“Alguna vez César Luis Menotti definió que el fútbol es una maravillosa excusa para ser feliz, después, un grupo de miserables depredadores descubrió que también podría llegar a ser un gran negocio”, así de contundente y escariador, me espetó Fernando Signorini, sabio del fútbol argentino. Un parlamento que agarra por el pescuezo y delata el verdadero sentido que han alcanzado veinte y dos hombres que divididos en dos bandos iguales, se despotrican por ir detrás de un cuero inflado para llevarlo hasta una valla enrejada.
Y es que el fútbol se ha tornado un asunto mayor, su esencia, la condición lúdica del juego ha quedado transgredida, para volverse tras bambalinas, un movimiento insostenible de movidas de capitales alrededor de todo el planeta. Básicamente, detrás del furor de la cancha, la mercantilización de sus brazas y la mercadotecnia que respira a borbotones, han absorbido al deporte. Todo gira en ese eje, todo parte desde ese punto tangencial, desde ese meridiano para terminar posado en los jerárquicos monopolios que rigen la economía universal y que nos dicen, a las claras, que el fútbol es un negocio redondo.
Según Signorini: “Es muy difícil escapar al atrapante y seductor poder de la imagen. El espectáculo deportivo, tal como hoy es presentado, es realmente subyugante para los jóvenes que ven en sus ídolos una suerte de superhombres a los que bien vale la pena tratar de imitar, para poder disfrutar algún día de los exuberantes placeres que, a modo de una tan apetitosa como inalcanzable zanahoria, les llega a través de la pantalla boba”.
Es en ese preciso impasse que intervienen las grandes empresas y vierten a derroche sus ríos de capitales para bautizar a sus mercancías. Una lógica consumista donde las ganancias sobran y los clubes de fútbol pasan a manos de conglomerados económicos. Así, el llamado “más universal de los deportes” se somete a una transfiguración y queda sometido a las leyes del mercado. Los protagonistas de los partidos se vuelven las casas de apuestas y los anuncios publicitarios, quedando jugadores y técnicos (fetiches asumidos), en un segundo plano, donde el primero exprime sus ganancias netas.
Entre los factores que habrían contribuido a la transformación del fútbol, suele hacerse referencia a la conversión de los clubes en sociedades anónimas y la liberalización comunitaria del mercado de trabajo de los futbolistas. Un mero dato solo para ilustrar: en entrevista al periódico The Wall Street Journal Americas, Joseph Blatter, presidente de la FIFA, explicitó que anualmente este deporte mueve 300 mil millones de dólares y en sus transacciones intervienen activamente 270 millones de personas como empleados de la industria del fútbol.
Definitivamente, es otra la racionalidad que bate las lógicas futbolísticas, el ámbito deportivo ha sido trascendido, rebasado por las redes económicas. Al margen del rendimiento meramente competitivo, sobre todas las cosas, los futbolistas son valorados por sus aportes a las billeteras de los mandamases de los clubes, es decir, ingresos por publicidad del jugador, asociados al índice de camisetas vendidas, al patrocinio de sus marcas y a su imagen propiamente dicha, entre otros aportes monetarios.
Estos elementos lo que revelan es que el nuevo escenario del fútbol mundial, se ha trasmutado en una vertiente expresiva etnoterritorial e identitaria que emerge como un mecanismo compuesto por dinámicas globales conduciendo a los clubes y selecciones nacionales a dejar de ser el referente de sus ciudades y comunidades natales. Y es por ello que vemos en Cuba el desbordamiento de una nueva adicción masiva, a miles de aficionados que hinchan por el Barca o por el Madrid, por el Bayern o el Chelsea, incluso, me los he encontrado que sufren hasta por el PSG francés.
Reinier González, comentarista deportivo de la televisión cubana, opina que “el fútbol ha dejado de ser un deporte para convertirse en un fenómeno sociocultural. Es una especie de religión planetaria que atrae a los que les gusta y a los que no también, porque no quieren perderse la fiesta. Exista o no exista la tradición futbolística en las naciones, el balompié se apodera de las calles y de los televisores”.
Por el modo en que los medios de comunicación se relacionan con los públicos pasa, finalmente, uno de los cambios más importantes: la transformación de una cultura de masas en cultura segmentada. Ello responde a la manera en que la industria mediática ha sabido manejar que el público no es un ente indiferenciado y pasivo, sino que representa una fuerte diversidad de gustos y modos de consumir.
Para Mauro Navas, ex futbolista profesional que actualmente funge como entrenador de una de las divisiones inferiores de Boca Juniors en Argentina: “La televisión ha influido notablemente en la expansión del fútbol hacia todos los rincones del planeta. No los presenta como un producto netamente destinado para su consumo. Este deporte se ha convertido en un espectáculo, ya no lo difunden, ahora se lo venden a la gente transformado en una mercancía”.
A pesar de tener cien años de historia futbolística, hace aproximadamente poco más de una década, ahora es que en Cuba se ha venido forjando una nueva afición por este deporte. Los aires del fenómeno han encontrado tierra firme en la nación desatando un gran ambiente.
Reinier arguye que esto “es un fenómeno global, definitivamente, y como parte de este proceso nosotros también lo estamos viviendo. No estamos ajenos al mundo, vivimos en un planeta donde lo que es noticia fluye a la velocidad de la luz. Hay que ver esto en un contexto mundial no solo dentro del círculo cubano, no hay por qué alarmarse de las camisetas de Messi caminando y los autos pitando con banderas y escudos haciendo alusión a clubes de fútbol extranjeros”.
En pocas horas arranca en Brasil la edición XX de la Copa del Mundo de fútbol, Cuba no estará presente, pero quién dice que los cubanos no disfrutarán de la cita, que no colgarán una bandera en el balcón o saldrán a la esquina de la cuadra a quedarse sin garganta con la cara pintada para gritar un gol de otro hemisferio, esta fiebre es irreversiblemente contagiosa. No tiene antídoto.