Yalennis Castillo es la sombra de aquella judoca que hace ocho años discutió la final olímpica de los 78 kilogramos. Fue en Pekín, un 14 de agosto. Era muy joven por entonces, y no había parido, y le sobraba la explosividad que ahora no tiene. Pero allá le estropearon los sueños con una decisión arbitral equivocada, y ella aprendió a vivir con esa herida abierta. Una herida que quiso cerrar en la Arena Carioca hace unas horas, con menos facultades que deseos.
A punto estuvo la holguinera de inaugurar el medallero nacional con un bronce pescado en las aguas del valor. Habría bastado con su primer combate en Río para que dieran ganas de verla en el podio, altiva y satisfecha, compensada en alguna medida de aquel robo de antaño. No pudo ser, porque el deporte entiende poco de merecimientos, pero su conferencia de once minutos sobre la voluntad humana ganó un espacio inoxidable en la memoria.
Su rival fue Marhinde Verkerk, tres veces medallista en certámenes del mundo. Casi seguramente, y con razón, los expertos le colgaban el cartel de favorita, y ella, la rubia peligrosa, la holandesa, salió en tromba. Sin embargo, Yalennis resistió como un castillo bravo, y no contenta con repeler las embestidas, atacó cuanto pudo y según pudo. Los minutos pasaban, el combate no encontraba desenlace, la energía menguaba. Aferradas a no esconderse en la derrota, una y otra ponían el alma en agarres, patadas y tirones.
Cumplido el tiempo de rigor, el empate en la pizarra forzó el período extra. En el rostro de ambas mandaba el cansancio. Consecuencia de tanto forcejeo, Yalennis tenía un rasguño impresionante en el cuello, y en la camiseta de Verkerk había sangre. Sin embargo, no aceptaban la tregua. Peleaban, ya sin bríos, esforzándose heroicamente en cada acción. Inclusive les costaba ponerse de pie. A la americana se le salía el kimono. La europea desesperaba en el ne-waza. Nueve minutos. Diez. Al once una sanción detuvo el duelo, y mientras la cubana esbozaba una sonrisa fatigada, los ojos de la otra se envolvían en lágrimas.
Había ganado, y no importa que después se quedara sin premio. Dos reveses con un triunfo intercalado fueron insuficientes para llegar más lejos –recordemos que no era tan joven como en el año 2008, cuando no había parido y le sobraba la explosividad-, pero la página ya estaba escrita. Solo el coraje puede ganar así, sacando alguna chispa victoriosa a las cenizas.