El pasado de Rusia es imprevisible. Winston Churchill, célebre en frases de calendario, definió al gigante europeo como “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Es que Rusia parece ser una de las naciones más estudiadas y menos comprendidas. Se conocen sus huelgas obreras y las vanguardias artísticas. Hay recuerdos de luchas campesinas y excéntricos zares. Los líderes políticos se cuentan en cantidad, como así también las plumas literarias que empolvan bibliotecas. Y, aun así, su historia se encripta como código de la KGB.
Hay otra clave de lectura: el deporte. Ya sea pensado como pan y circo, desde el vil metal, o como una gran feria de naciones, el deporte siempre habla de las sociedades que lo practican. A semanas del inicio del Mundial en el país más grande del planeta, nos sumamos a la ola que pregunta por qué el evento más global de los deportes se va a disputar en Rusia. ¿Tradición o novedad? De Lenin a Putin, ¿qué hay con los rusos y el fútbol?
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Ni el deporte ni la Revolución Soviética comienzan en 1917. Las causas del asalto bolchevique al cielo zarista deben buscarse, por lo menos, en la Primera Guerra Mundial. Para el deporte y el fútbol hay que rebobinar aún más. Los primeros partidos del balompié datan de 1860.
Cuando el siglo XX apenas comenzaba, los rusos ya ostentaban una liga nacional de fútbol (primeriando, por ejemplo, a varios países suramericanos) que tuvo en el San Petersburgo al primer campeón. Ese mismo año el seleccionado debuta contra Finlandia en los juegos olímpicos de Estocolmo. En los pechos erguidos de los deportistas se lee Российская Империя: imperio ruso.
Con la toma del palacio de invierno en 1917 inicia otra etapa. La Rusia zarista comienza a morir mientras la URSS intenta nacer. Una transición devenida en guerra civil. El deporte asume un rol pedagógico, militar y moral. Busca educar, aleccionar y sanar.
Nikolai Podvoisky, encargado de la instrucción militar, incorpora la obligatoriedad de la gimnasia. El ajedrez, pasatiempo fetiche de Lenin, tiene su primer campeonato nacional en 1920. Frente a las juventudes comunistas, Vladimir Ilich Uliánov dice que el deporte debe servir para el trabajo, la defensa y la creatividad. Los camaradas serán atléticos o no serán.
Como dice Rainer Matos Franco, el deporte de los primeros años de la URSS está marcado por el aislacionismo mundial en relación a las naciones capitalistas. El Comité Olímpico Internacional y la FIFA son “instituciones burguesas”. Los bolcheviques fundan su propia asociación internacional deportiva por medio de la Internacional Comunista.
En 1921 se crea la “Asociación Internacional de Deportes Rojos y Asociaciones Gimnasticas” o Sportintern. Nacen las Espartakiadas, las olimpiadas comunistas. En 1922, con la consolidación de la URSS, se crea el equipo “nacional” de fútbol que no se mide contra otro par, sino que debuta enfrentando a la Federación Deportiva de Trabajadores Finlandeses. En la guerra, en la fábrica, en la cancha: uníos.
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Durante los 30, la URSS no participa de ningún mundial de fútbol. Sin embargo, con Stalin comienza a flexibilizarse la competencia internacional contra el occidente burgués. Las olimpiadas rojas se desvanecen y se insta a “romper records” deportivos en franca competencia contra las naciones capitalistas. El éxito se cuantifica. La productividad quinquenal llega a un deporte que se exporta como propaganda. El internacionalismo socialista de Lenin, da paso a la carrera competitiva de Stalin.
El fin de la Segunda Guerra Mundial no modifica la política estalinista en relación al deporte; más bien la potencia. En noviembre de 1945 hay un evento que marca la mundialización del fútbol ruso: el tour del Dinamo Moscú en Inglaterra. La amistad anglo-soviética y el deseo de Stalin de vencer a occidente son el telón de fondo. La gira también sirve como excusa para que la cultura letrada de la época superponga estilo de juego con idiosincrasia nacional. El “colectivismo, la organización y la determinación” del Dinamo muestran su “superioridad” frente al “individualismo” inglés. En la naciente Guerra Fría, se juega como se vive.
En la mitad del siglo XX la URSS comienza a participar regularmente de los Juegos Olímpicos y los mundiales de fútbol organizados por la FIFA. Su inserción en los mega eventos deportivos globales es total. Los éxitos olímpicos, fundamentalmente en los juegos de invierno, irán a contramano de la pobreza futbolística, con la excepción de su primera y última Eurocopa, conquistada en 1959.
Ya en el ocaso del siglo XX, la URSS agoniza al pulso de la Perestroika. El colapso es inevitable. De los escombros del muro se rearman doce nuevas repúblicas, pero solo Rusia se adjudicará los pergaminos deportivos de la URSS.
En 1992 nace la unión de fútbol rusa y su selección nacional. Boris Yeltsin, en 1993, propone un nuevo himno patriótico cuya melodía, sin letra, había sido compuesta por el monárquico Mikhail Glinka del siglo XIX. Los futbolistas se quejan de que en los partidos internacionales no hay nada para cantar.
Rusia nunca dejó de fantasear con su grandeza. Zarista, soviética o potencia emergente, se niega a enterrar su pasado, como al embalsamado Lenin. Lleva un ADN imperial. Y el deporte siempre ha sido una trinchera a expandir. No por casualidad son los mejores en la estrategia del ajedrez. Vladimir Putin, soberano y estadista del siglo XXI, que desafía a occidente, doma osos y arrasa elecciones. Parece estar decidido a restaurar el estatus internacional perdido. Nada mejor que la Copa Mundial de fútbol para demostrar el orgullo nacional. Nadie debe dudar que el deporte es la continuación de la política por otros medios.
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