Hinchar por argentina cuando se es joven no es sencillo. No vimos a Maradona, no disfrutamos de ninguna de las Copas América de inicio de los noventa, y para colmo, nuestra primera memoria futbolística es un golazo de Dennis Bergkamp en Francia 1998. Por eso, cuando unos socios se reúnen por primera vez para ver una semifinal de la albiceleste, la pasión no es lo único que sale a flote. Los miedos, las dudas, la sensación de que en cualquier momento se rompe esa burbuja donde Messi y compañía están invictos, te hacen actuar como si fueses un verdadero argentino: gritos y saltos con las ocasiones de gol y descargas de adrenalina mezcladas cuando pisan tu área dejando rivales.
Después de 24 años de no llegar a semis, uno se aferra a la cábala de que jamás se ha perdido una. Esa era la esperanza para espantar de la memoria la ceguera de Codesal, la expulsión de Maradona, la burrada de Ortega, el fracaso de Bielsa, el error de Pekerman y la humillación de Sudáfrica ante esos mismos alemanes que le clavaron siete a Brasil.
La historia del hincha argentino más joven es así de trágica. Se encandiló con la leyenda del barrilete mágico que desparramaba rivales por el terreno, después depositó sus esperanzas en el hombre que le robó a Batman los batigoles para hacerlos suyos, luego confió en el último 10, ese que condujo un submarino amarillo hasta semis de Champions y para terminar, le reza a una Pulga, al mesías, al último enviado de D10S y el papa Francisco.
El hincha argentino aún no se cree lo que pasó. Sabella, con todas las críticas del mundo sobre él por dejar fuera a Pastore, Banegas y Caballero, ha logrado poner disciplina a la que se consideraba la peor defensa del mundial. Argentina solo ha encajado tres goles, una cifra inverosímil para los especialistas. Sabella, que sacrifica a Higuaín, sienta a Messi, y dirige a la albiceleste más gris que se recuerde en los últimos años, está en una final.
Messi podrá llevar la banda de capitán, pero en realidad es Mascherano quien pone orden en la cancha, dirige a sus compañeros y salva a los suyos una y otra vez con coberturas imposibles. Javi, el contención que se ha reinventado como defensa central debido a que su club no quiere desprenderse de él y no sabe dónde colocarlo, nunca decepciona con la casaca nacional. El jefecito mantuvo viva a su anémica selección, como siempre lo ha hecho, sin esperar agradecimientos ni loas; a los obreros como él se les da una palmadita en el hombro y si le dicen “bien hecho” deberá irse con una sonrisa, porque es todo lo que conseguirá.
Si Argentina sale campeona del mundo, a Mascherano la Historia no le recordará como héroe ni como engranaje indispensable de la selección, como mismo le ocurrió a Obdulio Varela; del Maracanazo, se recuerda a Ghiggia, a Barbosa, a los protagonistas directos, no al hombre que supo levantar a su equipo anímicamente cuando perdían por un gol ante 170.000 hinchas locales.
La Historia argentina recordará a Romero, el más vilipendiado del equipo. Sabella apostó por él ante la ingenuidad de todo un país. Un hombre que no es titular ni en su club, hoy es el menos goleado de la Copa del Mundo. “Chiquito” fue quien atajó dos penales para la argentina como mismo hizo el Goyco en el ‘90, para luego reconocer con una sencillez impropia de los héroes que tuvo suerte. Al escucharlo, se me salieron las lágrimas por segunda vez, aquellas que se negaron a hacer el ridículo en el 2006. No sé cómo los socios míos, aquellos que no se atrevieron a ver la tanda de penales, solo sonreían.
Aún no nos creemos que estamos en una final y además sentimos temor, porque para ganarle una final Alemania, se necesita de un genio que hoy se dedica a lanzar improperios contra la FIFA. Esperemos que el Papa vuelva a jugar sus cartas y obre un nuevo milagro sobre la albiceleste más gris y efectiva de los últimos tiempos.
Lo absurdo es ignorar los atributos de un excelente jugador como Messi, para reafirmar la figura de Maradona. Es cierto que Maradona fue el mejor, pero también ha cometido muchísimos errores que han avergonzado tanto a su selección como a los argentinos. Ser hincha no significa ser ciego, no se puede vivir en el pasado, si la Argentina está en la final es por el extraordinario equipo que tiene y por todas las jugadas que se han hecho a través de este mundial. Vergüenza debe de dar restar mérito al capital de su selección en un momento tan clave, donde impera el orgullo argentino.
No comparto lo expuesto, no es el comentario o el pensamiento de un argentino que está palpitando un mundial, debe ser algún aficionado extranjero que le gustaría estar en la piel de los argentinos