El béisbol cubano está inmerso hoy en una nebulosa indescifrable. Hace menos de dos semanas comenzó la 52 Serie Nacional y los patrones estadísticos comparativos respecto a temporadas anteriores son nulos, ninguno de los expertos consultados pudo explicarme la más simple de las interrogantes ¿dónde se metieron los cuadrangulares?
En los primeros 65 partidos del torneo se dispararon solo 43 jonrones, para exiguo promedio de 0.66 por encuentro, extensible a uno por cada 95.24 veces al bate, cifras paupérrimas si las contrastamos con las de la campaña 2011-2012, en la que se jugó con la misma pelota Mizuno 200.
En ese certamen, ganado por los tigres de Ciego de Ávila, los sluggers del país dejaron clara su “paternidad” sobre los lanzadores, sobre todo el granmense Alfredo Despaigne y el cienfueguero José Dariel Abreu, quienes dispararon 36 y 35 vuelacercas, respectivamente.
Para ilustrar la diferencia, en la 2011-2012 se dispararon 1.49 bambinazos por partido y uno cada 44.55 veces al bate, números que duplican los de la actual Serie, en la que por cierto Despaigne y Abreu solo acumulan dos jonrones per cápita, y para colmo son líderes de ese departamento ofensivo.
Ahora bien, si en general los equipos cuentan con los mismos bateadores y los mismos pitchers ¿cuál es el factor que influye en el dramático bajón ofensivo? ¿la mayoría de los serpentineros aprendieron a dominar su oficio en menos de seis meses, o al menos ampliaron su repertorio? ¿el cambio de la zona de strike –llevado a cabo para esta Serie- surtirá un efecto tan negativo en los sluggers?
Y así pudiéramos plantearnos otras 92 preguntas. Las soluciones, o las respuestas, he ahí el gran problema. En mi opinión el factor clave es la Mizuno 200.
Ver en cada partido a jugadores hacer contactos fantásticos y quedarse parados mirando volar la Mizuno 200 como si hubieran conectado un batazo kilométrico, antes de tener que salir a recorrer las bases porque su conexión está dentro del terreno siembran la duda respecto al bote de la pelota en uso.
Es imposible que el pitcheo global de la Serie se reduzca de una temporada a otra de 4.35 de efectividad por cada nueve entradas a 2.80 como sucede ahora, porque ni los lanzadores son mejores ni los bateadores peores, en realidad ¡son los mismos!, con el mismo repertorio y la misma velocidad de solo ochenta y pico de millas; la nueva zona de strike impuesta ahora a los árbitros cubanos puede influir un tanto en favor de los serpentineros, cierto, pero no para provocar una reducción ofensiva de más de 30 puntos porcentuales -en la 2011/2012 se promedió .283 y ahora para solo .251-.
La sobreutilización del toque de bola -un lastre adquirido erróneamente del béisbol asiático- también conspira contra la producción de cuadrangulares, pero ese “vicio” mantiene los mismos patrones de campañas anteriores; la disminución de la altura del montículo –ahora se eleva a 12 pulgadas- beneficia físicamente a los bateadores; entonce qué ocurre.
Fuentes oficiales confirmaron la utilización en el torneo de la Mizuno 200 y no otra pelota como ya comienzan a especular algunas personas por ahí (se recuerdan la Batos o la Conexión, de penoso bote), aunque ciertamente hoy se juega con el stock restante de la temporada pasada, un hecho habitual cada año que supuestamente no repercute positiva o negativamente.
Habrá que descifrar cuanto antes los orígenes de la nebulosa y encontrar de una vez al “señor Jonrón” porque en el horizonte ya suenan las campanas del III Clásico Mundial y llegar a ese magno torneo con falsas expectativas sería fatal para la psiquis de los jugadores cubanos. Allá se jugará con pelotas supervivas Rowlings, fabricadas exclusivamente para el torneo.