La pandemia ha alterado tanto nuestra realidad que las medallas olímpicas ya no las entrega ninguna personalidad. En las premiaciones de Tokio 2020, cita donde se ha limitado al mínimo el contacto físico, los directivos o las antiguas estrellas del deporte se ponen a un costado del podio y son testigos mientras los ganadores se cuelgan sus propias preseas en una ceremonia muy parca.
Sin embargo, los vencedores en pruebas combinadas o colectivas escapan de la frialdad. Los equipos de gimnasia artística, los botes del remo, o los relevos de la natación y el atletismo son algunos de los que han tenido la oportunidad de premiarse entre ellos mismos, detalle que le da un toque de emoción a las ceremonias.
En ese escenario, antes impensado, el canoísta cubano Serguey Torres podría haberse despedido del deporte de una manera espectacular: poniendo la medalla de oro olímpica a su compañero Fernando Dayán Jorge y fundiéndose en un abrazo glorioso, luego de la espectacular victoria que ambos consiguieron en el C-2 a mil metros en el Sea Forest Waterway, sede de las disciplinas náuticas en lid estival japonesa.
Ritmo endiablado de paletadas y perfecta sincronía fueron las claves de éxito para Serguey y Dayán, quienes dejaron a chinos y alemanes con los deseos de celebrar en lo más alto del podio. La regata, una de las más emocionantes que Cuba recuerde, fue una demostración de contundencia del bote antillano, implacable en los últimos 250 metros de competencia.
Aunque no comenzaron a full, Serguey y Dayán lograron mantenerse en la vanguardia todo el tiempo, a su paso, en una batalla perenne contra ellos mismos. Al final, cuando ya se divisaba la meta, estaban separados a solo 41 centésimas del bote chino y llegó el momento de rematar.
“En una regata rápida todos los botes llegan colapsados al final. El que menos se rompiera iba a ganar y ese fuimos nosotros”, dijo Torres a la prensa acreditada en Tokio.
Este es un premio mayúsculo para la embarcación insignia del canotaje cubano, la misma que ganó preseas de plata en Sydney 2000 y Atenas 2004 con Ibrahim Rojas como eje, acompañado por Leobaldo Pereira en la cita australiana y Ledys Frank Balceiro en la cuna del olimpismo.
Serguey y Dayán son los herederos del imperio que levantaron esos tres monstruos del canotaje cubano a principios de siglo, cuando ganaron un sinfín de competencias mundiales y dejaron sentadas las bases para los éxitos del futuro.
“Me fijaba bastante en Ledys Frank Balceiro. Puedo decir que es uno de los atletas que mejor técnica tenía. Recuerdo que nos poníamos a ver las regatas de él en los Juegos Olímpicos de Sídney y las mirábamos en cámara lenta. ¡Imagínate! Una regata de más de tres minutos puede llegar a durar hasta media hora observándola así. Lo hacíamos para fijarnos en los movimientos y funcionó, porque creo que todos tenemos algo de la escuela de canoa de esos años. Los estilos no son iguales, pero se parecen mucho”, confesó hace unos meses Serguey al colega Jorge Luis Coll.
Pero al margen de referencias técnicas o de similitudes y diferencias en los estilos, si un rasgo común distingue a estos atletas es su casta y capacidad para no bajar nunca los brazos. Sin ir muy lejos, Serguey Torres estuvo a punto de quedar fuera de la canoa biplaza en el 2019, cuando algún directivo decidió que ya sus mejores tiempos habían pasado, pero no aceptó el veredicto e instancias superiores le dieron la razón.
Dos veranos después, ya con 34 años en las costillas —más de 20 en la práctica del canotaje—, Serguey tiene una medalla de oro olímpica colgada en su cuello, mientras la alocada idea de separarlo del C-2 debe estar, por fortuna, engavetada en los archivos del Cerro Pelado, justamente en la nutrida sección de despropósitos.
El espirituano no merecía, de ninguna manera, perder el último tren olímpico, sobre todo después de haber dado tanta gloria a su país con más de 20 medallas a nivel mundial. Serguey, además, no merecía perder la oportunidad de revancha bajo los cinco aros luego de un sexto lugar en Río que le sacó las lágrimas.
La larga regata contra la pandemia
El camino hasta aquí ha sido extremadamente turbulento, y no solo por la propuesta de separación del equipo nacional. La COVID-19 puso contra las cuerdas a la dupla antillana, que durante meses no pudo entrenar en conjunto, mientras la mayoría de sus rivales, en particular los poderosos de América y Europa, se iban a lugares remotos para mantener su entrenamiento durante la cuarentena global.
“Creo que, al principio de todo, este cambio fue un poco difícil, porque con la pandemia ni siquiera sabíamos lo que podía pasar. En nuestro caso, tuvimos que alejarnos del deporte por cierto tiempo, y veíamos como el sueño olímpico se alejaba y se alejaba”, relató Fernando Dayán en dialogo exclusivo con OnCuba.
El joven cienfueguero comenzó a trabajar con Serguey siendo prácticamente un niño, pero su talento y poder le permitieron evolucionar rápido hasta convertirse en el complemento ideal del veterano piragüista, con quien ha mantenido una línea triunfal en los últimos años, incluso después del largo período de inactividad en el 2020, cuando se suspendieron la mayoría de las competencias.
“Los botes de equipo nacen. Es por eso que, a pesar de los contratiempos por la pandemia, a pesar de no poder entrenar juntos durante mucho tiempo, cuando regresamos no pasamos demasiado trabajo para acoplarnos. Nuestros de remadas coinciden y no es tan complicado encontrar la sincronía. En realidad, lo más preocupante en durante el período de inactividad fue mantenernos sanos y en la mejor forma posible”, explicó Dayán.
No obstante, el joven de 22 años, nos cuenta que la incertidumbre generada por el virus provocó dudas y frustración, sobre todo antes de que se conociera el aplazamiento de los Juegos Olímpicos.
“A tres meses de Tokio 2020 las noticias que veíamos no eran buenas. El mundo se estaba enfrentando a algo desconocido y no teníamos ni idea de cómo iba a terminar todo. En esas circunstancias, costó mantener la concentración a tope y enfocarnos en los entrenamientos con limitaciones”, rememoró el cienfueguero, quien reconoce que llegó a temer por una suspensión definitiva de los Juegos.
“Si se decidían por no hacerlos, podía ser el final de la carrera de Serguey sin competir nuevamente en una Olimpiada, lo cual hubiera sido fatal, porque él estaba listo y enfocado en terminar con el único título que le faltaba en sus vitrinas”, precisó Dayán, pletórico luego de la victoria en Tokio.
“Yo sé que muchas personas pensaban que el pronóstico de medallas que traíamos era demasiado optimista, pero estaba basado mayormente en los objetivos que nosotros mismos nos trazamos. Si nos daban como favoritos, es porque generamos expectativa a partir de nuestros resultados y de nuestra respuesta bajo presión”, dijo el canoísta, quien todavía tiene por delante la competencia individual.
“Todos saben que el bote de equipo es el más laureado de Cuba, no solo ahora, sino a través de la historia, pero yo he logrado mantenerme bien en las dos modalidades. Los Juegos Olímpicos son cada cuatro años, así que ahora es el momento de ir con todo para cumplir nuestros objetivos. Me siento fuerte para competir en el C-1 y quiero seguir aportando a Cuba.”