Desde hace mucho tiempo siento que la euforia por los Juegos Paralímpicos se apaga rápido entre los aficionados al deporte. Este no es un fenómeno exclusivo de Cuba. Por lo visto, pasa en todas las latitudes, incluso en un gigante como China, que en París 2024 ganó más preseas doradas (94) que la suma de los títulos de Gran Bretaña (49) y Estados Unidos (36), ocupantes del segundo y tercer puesto del medallero, respectivamente.
“Los paralímpicos reciben un impulso cada cuatro años en la conciencia pública de China —aunque, una semana después de los Juegos, esa atención ya se ha atenuado significativamente—, pero por lo demás las personas con discapacidad en China se mantienen en gran medida en un segundo plano”, advertía hace solo unos días en The Guardian el analista Mark Dreyer, fundador de la plataforma China Sports Insider.
Estas líneas me llevan a pensar en el verdadero valor que le damos como sociedad a los logros —dígase medallas o diplomas paralímpicos— o a la simple participación de atletas discapacitados en un escenario de máximo nivel como son los juegos estivales. Llegar hasta allí requiere de un esfuerzo descomunal y conseguirlo es un premio enorme para estos deportistas; su particular estocada a la vida que los puso en una situación desventajosa, ya sea por accidentes automovilísticos, domésticos o laborales, heridas de guerra, enfermedades degenerativas o malformaciones genéticas.
No es fácil y no muchos logran sobreponerse a cualquiera de esas adversidades, apostar por el deporte como un nuevo modo de vida, entrenar, exigirse y competir. Siempre recuerdo el caso de Yunidis Castillo, una mujer con aspiraciones de ser judoca de élite que perdió un brazo en un accidente y encontró entonces refugio en el atletismo, especialidad en la que se convirtió en una espectacular velocista.
Por historias de superación como esta y otras tantas que se han escrito en el movimiento paralímpico es que debemos tener conciencia de lo que representa la participación y los éxitos de los atletas discapacitados en citas bajo los cinco aros, particularmente los cubanos, quienes deben imponerse en un contexto de múltiples carencias.
Esta no es una de esas frases hechas que muchas veces se utilizan a modo de comodín, o para buscar justificaciones. En realidad, el financiamiento que recibe el programa paralímpico en la isla es ínfimo si lo comparamos con lo que destinan las grandes potencias al desarrollo competitivo de los atletas discapacitados.
Gran Bretaña, por ejemplo, gastó alrededor de 4 millones de libras esterlinas de cara los Juegos Paralímpicos de Sydney 2000, y dos décadas después esa cifra ascendió considerablemente hasta los 54 millones de cara a Tokio 2020, una cuantía que representa la totalidad del presupuesto deportivo cubano de varios años.
En el caso particular de Sydney 2000, los británicos se apoyaron en una inyección de la Lotería Nacional, la misma fórmula que utilizó Brasil para robustecer su Comité Paralímpico, con una disponibilidad cercana a los 40 millones de dólares solo en 2023.
Por otra parte, algunas naciones (Estados Unidos, Australia, España, Israel, Corea del Sur, Malasia, Francia y Canadá) han adoptado como política la remuneración igualitaria a medallistas olímpicos y paralímpicos, algo totalmente impensado hace no tanto tiempo y que no todos los países asumen (Japón, Hong Kong y Singapur tienen diferencias en los premios a los que suben al podio). Este aumento de los incentivos, obviamente, ha propiciado un escenario competitivo más exigente y de mucho mayor nivel que en temporadas anteriores.
En este contexto, en París 2024 Cuba superó las expectativas y posibilidades de un país del tercer mundo que atraviesa una de sus crisis económicas más crudas. Así lo prueba el botín de diez preseas y seis coronas con una delegación de 21 atletas. Ese resultado de máxima eficiencia le permitió ascender al puesto 25 del medallero entre 170 países participantes.
Como ya había sucedido en ediciones anteriores, una parte importante de la cosecha dorada estuvo a cargo de Omara Durand, quien escaló tres veces a la cima junto a su guía Yuniol Kindelán en el atletismo. La corredora cerró así su participación en citas estivales con 11 cetros, una quinta parte de todos los que ha ganado Cuba desde que comenzó su historia paralímpica en Barcelona 1992.
Precisamente, en este período de 32 años el éxito del programa antillano en el deporte para discapacitados se ha basado en el descubrimiento de atletas con la capacidad de competir y ganar en varias pruebas.
Durante más de una década, Omara ha sido el estandarte, pero antes jugaron un rol similar Oscar Turro, Omar Moya, Liiudys Beliser, Enrique Caballero, Enrique Cepeda, Diosmani González, Irving Bustamante, Lázaro Rashid Aguilar, Raciel González, Lorenzo Pérez, Luis Felipe Gutiérrez, Leinier Savón y la mencionada Yunidis Castillo, todos multimedallistas en una misma cita bajo los cinco aros.
Para ediciones venideras, Cuba se enfrentará a un panorama diferente, justo porque no se vislumbra ahora mismo otra figura con aspiraciones de conquistar dos o tres podios. Con estas nuevas circunstancias, sumadas a las escasas posibilidades de fogueo internacional y a las carencias de toda índole en los procesos preparatorios, será muy complicado repetir un puesto entre los 30 mejores países de los Juegos Paralímpicos o emular el ritmo de las últimas cinco citas estivales, en las que se obtuvieron al menos cinco coronas y diez medallas en total, salvo el caso de Tokio 2020, cuando se finalizó con saldo de cuatro cetros y seis preseas.
¿Qué hacer entonces para continuar con el desarrollo del movimiento paralímpico en la isla? No existe una fórmula perfecta para el éxito, mucho menos si no se buscan otras opciones de financiamiento más allá del presupuesto estatal al deporte. Quizás el camino más sostenible pase por invertir en procesos profundos de captación desde la base, algo similar a lo que se hace en China.
“En Estados Unidos en particular, muchos atletas paralímpicos son veteranos del ejército heridos. Este no es el caso en China, donde muchos atletas paralímpicos provienen de áreas rurales más pobres y pueden tener enfermedades congénitas. Esto permite a China maximizar sus ventajas en identificación y desarrollo de talentos, y muchos atletas ingresan a programas paralímpicos a una edad temprana, a menudo a través de escuelas estatales y academias deportivas para personas con discapacidad”, precisó en un estudio el analista Mark Dreyer, quien tiene claro que, sin ese proceso de captación, China no habría llegado a sus actuales niveles de estelaridad en el concierto bajo los cinco aros.
En Cuba imperó por años el modelo de trabajo minucioso en la base del deporte convencional, por lo que existe la experiencia. Sin embargo, es bueno tener los pies en la tierra: ese sistema primario se ha deteriorado con el paso de los años, deprimido mayormente por el descuido de las instalaciones y la falta de personal calificado. Todos estos factores, obviamente, están conectados con la economía, por eso mencionamos antes la necesidad de una inversión estatal o, en su defecto, buscar entidades o personas dispuestas a asumir esas inversiones.
Contrario al caso de China, cuyo presupuesto estatal para el deporte supera los 2400 millones de libras esterlinas al año (una parte importante de ese monto va destinado a los sistemas de élite de los programas olímpicos y paralímpicos), Cuba no cuenta con fondos suficientes para el desarrollo del deporte, por lo que incluir a nuevos actores en el proceso puede ser crucial.
Por supuesto, esto no se logra de la noche a la mañana. Como mencioné al inicio del artículo, siento que la euforia por los triunfos de los atletas discapacitados se apaga demasiado rápido, y eso es algo que debemos corregir si pretendemos que toda una comunidad se involucre en el apoyo al movimiento paralímpico en la isla.
Gobierno, instituciones, organizaciones, medios y público debemos estar más implicados en esta empresa, valorar más las actuaciones de los atletas paralímpicos y reconocerlas al mismo nivel de los olímpicos, quienes también podrían comprometerse más con sus colegas. Solo así se podrá seguir avanzando hacia el gran objetivo de la inclusión total que, a su vez, abrirá más puertas en el camino de los deportistas discapacitados.