Fue una bobada que esperara ver la final de Brasil 2014 en un cine. En el Riviera el gentío se extendía hasta la calle 23, con poco más asaltaba el medio de la vía y paralizaba el tráfico. En el Yara, por el estilo. Jóvenes en su mayoría, casi niños, hechos un nudo, con las caras pintadas de banderas argentinas y alemanas y las camisetas de sus selecciones, latinoamericanistas, europeístas ruidosos, invadiendo cada espacio sin ceder alguno como si se hubieran planteado estrategias para ello, en trechos humanos prendidos por esa fiebre internacional que se extendió de junio a julio.
De junio a julio el fútbol poseyó el cuerpo de La Habana como un demonio que no es un ser maligno, sino el fútbol en sí, el fútbol modus vivendi, el fútbol —por qué no— habeas corpus y todo aquello que se le quiera agregar en latín y en lengua muerta y en lengua viva, y en escritura cuneiforme, uniforme, informe, multiforme, deforme, vermiforme y el resto de los adjetivos que terminan en forme. De junio a julio, vivimos y morimos simbólicamente los amantes del fútbol, incluso los y las amantes de los y las amantes del fútbol, que no quisieron desentonar.
Han salido exclamaciones, lágrimas, rabia. Nos hemos odiado, nos hemos querido. Nos hemos juntado, nos hemos separado. Nos hemos elogiado, nos hemos ofendido. Hemos discutido y hemos llegado a acuerdos. Hemos brindado en honor de X país y de X jugador. Apostamos dinero, en broma y en serio, en una moneda y en la otra. De junio a julio, en La Habana afloraron los maníacos y los juerguistas, los clarividentes, los de nigérrima videncia, los que se pasaban de un equipo a otro, los que creían que determinada acción suya cambiaría por completo el resultado de un equipo (por ejemplo, el local en que se veía el partido o con quién se veía el partido) los que pensaron que la mordida propinada por Luis Suárez a Giorgio Chiellini no merecía un correctivo de tal envergadura, los que discutieron si James se decía Yéims o James, los parlanchines, los que vieron al juego diferido como un rival para su telenovela de las nueve o la programación diurna, los esperanzados; una parte de ellos puso su fe en la puntería del Ratón Mundialista que se coló en el agujero argentino, mas no acertó el animalejo y Alemania sumará una estrella a su uniforme. En realidad lo sabíamos. Iba a suceder.
Alemania fue una máquina mortífera, un Panzer a lo largo de Brasil 2014, y los argentinos resistieron pero desaprovecharon las oportunidades que se les presentaron. Les faltó definir y a los alemanes hay que marcarles por obligación. Palacio no debió fallar. Hubo quien no lo quiso por Higuaín aun sabiendo que el Pipita jugaba con los ojos vendados y disparaba guiándose por las voces del público, no por la del arquero rival, en el caso de este domingo, la de Neuer. Dicho en términos de guerra germánicos, los argentinos no fueron su Panzerschreck. Nadie lo fue. En la actualidad es el mejor equipo del mundo. Pero está eso de John Lennon: you may say i’m a dreamer… y estaba el pronóstico del Ratón entre otras cosas de índole subjetivo que no pudieron contra un once de alemanes objetivos, fríos como el Stahl, y con una fábrica de goles en sus piernas. Mario Gotze fue el héroe pero pudo serlo cualquiera de los once, porque en Alemania anotan goles hasta los masajistas del equipo. Pero lo repito, fue Gotze. Solito, frente al arco de Romero, bajó el esférico con el pecho y le pegó en una jugada de lujo que liquidó a Argentina y le sacudió el polvo a su portería. Una acción individual de dos contactos a la pelota. Suficiente. Gotze con su rostro de adolescente rosado fue el más adulto de los teutones.
En La Habana hubo un rugido armonizado. Y el silencio de los argentinos y de fondo ese tango de Gardel:
Volver
con la frente marchita
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Lo que son las coincidencias, el nombre de Argentina proviene del latín argentum, que significa plata. Y la plata es el metal que cuelgan a los segundos lugares en las competiciones deportivas.
En lo que a mí respecta, al final y en La Final, no conseguí entrar a un cine. Andaba acompañado y tuve que ahogar la tentación de mostrar un carnet de órgano de prensa y abrirme paso enseñándolo. Vi el partido en mi casa. Vi el llanto de Agüero y la cara gélida de Messi, vi que los argentinos subieron las escaleras ignorando los saludos de sus seguidores y me molesté a causa de esto. Ya me había molestado con los árbitros y me molesté porque Shakira salió en Brasil con una canción titulada La la la después de haber cantado en Sudáfrica una titulada Waka Waka, y ya no sé qué vendrá después si Shakira se encarga de la próxima canción en Rusia. Desde luego, hay otras causas por las que me molesté pero para qué meterse en camisa de once varas. Ya terminó el mundial. Ya vamos de los ratos de euforia a los de acordarnos de las regulaciones de la aduana y demás contratiempos diarios. Desgraciadamente, nos toca devolvernos; terminaron las celebraciones modernas de Dionisio. Adiós, Brasil 2014.