A Yipsi Moreno le conozco sus lágrimas. Y como yo todo el pueblo de Cuba. No es fácil olvidar aquella derrota, si se puede llamar así, en los Juegos Olímpicos de Atenas ´04. Allí lloró.
Todos esperábamos la victoria y, con ella, su amplia sonrisa. Sí, porque detrás de la chica fuerte que no se dejaba vencer, que se mostraba seria, impetuosa, corajuda en la jaula de lanzamientos, también se esconde una mujer de hablar bajito, con tono dulce, mucho reír, y que menciona el nombre de su pequeño en cada entrevista.
Yipsi fue segunda en Grecia, aunque le tocaba el oro. El destino no quiso, y al final la vida no la premió con ese metal áureo, solo ese le faltó. Cuatro años después obtuvo el mismo resultado, la medalla de plata, en Beijing, China, pero no fue igual. El momento adecuado era en tierras helénicas.
El 2004 era un año trascendental dentro de su trayectoria deportiva. Tras ser la mandamás en dos competencias universales de forma consecutiva – Edmonton´01 y París´03-, se avizoraba como la principal candidata en la cita de los cinco aros. El cartel de máxima favorita se escribió en mayúscula cuando en abril, acá en La Habana, la agramontina envió el implemento hasta los 75.18 metros, su mejor marca personal entonces.
El martillo, especialidad joven por aquellos días, estaba in crescendo, y los resultados de las atletas iban aumentando con el decursar del tiempo. Moreno, una de las pioneras, era la única que había soportado el doble paso, y vagaba como llanera solitaria y única sobreviviente de aquel grupo inicial, aunque junto a su figura, lista y rauda como fiel escudera, estaba una joven que sorprendió al alcanzar el bronce en la cuna del olimpismo: Yunaika Crawford. A ella poco más la vi.
No recuerdo el día ni la hora. Tampoco importa mucho. En mis remembranzas quedaron los lanzamientos rozando la malla, la desesperación constante, el apoyo de millones a miles de kilómetros, las manos a la cabeza.
En esos instantes la morena antillana no pudo llegar tan lejos. Se quedó corta con sus 73 metros y 36 centímetros, y holgadamente fue superada por su conocida rival Olga Kuzenkova. La rusa, de ojos claros, esbelta, para nada corpulenta, linda en general, lanzaba más a técnica que a fuerza. Tiró 75.05, nuevo récord olímpico, y dejamos de soñar, y junto a nosotros Yipsi.
Luego volvió, como fiel guerrera, y lloró en el gigante asiático, casi un lustro luego, conocedora de que la verdadera oportunidad, la oportunidad dorada, había quedado en otro momento y en otro lugar.
Yipsi siempre lloraba, de veras, de alegría o de tristeza, más por la primera, pero lloraba. Y este lunes, aunque escondió su rostro, un rostro que se despide, y esta vez parece que definitivamente, volvió a llorar como hace una década atrás. Reconocí sus lágrimas. Y como yo todo el pueblo de Cuba.
Tras su aporte en los XXII Juegos Centroamericanos y del Caribe, se aleja como la campeona que siempre fue, es y será, luego de quince años en la elite, tras tres generaciones de martillistas, batiéndose con europeas, asiáticas, americanas y esquimales, y sin dejar que se le fuera “la guagua” totalmente ante quienes dominan en la actualidad, lo demostró hace algunos meses en Moscú, cerca de donde nació la Kuzenkova.
Dice adiós, con los ojos mojados, por encima de los 70 metros, a los 34 años, con tres títulos panamericanos, dos centroamericanos, tres universales, dos subcampeonatos olímpicos, algunas libras de más y el cariño infinito de los suyos, que extrañarán sus medallas, y su dedo índice en el aire en forma de tornado, de remolino, porque Yipsi, no es Yipsi, es la “Furia de Agramonte”.
Es la mejor amo su carácter y su espíritu la extrañaremos mucho, aunque seguro seguirá aportando de otra manera