Después de que Raiko Olivares conectará aquella soberana línea tendida que caería sin picar en pleno cajón de la mano enguantada izquierda de Andrés Quiala en el left field del “Capitán San Luis” y los pinareños remontaran por fin una desventaja de 1-3 en la pasada semifinal de la Serie Nacional frente a Industriales, todos los ojos se posaron, a modo de juicio, en un mismo lugar: en el rostro contrito y pesaroso de Lázaro Vargas.
El mítico número 20 y mánager azul fue el más vilipendiado, el elemento más recurrente en todos los análisis suscitados tras el descalabro del equipo, la pieza más señalada por los fieles de la religión “industrialista” que terminaron colmados de ultraje y descrédito tras la avara imagen de aquel último out. Luego. Mes y medio después, cuando todos daban por terminado el ciclo de tres temporadas de Vargas como timonel de Industriales, el mentor ha sido ratificado para continuar al menos una temporada más al frente de los leones.
Sorpresa y desagrado para muchos, para otros, una alternativa viable y circunstancial. Lo de sorpresa y desagrado porque ya había quien categóricamente tiraba al suelo el telón de fin de ciclo y ponía nombre y apellido a los supuestos nuevos encargados del asunto, vaya habladurías. Y lo de viable y circunstancial porque sus actuaciones no han sido tan infaustas como las de Germán Mesa ni las de Guillermo Carmona, aunque tampoco tan exitosa como las de Carneado o Anglada.
Precisamente, Rey Vicente Anglada junto a Lázaro de La Torre y Enriquito Díaz eran los nombres que con mayor fuerza sonaban para ocupar el puesto que dejaría vacante Vargas. Pero dicen que Rey, un hombre que en su etapa de director supo volcar su ardor y sapiencia para recoger solo triunfos, no quiere saber del tema, el 36 anda molesto, fastidioso con la Comisión Provincial de Béisbol de La Habana, no con Industriales, con ellos nunca, y por eso sigue de entrenador en la academia Changa Mederos. Tal vez, ante la negativa del idóneo Anglada, se haya preferido darle una nueva oportunidad a Vargas y no correr el riesgo de la inexperiencia de Enriquito y De La Torre, dos excelsos jugadores con mañas necesarias aprehendidas para fungir como manager pero que aún no poseen esa usanza.
Vargas, efigie glacial por fuera y pura fiereza por dentro, no ha podido alcanzar un resultado que haga pensar lo contrario, que indique que su capacidad de dirección este totalmente apta para mover los hilos de un banquillo convulso y repleto de egos hasta el tope. Vargas, líder colosal de su tiempo, jerarca de vestuario, ha intentado imponerse de ese modo, como macho alfa, apiñando a su cabeza la del jugador que es protagonista del juego como una bendición de San Lázaro que espera siempre delante para que después, su mano, ya loada, se deslice por una larga fila de compañeros que esperan también para saludarle. De algún modo lo ha logrado, algo bien difícil y que muy pocos han alcanzado, me refiero a lo de aunar, pero qué pasa, que ha sido solo dentro de los límites del dugout, afuera, en la grama, donde las tirrias y las animadversiones han quedado extintas, no se distingue el verdadero sentido de tal devoción.
Su mayor deuda es la cima, acceder al trono, y si llegar allí se le torna demasiado esquivo, y desea estar al menos en paz por un tiempo con los feligreses azules, no debe perder un play off más de la manera que lo hizo con Pinar del Río (aunque difícilmente sea perdonado por semejante pecado) y, sobre todas las cosas, debe trabajar como un minero en descubrir la guisa para activar la ofensiva de su equipo, sacarlos de ese estado anémico con el madero al hombro en el que estuvieron ensimismados durante toda la campaña anterior e intentar compensar su frágil staff con una mejor gestión de bullpen.
Y en eso anda. Se ha confirmado que los serpentineros Noelvis Entenza y José Luis Moulín han presentado sus respectivas solicitudes de baja a las provincias de Cienfuegos y Guantánamo para incorporarse a la serie provincial de La Habana. Dos derechos, que de concretarse los procedimientos legales, le aportarían un poco más de calibre a su cuerpo de lanzadores.
Por ende, la que se aproxima, emerge como una campaña bisagra para LV20, o bien se abre de par en par para atestiguar su capacidad como manager cumplidor y le regala un triunfo a la exigente afición de La Habana o verá como su cuadro sentado en la pequeña silla del banco de home club del Latinoamericano, masticando maníes con el rostro circunspecto, habrá llegado a su fin y será un recuerdo vago dentro del vestigio azul.