Cuando, contra todo pronóstico, Marruecos pasó a los octavos de final de la Copa del Mundo Qatar 2022 —el Mundial árabe, el Mundial islamita—, las fotografías de las agencias de prensa internacionales no solo mostraban la fiesta en Rabat; se llenaron, además, de imágenes de celebraciones multitudinarias en varias ciudades de Europa. Turín, en el norte de Italia, era una de ellas.
La fiesta no fue solo entonces. Con el pase a semifinales, en la capital de Piamonte miles de marroquíes y otros africanos y árabes llenaron las calles de Barriera di Milano y Aurora, barrios de “inmigrantes”, como algunos los describen rápido y mal; inmigrantes, aun cuando muchos de ellos han nacido en la península.
Marruecos es el único equipo árabe y africano que ha llegado hasta aquí en un Mundial; se medirá con Francia. Hoy los alrededores de Porta Palazzo, el mercado abierto más grande de Europa, fueron llenándose de banderas rojas, lo mismo colgadas de un balcón que anudadas sobre los hombros de varones de todas las edades.
Kahiri, por ejemplo, no debe tener más de 7 años. Caminaba de prisa con su mamá, Saná, a buscar a su hermana. Iba con una bandera-capa de superhéroe, hasta los pies, “porque soy marroquí”.
—¿Naciste en Marruecos? —le pregunté en los pocos segundos de nuestra charla.
—No, pero soy marroquí de todos modos.
—¿Qué esperas del partido?
—Que ganemos 3 a 0.
—Dile: Yo le voy a Marruecos aunque mi papá sea egipcio —intervino risueña Saná, antes de cerrar con un “Fuerza, Marruecos” y consentir que les hiciera una foto, solo de espaldas.
Saif, de 26 años, también nació en Italia, y también es “marroquí de todos modos”. Está “muy emocionado con el partido, porque es un partido por África, y también por el continente árabe y musulmán. Le rogamos a Dios poder seguir adelante hasta la final”.
“Mis padres son marroquíes y siempre me han enseñado a estar conectado con mis raíces. Los marroquíes, como dice Hassan II, el viejo rey, podrán integrar a la primera generación; pero la segunda y la tercera estarán muy ligadas a su origen. Sinceramente me siento más marroquí que italiano; es más, yo no me defino como italiano, me defino como turinés. Eso: ¡soy un turinés marroquí!”, dice como quien gritara “¡Eureka!”
Con un grupo de amigos y familia pensaba irse a Marruecos, pero los pasajes se agotaron muy pronto. “Me hubiera gustado vivir el ambiente allí; pero bueno, el ambiente nosotros nos lo creamos. El partido lo veré en casa, con mis padres, mi hermano, mi cuñada, mi sobrina… Todos marroquíes. Haremos nuestra parte de apoyar al equipo; pero Dios está con ellos; Dios está con ellos”.
Ibrahim carga 39 años y un saco de aliento: “Si hemos llegado hasta aquí es porque han hecho un tremendo trabajo. El técnico llegó hace tres meses. ¡Tres meses! De todos modos, para nosotros el cuarto puesto ya sería suficiente. Es África, es el mundo árabe el que celebra haber llegado tan lejos. Quisiera estar en Marruecos para verlo; pero mi situación económica no me lo permitió (no no soy uno que anda pidiendo ayuda al Estado; siempre he buscado en qué ocuparme). Pero para nosotros Marruecos, la patria, es una cosa que ninguno puede describir. No es una elección: nacimos así. Lo bello de Italia es que me siento en casa. La atmósfera para mí es como si fuera Marruecos; se ha convertido en algo normal para nosotros. Hay racismo, sí, pero es lo que se llama racismo ‘frío’. El racismo frío es el de gente a la que tú no le gustas, pero no te lo demuestra”.
Ibrahim es mecánico, pero durante el Mundial —y aprovechando el desplome de las temperaturas— se ha dedicado a vender bufandas con los colores de su bandera. A 10 euros cada una; dos por 15. Las mandó a hacer en Milán, a dos horas en tren desde aquí. Bufandas marroquíes “Made in Italy”. Después de un rato parado frente al mercado central había vendido “poco o nada. La gente está más por las banderas que por las bufandas“, se lamenta.
Lo confirma Mustapha, el sastre al que le han encargado más de medio centenar desde que empezó la Copa. Hoy, “por culpa de Marruecos”, deberá ver el partido en el celular, sentado frente a su máquina de coser para cumplir con las entregas en tiempo. Ojalá, dice, el tiempo de sus banderas no se agote esta noche y algún comprador pueda sacarla el próximo domingo. Tiene fe: “Espero un 2 a 0 contra Francia; porque hemos llegado a un punto de no retorno. No paramos hasta la Final con la Copa”.
“Desde que superamos los primeros partidos, todo ha sido ganancia. Aunque sea Francia. No nos da miedo ninguno. Si lo han dicho los propios jugadores, que son muchachitos, figúrate nosotros, que somos más viejos (pero ellos son más sabios). Nos da mucho gusto que un equipo africano haya llegado tan lejos. Y además todo el mundo árabe está con el equipo. Da gusto. Ver tu bandera por tantos países es una cosa que conmueve. Estoy en Italia hace 23 años, pero incluso si jugara la nacional italiana contra el equipo de Marruecos, yo le iría a Marruecos. Soy ciudadano de Italia en los papeles; pero en la sangre soy marroquí. No soy falso; no somos traidores”.
“Hemos vivido el momento más bello de nuestras vidas”, asegura. “En mi familia nacimos niños pobres; todo lo que hemos logrado y creado queda en nuestra mente. No es como aquí, que un niño quiere algo y se le compra; nosotros teníamos que construirlo con nuestras manos, crearlo. Yo desde los 11 años soy sastre; un trabajo que no es fácil ni difícil”.
Han logrado terminar la mayor parte de los encargos. Algunas banderas las han hecho completas y otras las han comprado y modificado en parte. El reguero de telas y recortes les parece a él y su hermano, dueño del negocio, una razón para no permitirme tomar una foto. “Solo de este fondo con los hilos. Pero yo me quito”, insiste Mustapha.
Rachid, 44 años, cierra su puesto de venta de zapatos en Porta Palazzo para llegar temprano al “bar árabe” en el que verá el juego cerca de la Plaza de la República. Si ganan, Rachid celebrará doblemente:
“Estoy muy feliz y espero que mandemos a Francia a casa. No tengo nada contra Francia, es solo que tenemos algo que nos hace querer en particular vencer a Francia. A nivel político tenemos nuestra cosa“, dice sobre el país del idioma que aprendió en la escuela como segunda lengua.
Desde 2007 está en Italia. “Pero me voy. Vuelvo a Marruecos. He pasado años aquí y no logro sentir Italia como mi casa. Hoy, de hecho, quisiera estar allá viviendo esto. Me queda la esperanza de que llegue un día en que pueda ver a Marruecos jugar en la Copa del Mundo desde allí. Será más lindo”.
Jamal, 54 años, más de 22 vividos en Turín, conversa con un pequeño cliente de su pizzería. Aron le pide “lo de siempre”, esta vez con el único cambio de la salsa blanca. “Sin salsa blanca hoy entonces?, confirma Jamal. Aron no es marroquí, pero su pizzero favorito sí, así que le va a Marruecos; por Jamal y “porque sacaron a España”.
Jamal colgó una bandera en su negocio porque en este Mundial el equipo de su país lo ha hecho sentirse “en el séptimo cielo”. Para él es solo un juego, y por eso le gusta: “Solo espero que sea un partido lindo de ver”. Lo verá en su casa, en el sofá, quizá comiendo pizza hecha a la marroquí y no a la italiana. ¿Cuál es mejor?, le pregunté. “Yo no sé —me dijo con una sonrisa amplísima—, eso hay que preguntárselo a los clientes”.
Abraamo (“como el profeta”, se presenta) ha vivido 42 de sus 68 años en Italia; pero habla en árabe con sus dos jovencísimos empleados mientras preparan una mudanza. Se queja de que “siempre vencen los superiores: Alemania, Francia, Portugal… ¡Una vez aunque sea que venza África! Para que los pobres, los que no tienen posibilidades, sientan que también pueden”. Aun así, sella con un mensaje ecuménico y de armonía: “Pero queremos igual a todos los pueblos; estamos contentos con cualquier pueblo que gane un partido, sea el que sea”.
En Turín la comunidad marroquí es la segunda más numerosa después de la rumana. Esta noche en la ciudad 30 mil almas se detendrán por 90 minutos para acompañar el destino de los suyos sobre el campo. Después, inshallah, vendrá la fiesta. Espero verla, estoy lista: tengo la bufanda rojiverde que Ibrahim insistió en regalarme.
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