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Treinta y tres años han pasado desde su bronce en Barcelona 1992, que terminó por perderse en el olvido, y casi nada se sabe de este luchador cubano. Su decisión de quedarse en Estados Unidos pesó más que la medalla, y él hizo caso omiso para emprender, sin ataduras, un nuevo camino.
Lázaro Reinoso tiene hoy 55 años y es entrenador en la tierra que lo acogió. El silencio mediático no ha podido borrar sus preseas, ni sus encarnizadas batallas con el extraclase John Smith, a quien le arrancó la victoria en más de una ocasión.
“Casiguara“, bautizado así por sus compañeros porque era un tipo “guaroso”, pero no completamente, confiesa haber vivido una infancia compleja, marcada por la separación de sus padres y el posterior abandono de la figura paterna, al que dice no recordar. Un tiempo después, los colchones se volverían el sitio ideal para escapar de sus realidades en su natal Pinar del Río.

“Desde muy pequeño me incliné por la lucha, a pesar de que había jugado pelota también. Hay que reconocer que tuve muchos entrenadores buenos en las categorías inferiores, lo que me llevó a entrar en la Espa Nacional cuando tenía 17 años”, cuenta a OnCuba vía WhatsApp.
En su evocación, califica al año 1987 como su entrada por la puerta grande al mundo de la lucha libre: “Fuimos cinco atletas al Campeonato Mundial juvenil en Vancouver, Canadá, y obtuve la única medalla de oro de Cuba y de toda Latinoamérica”.
Años más tarde, en 1990, Reinoso mostró todo su potencial, al doblegar por primera vez en su carrera al estadounidense John Smith, campeón olímpico y mundial considerado por varios especialistas como el mejor librista de la historia en los 62 kg, amparado en un palmarés que incluye dos cetros bajo los cinco aros, cuatro títulos del orbe y la inclusión en el Salón de la Fama de este deporte.

La derrota, en el Torneo Internacional Cerro Pelado, en La Habana, se clavó en las entrañas de Smith, un tipo que muchas veces quedaba inconforme, incluso ganando:
Tan emocionado estaba Reinoso que comenzó a golpear la colchoneta con alegría. Smith estaba cerca y esperaba en silencio que algún día se volvieran a encontrar. Después de cada derrota, Smith lloraba como un recién nacido y luego volvía a dedicarse al deporte. Lo hizo cuando tenía 6 años. Lo hizo en Oklahoma State. Lo hizo después de que Lewis, Reinoso y Fisher lo vencieran.
(Los Angeles Times, Luchando consigo mismo: el campeón olímpico John Smith deja todo atrás y luego vence a todos los demás, por Gene Wojciechowski, 19 de julio de 1992).
“Me quema. Es algo en lo que sólo puedo pensar un rato o me enfadaré. Pasa lo mismo con ese cubano. Incluso hoy pienso en ese tipo venciéndome. Pienso en eso cada vez que lo veo, en todos los eventos mundiales a los que voy. Lo miro y puede decir que me ganó. Simplemente me da dolor de estómago cuando pienso en eso”, rememoró Smith a Los Angeles Times en la antesala de los Juegos Olímpicos.
Reinoso, por supuesto, lo vivió de otra manera: como uno de los logros de su entonces corta carrera. “En la final lo derroté, con Smith tuve cuatro peleas, dos ganadas y dos perdidas”.
Según un artículo de Chicago Tribune, tras ceder, Smith sólo pudo permanecer allí y observar con tristeza cómo el cubano corría y celebraba alrededor de la lona. “Saltó alto en el aire, saludó a la multitud y sacudió su dedo hacia Smith…el cuatro veces campeón del mundo a quien acababa de derrotar 4-3”, continúa el artículo.
En el siguiente combate, en un Grand Masters en Pittsburgh, el estadounidense tomó venganza y todo quedó listo para otro choque de trenes en los Panamericanos de 1991, en una Habana que dejó la vida en la realización de los Juegos.
“En 1991 participé en los Panamericanos y obtuve la medalla de bronce. La única pelea perdida fue contra John, un combate cerrado. Él y yo estábamos en el mismo grupo. Esa competencia fue muy importante para mí, ya que estuve frente a mi gente de Cuba e hicimos un pedacito de historia para nuestra lucha”, expone.
“La competencia que estaba por venir eran los Juegos Olímpicos de Barcelona. Fueron los mejores luchadores del mundo. Recuerdo mi primera pelea con el luchador ruso Azizov… Perdí ese primer combate 11-6, después gané en todas mis salidas. No podía caer, porque quedaba eliminado de la Olimpiada”, enfatiza.
“Mi último combate del grupo tocó con John Smith, una pelea muy intensa desde el inicio, la número cuatro entre nosotros. Nos fuimos a tiempo extra y logré vencerlo con una turca. Al final de la jornada había tres luchadores con un combate perdido en el grupo”, evoca.
La caída ante Magomed Azizov lo dejó en segundo lugar de la llave y le dio la oportunidad de pelear, a la postre, por la presea de bronce, que se colgó, pasando por encima del búlgaro Rosen Vasilev, 4-0. “A ese bronce le guardo mucho cariño, ya que me ponía en la historia de los Juegos Olímpicos, además lo logré con solo un combate perdido y con una victoria frente al que sería el campeón de ese torneo”.
El año 1993 trajo distintas emociones. Felicidad e incertidumbre se mezclaban en un luchador que comenzaba a pensar en el futuro más allá de los colchones. Después de conquistar la plata en el Campeonato Mundial de Toronto al caer en la final contra el estadounidense Tom Brands, Reinoso empezó a tener más claridad en el panorama.
Un reporte de Los Angeles Times cuenta que el jueves 12 de mayo de 1994 el medallista olímpico y mundial dejó el equipo nacional de lucha libre durante una escala en el aeropuerto internacional de Miami, camino a una competencia en Teaneck, Nueva Jersey.
“La decisión que tomé de quedarme en Estados Unidos fue porque comencé a darme cuenta de muchas injusticias hacia las personas que ya se habían retirado del deporte, cómo los echaban al olvido y al abandono. Muchos fueron usados, por eso aposté por la búsqueda de un mejor futuro para poder preparar el terreno con vistas a mi retiro.
“Fue una elección muy dura, pues dejaba atrás a mi país y a mi familia… Pasaron muchos años hasta que los volví a ver. Ese día llegué al aeropuerto y le dije al policía que estaba encargado de revisar los pasaportes que no quería regresar a Cuba. Nunca voy a arrepentirme de mi decisión”, afirma.
La nueva vida representó un reto que afrontó con ilusión. Uno de sus primeros trabajos fue en un supermercado. En las noches apoyaba las labores de entrenamiento de lucha en una escuela.
Semanas después, cuenta el pinareño, recibió una llamada desde una universidad para que ayudara con el programa del deporte. “En aquel entonces el head coach Jack Spate me contrató para ocupar la plaza de coach en el Sooner Wrestling Club en Oklahoma. Así participé en varios torneos en Estados Unidos.

“Años más tarde decidí estudiar. Con ayuda de un ex alumno, buscamos una escuela donde fuéramos compañeros de equipo. Descubrimos una pequeña, en Jefferson City, Tennessee, la Carson Newman University. Allí empecé a tomar primero clases de inglés por un año y después me incorporé a las clases regulares. Luché cuatro años, gané un campeonato nacional y dos segundos lugares”.
En la lucha universitaria encontró cosas nuevas y una vez más debió hacer gala de esa capacidad de adaptación que caracteriza a los que nacen en la mayor de las Antillas. “La lucha de universidad es muy diferente en varios aspectos. Si no la has practicado, te puede costar peleas y hasta campeonatos”.
Lázaro revela que intentó representar internacionalmente a Estados Unidos, sin embargo, algunos factores jugaron en contra de que esa posibilidad se materializara: “Aquí, a la vez que empiezas a trabajar, es un poco duro encontrar tiempo para dedicarte por completo a los entrenamientos. Cuando me gradué y empecé a trabajar, ya no quería seguir entrenando.
“En Carson Newman vencí el bachillerato de Artes en el 2000. Ese mismo año comencé a trabajar como profesor de español y entrenador de lucha en Georgia, y luego en Miami, donde hoy en día vivo y soy preparador en la secundaria Monsignor Edward Pace High School”.
Reinoso estuvo más de 20 años sin ver a la familia que vive en Cuba. A pesar de todo, se siente feliz con la vida que ha logrado construir junto a su esposa, Sandra Duque, con quien tiene una hija. “Salí de mi país con una historia, vivo en tierras extranjeras y también cumplí metas. Creo que los cubanos somos únicos”.
En 2015 pudo volver y reencontrarse con sus hermanos. “Ha sido uno de los días más felices de mi vida”, confiesa con el ligero gusto agridulce de quien recuerda.
Esta entrevista forma parte del libro inédito De la arena al podio olímpico: gladiadores cubanos se confiesan