Es tan grande el béisbol que incluso en partidos donde aflora en demasía la razón principal por la que fue retirado del movimiento olímpico, el tiempo, y fallan algunos de sus atractivos como el bateo oportuno y un pitcheo de calidad, quienes lo amamos somos capaces de disfrutarlo sin importar el tiempo que nos robe o todas las carencias que exhiba.
Muestra de ello fue el quinto juego de la gran final de la pelota cubana que enfrenta a los conjuntos Pinar del Río y Matanzas, pues a pesar de sus cerca de cinco horas y media de duración y del guiño constante de los cuerpos de lanzadores de ambos equipos a la legendaria heladería Coppelia, para que los imite en la calidad y cantidad de bolas, todas las calificaciones que le damos al choque rozan lo positivo: sensacional, espectacular, épico, lleno de movimientos estratégicos, etc.
Y no es que considere que el juego de este domingo no se acople a esas valoraciones, sino que en mi opinión personal su resumen no se define por la espectacularidad del jonrón decisivo de Osniel Madera en la parte baja del undécimo inning ni por la persistencia mostrada por cocodrilos y vegueros para obtener la victoria y hacer del marcador un cachumbambé, como sí se define por el hecho de que demostró hasta el cansancio las insuficiencias que alejan a nuestro béisbol de la calidad existente en otros torneos del orbe.
La utilización de diecisiete lanzadores entre las dos mejores escuadras de Cuba este año, seis por Matanzas y once por Pinar del Río, reafirma una vez más la dependencia extrema que existe de unos pocos abridores efectivos y la pobreza general de los distintos bullpens o pitcheo de segunda línea.
Se presagiaba que sería un juego de amplio carreraje, pues tanto Urquiola como Víctor Mesa estaban privados de los servicios de sus mejores hombres, utilizados en la división de honores de viernes y sábado, y dependían de que sus abridores avanzaran, variable que no se cumplió para ninguno de los dos. Erlys Casanova no pudo ser coherente con su última actuación ante Industriales, que le garantizó el pase a la final a su equipo, y abandonó el box en la mismísima primera entrada ante la furia de unos cocodrilos motivados por su segunda victoria, otra vez en un juego iniciado por el mejor lanzador de la temporada, Yosvani Torres. Por su parte Cionel Pérez, el abridor matancero, tampoco pudo avanzar mucho y fue retirado apenas inició con boleto el segundo episodio.
No obstante, los primeros relevistas, Isbel Hernández por Pinar y Lázaro Blanco por Matanzas, pudieron avanzar bastante en el juego. Isbel logró contener la ofensiva yumurina hasta el sexto inning, cuando después de sacar un out perdió el control y ubicó contrarios en primera y segunda base mediante boleto y pelotazo, mientras que Lázaro logró terminar la sexta entrada, pero su actuación no justificaba que abriera el final de la séptima para defender la ventaja recién alcanzada por los suyos en la parte alta.
Después de ellos dos empezó el desfile de lanzadores y la competencia de quien regalaba más bases por bolas, algunas intencionales. El juego se hizo más lento y perdió su magia, convirtiéndose por más de un tercio en un deporte de esperar y no de conectar, hasta que por fin aparecieron en el noveno Yaifredo Domínguez y Alexander Bustamante, dos lanzadores que detuvieron la afrenta y lograron dejar el marcador en un empate a ocho carreras.
Así, aunque con otros boletos mediante, el juego avanzó hasta el onceno, cuando Madera logró cazar una recta de Bustamante, después de un out, y despacharla más allá de las gradas. Suficiente para que el juego recuperara parte de la magia robada por el descontrol y los parciales pinareños vieran como todas las horas de fidelidad no fueron en vano.
Algunos pudieran decir que no es para tanto, que los boletos son parte del béisbol y que fue un juego épico de continuas remontadas para uno u otro bando, donde Pinar del Río sacó la mejor parte por la revelación de Domínguez y el swing de Madera. Es otra lectura, válida también, pero desfasada con los estándares internacionales, donde las bases por bolas son cada vez más anacrónicos como comprobamos en la reciente Serie del Caribe.
Lo cierto es que Pinar reinó nuevamente en su feudo y aunque no barrió, se lleva la serie 3-2 a su favor para el Victoria de Girón. Solo necesita una buena actuación de alguno de sus dos estelares para obtener una victoria que le permita coronarse, meta más asequible que las dos que hubiese requerido de no haber salido airoso del concurso de ensaladas y super twins.
Ahora Matanzas, aunque jugará en casa, va con apreciable desventaja. Además de estar contra la pared, obligada a ganar dos choques, deberá superar nuevamente a dos de los mejores abridores del país, quienes de seguro saldrán a darlo todo por demostrar que a la tercera va la vencida.
Foto: Tomada de Telepinar