La primera parada de la VI Serie Mundial Red Bull Cliff Diving, en La Habana, dejó un campeón inesperado, la confirmación del ascenso de una estrella naciente en el deporte y el paso firme de los tres monarcas previos, quienes si bien no alcanzaron la punta entraron en calor y su mejor versión podrá apreciarse en las venideras salidas a la plataforma.
Fuera del ámbito competitivo, el Morro, La Habana y su gente vivieron un sinfín de experiencias con los atrevidos protagonistas de la especialidad, que se dieron un baño de multitudes en más de una oportunidad, desde el largo recorrido en carros antiguos por la ciudad hasta el paseo por sitios históricos.
Quizá el más sensacional y llamativo de estos episodios fue el viaje en autos clásicos, en el cual cada uno escogió el de su preferencia para andar La Habana y llegar al Morro a la competencia definitiva. En la caravana pudieron verse joyas como el Chevrolet de los años 1951 y 1952, un Ford de la década del 20 o un Plymouth del 56, todas prácticamente extintas en el resto del universo, cuando más colocados en museos, pero nunca explotados medio siglo después de su creación.
Justo ese encanto cautivó a los clavadistas, algunos más que otros, como Orlando Duque, quien se atrevió incluso a tomar el timón para experimentar en las reliquias rodantes.
Esta fue solo una pincelada del periplo de los saltadores, bromistas por excelencia, gente que han aprendido a vivir en comunión, con una rivalidad suprema pero muy sana, en un ambiente acogedor que contribuye a la relajación para afrontar luego el riesgo de lanzarse en caída libre desde 27 metros.
Por eso hacen malabares con pelotas de tenis, bailan en la plataforma previo al brinco o toman el sol a esa altura, graban anuncios y se tiran fotos en cualquier lugar, literalmente haciendo payasadas. Para esto, el Morro fue un escenario inmejorable, donde cada uno vivió sus particulares aventuras coloniales, encaramados en los centenarios cañones y presos en los laberintos del castillo.
Su despedida de La Habana deja una calma apacible después de la intensa tormenta, aunque en honor a la verdad se extrañan las locuras, el ambiente, porque fue inolvidable. O como ellos mismo dijeran: “¡Epic, men! ¡Epic!”
Fotos: Ariadna Rodríguez