno lleva mucho tiempo en la élite. Quizá alguien que está cuatro o cinco años puede salvarse de una lesión grave, pero cuando estás veintitantos años, algo te toca.
¿Qué experiencia logra sacar un atleta de tu nivel después de no cumplir con las expectativas?
Me sentí mal y, si algo aprendí, es que no tenía que haber participado si no estaba en mi mejor momento.
Por todo lo que sucedió a partir de los Panamericanos de Winnipeg y las acusaciones de dopaje, ¿cuánto valor le das al subtítulo olímpico de Sydney?
Esa fue otra de las competencias que viví muy tenso, no solo en el momento, sino todo lo que pasó antes. Lo primero es estuve un año, o más de un año, esperando por el visto bueno de la IAAF para participar en los Juegos Olímpicos. Ese permiso llegó el 4 de agosto del 2000. En total, fueron más de 12 meses sin saltar en ningún evento. Iba todos los días al estadio a entrenar solo, porque mis compañeros estaban de gira en Europa, y sin saber si iba a saltar o no en Sydney. Prepararme en esas condiciones, sin certeza de lo que iban a decidir, fue duro. Yo me decía: “Si analizan bien el caso, si estudian todas las pruebas que aportamos, en las cuales se demuestra que soy inocente, me van a dar la autorización”. Por suerte así fue y pude saltar.
Pero bueno, fue un momento tenso, sobre todo después de la competencia. Yo en mi vida había hecho una prueba antidóping como ese día. Me sentí tenso, a lo mejor el que me viera pensaba que estaba ocultando algo, pero temía que se repitiera todo lo que había vivido en Winnipeg.
Fue una medalla de plata que, al principio, no acepté como un gran triunfo, igual que otras logradas antes. No todos los atletas son tan ambiciosos como yo. Ya después, viendo las condiciones y la forma en que fui a esos Juegos Olímpicos, sí entendí que era meritorio.
Tu nombre aparece en buena parte de las marcas mundiales; sin embargo, el récord olímpico está en poder del estadounidense Charles Austin (2.39) desde Atlanta 1996. ¿Tienes la sensación de que esa es una deuda que te quedó?
Habría querido romper el récord, la realidad que sí, pero en pruebas como el salto de altura o la pértiga no creo que sea el objetivo principal de los atletas. La dinámica de las competencias es diferente y trazas la estrategia para ganar, no para romper un récord. Yo hacía un primer salto para asegurar una marca, en el segundo buscaba meterme en medallas y en el tercero intentaba empezar a jugar con el oro.
En las carreras, la longitud, el triple o los lanzamientos, es más probable que se den grandes registros en estos eventos porque los deportistas consiguen una marca real. El corredor detiene el cronómetro en un tiempo específico, la jabalina, el martillo o la bala caen en un punto específico y lo mismo con los saltadores de longitud y triple salto. Nosotros no. Por ejemplo, cuando yo gané con 2.34 en Barcelona se ve en la foto que salté mucho más, pero lo que cuenta es donde está la varilla.
En estas modalidades uno puede hacer lo mejor de su vida, lograr el salto perfecto técnicamente, desplegar la mayor potencia, sacar 20 centímetros a la varilla, pero eso no es lo que vale.
El dopaje
“La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) ha confirmado el positivo por nandrolona del atleta cubano Javier Sotomayor, plusmarquista mundial de salto de altura, en la reunión de Tenerife el 14 de julio pasado, por lo que será suspendido a perpetuidad pese a encontrarse ya retirado de la competición”.
Así abría el diario AS una nota de prensa fechada en enero de 2002, la cual aseguraba que el cubano había dado positivo en las dos muestras de orina con niveles muy por encima de los límites establecidos. De esta forma, terminaba definitivamente la carrera del mejor saltador de altura en la historia del atletismo.
¿Cuál es la historia detrás de este caso de dopaje?
Es un positivo que nunca entendí, porque me hice controles fuera de competencia antes y después de ese evento en Tenerife y no me detectaron nada, a pesar de que la nandrolona es una sustancia que permanece en sangre durante bastante tiempo. Pero bueno, a mí fue al único que le hicieron pruebas en Tenerife, al azar, y me tocó.
Quizá se habría evitado si te retirabas luego de los Juegos Olímpicos de Sydney, teniendo en cuenta también las lesiones y dolores crónicos que padecías. ¿Por qué no poner punto final a la carrera ahí?
Yo salí de los Juegos prácticamente sin lesiones. Al no tener una intensidad tan grande, me mantuve sano. Por eso decido continuar; pero al año siguiente, cuando empecé a machacar de verdad, las rodillas y los tobillos no aguantaron más. Iba a cumplir 34 años y no estaba ganando, entonces anuncio el retiro en octubre de 2001.
¿Sientes que de alguna manera esas dos polémicas acusaciones de dopaje pusieron en tela de juicio los principales logros de su carrera?
Siempre hay gente malintencionada, pero no creo que haya influido en mi legado ni en la forma en que muchos me valoran hoy. Cuando te sientas con todas las evidencias en la mano y miras las circunstancias en que se dieron los dos casos de dopaje, mínimo tienes que cuestionarte algunas cosas.
Por ejemplo, en Winnipeg 1999 a mí los médicos me dijeron que no saltara porque tenía una hernia, pero decidí que sí y obviamente iba a ganar, por lo que estaba consciente de que pasaría por un control antidóping. Consumir algo prohibido era correr un riesgo absurdo. Es como ir a robar en un banco con mil policías dentro. Tendría que ser el más tonto del mundo.
Lo que pasa es que cuando se desata todo aquel escándalo, nos faltó experiencia para manejar la situación. Primero di positivo en la prueba A con unos niveles de cocaína que no solo me hubieran impedido competir, sino que me hubieran matado. En la prueba B di negativo. Ahí debió terminar todo, pero nosotros aceptamos una prueba C que jamás se había hecho, que no existe en los controles antidóping. Ese fue el error.
Pero al final aportamos todas las pruebas que llevaron al Comité Olímpico a levantarme la sanción para competir en Sydney 2000.
¿Te arrepientes de algo o cambiarías algo de tu carrera?
Hay cosas que podría mejorar. Como se dice, si nazco de nuevo mañana a lo mejor hago cosas que no hice, o viceversa. En la vida siempre se puede corregir algo.
Los saltos del presente
Hace muchos años que no se para frente al listón para volar sobre él, pero Javier Sotomayor ha multiplicado su notoriedad con el paso del tiempo. Lejos de las pistas, “El Príncipe de las Alturas” se ha transformado en un ícono del deporte cubano y una de las figuras más reconocidas a nivel global. Con frecuencia podemos verlo como invitado de honor en eventos en Budapest, Tokio o París, o recibiendo premios en Barcelona, Madrid o Miami.
“No puedo estar más agradecido por todos los reconocimientos, por la manera en que los aficionados recuerdan mis marcas y mis victorias. Me gusta pensar que ellos son los que de verdad han mantenido vivos los récords y los títulos”, asegura Sotomayor, de pie, casi listo para despegar tras aproximadamente una hora de diálogo.
Su influencia hoy, al igual que su poder de salto ayer, no conoce límites, y lo ha aprovechado para fungir como líder y ejemplo de las nuevas generaciones: “Me siento bien cuando transmito mis experiencias a los saltadores de altura, fundamentalmente de Cuba. Quizáspor coincidencia, los mejores resultados de muchos de ellos han sido conmigo presente y me alegra que mis consejos les hayan servido de algo, aunque lo que han logrado no ha dependido solo de mí. Nunca he sido entrenador a tiempo completo, ni siquiera de mi hijo, con quien estoy trabajando ahora; pero llevo bien ese rol de guía de los más jóvenes”.
Aunque no tan tenso como en sus días de atleta activo, vive con mucha más presión de la que podemos imaginar. Es un hombre que lo ha logrado todo, pero le quedan metas y sueños por cumplir. Uno de sus mayores anhelos a corto plazo es organizar una nueva edición del Festival de saltos José Godoy In Memoriam, en honor a quien fuera su primer gran entrenador.
“Es una competencia que viene haciéndose desde hace varios años, solo paramos por la pandemia y ahora vamos para la novena edición. Este año pretendemos hacerla en pista cubierta si logro la ayuda de la MONDO. La intención es hacerlo en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, con un gran espectáculo cultural. Queremos convocar muchas personas; entre ellas, a los mejores saltadores del país de distintas categorías. Antes hemos tenido fundamentalmente atletas de la capital, pero queremos que vengan muchos más de otras provincias”, revela Sotomayor, quien además ocupa sus días como emprendedor.
“Es un tema complicado”, dice y sonríe, quizá algo nervioso. “Lo más difícil es sacar el tiempo para dedicarle a mi negocio. También debo aprender para que no me sucedan cosas que me están sucediendo. Hay golpes que te van enseñando. Para ser mejor emprendedor creo que todos debemos prepararnos mejor para salir adelante”.
Estar lejos de su hijo Jaxier es otro de los desafíos que enfrenta. “Desgraciadamente no estamos juntos a tiempo completo, creo que es algo que lo ha frenado un poco. No es positivo que un muchacho de 16 años entrene solo durante seis meses o más”, dice Sotomayor, a quien apenas le queda tiempo hasta partir a un nuevo compromiso.
Antes de salir por la puerta, una última pregunta que desde las 2 de la tarde querían hacerle los fotógrafos que me acompañan, Ricardo López y Jorge Luis Coll: ¿Saltó Sotomayor más de 2.45 alguna vez? “Ni lo intenté: saltar más de 2.45 es una locura”.
Muy buena entrevista. Diferente de lo que hacen los periodistas cubanos