Yaya no los conquistó con caramelo ni refresco de latica. Ella, Yaliagni Guerrero, pudo reunir un miércoles de abril a tantos niños en la Playa de Santa Fe porque les ha dado una oportunidad de surfear en una Isla donde los deportes acuáticos no son muy frecuentes.
Entrenadora en el Acuario Nacional y bióloga de formación, su especie de club no se ha consolidado y, en ese sentido, lo que intenta es “enseñar a surfear a los niños que se acercan a mí”.
La idea nació a partir de la alianza con Wahine Project, organización creada en 2010 como una iniciativa para que niñas y jóvenes del mundo aprendieran a surfear, principalmente aquellas sin recursos para hacerlo. Y decidieron venir también a Cuba.
El proyecto busca, no solo facilitar la participación de las niñas y jóvenes en el deporte del surf, sino también incrementar su conciencia como ciudadanas del mundo. Según su página en Facebook, “mediante un programa educacional que incluye lecciones de surf, excursiones y conferencias, pretenden dotar a chicas de entre 7 y 17 años de un sentido de responsabilidad social y un acondicionamiento físico que solo pueden alcanzar mediante la práctica del surfing, la observación del océano y las actividades de recreación relacionadas con el mar”.
El principal punto de apoyo de Wahine Project en Cuba es Yaya. La pasión por el surf la alcanzó hace más de 13 años, cuando recién llegaba al Acuario para trabajar con mamíferos marinos. Yaya llegó al proyecto en 2015, cuando Nataly, otra de las promotoras del programa, descubrió que era una de las pocas cubanas que practicaba surf.
“Trabajo con niños de hasta 15 años porque creo que a esa edad todavía se es niño, aunque cuando los entreno no importa la edad. Tampoco los divido, trato de que participen todos. Es la única forma que tengo de seguir incentivándolos para que continúen en este deporte”, dice Yaya a OnCuba.
“¿Selección? Yo no he hecho selección alguna, ellos fueron los que me seleccionaron a mí. Yo llegué aquí una vez y surfeé, ellos me vieron y empezamos a hacerlo juntos: surfeamos toda una tarde. Había muchachos que no sabían surfear y otros que sabían pero no tenían buena técnica, así que me pidieron que los enseñara.
“Mi misión es formarlos para que cuando sean mayores tengan oportunidades. Falta camino por recorrer de aquí a allá, y tal vez el surf continúe propagándose por el país y no sean solo algunos muchachos…”.
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Las risas, ruidos y algarabía propios de esas edades llegan hasta la orilla de la calle 1ra y 296, en Santa Fe, un pueblo costero.
“Me siento súper feliz de tener a Yaya porque aquí no había nadie que te enseñara, que te diera un pie y te ayudara, siempre arriba de nosotros para que aprendamos”, cuenta Víctor Manuel Contreras, de 14 años de edad. “A mí este deporte me gustaba desde chamaquito, pero mi mamá no me dejaba porque le tenía miedo al mar, hasta que me dejó tirarme y sigo practicando para ser mucho mejor”.
Para José Michel Hernández, con 10 años y una hermana de 5 años –Isabelita, la más pequeña del team– ha sido muy especial aprender a surfear y tener contacto con otros niños.
—Yo antes buceaba con todos mis amigos.
—¿Con qué equipos?
—Con una careta y un par de patas de rana.
Llama la atención, en medio del desorden infantil, un grupo de jóvenes rubios y de ojos azules que pasan trabajo con el español. Algunos filman todo el proceso, antes y durante de la competencia. Uno de ellos se llama Corey McLean y trabaja, como la mayoría, para la estadounidense Makewild Company.
“En mi primer viaje a Cuba no tenía idea de que aquí ocurriera esto con el surf; lo conocí a través de Yaya y me puse en contacto con la comunidad de surfistas cubanos, que para mí es diferente a la de todos los demás países del mundo”, dice.
Según Katherine Castro, estudiante de 12 años que participa en los programas de Wahine Project, se trata de algo diferente que le gustaría que otras niñas conocieran. “Es bonito, y aprendes no solo a surfear, que es muy divertido: también a querer al mar, a cuidar el medio ambiente…”, dijo.
Como Katherine, otras niñas aprenden a tomar olas y remar en una tabla con apenas 8 años, a la vez que patrullan las costas de la playa de 70 en busca de todo lo que pueda dañar el ecosistema marino.
Finalmente tiene lugar la competencia, varias veces postergada por falta de olas. “En Cuba las olas son creadas por el viento y, si no entran frentes fríos, no hay”, explica la promotora de este proyecto que ha buscado apoyo en la Casa de la Cultura de Santa Fe ante la indiferencia del INDER.
“No hago esto sola, tengo a mi alrededor muchas personas ayudándome, como son los mismos surfistas, mi pareja, mi familia, los padres de los niños. Gracias a ellos todo ha salido adelante. Pero tengo que agradecerles también a los muchachos de California, que han colaborado con la documentación gráfica de todo esto, y con los trofeos para entregarles a los ganadores. El objetivo es darle visibilidad a esta práctica en Cuba y a estos niños interesados en ella”.
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En enero de 2016 Nataly y otros miembros de Wahine Project vinieron a Cuba para desarrollar su programa. Dentro del grupo estaban Pay Aponte y Paola Espitia, diseñador y surfista él, bióloga marina ella.
La principal aspiración de Paola con este proyecto en Cuba es promover el concepto de “Mente azul”. Esta idea se basa en estudios que prueban que al estar cerca de mares y ríos se producen cambios físicos y químicos en la mente humana que potencian la calma, la creatividad, la concentración y la felicidad; y esta es la experiencia que quiere compartir con las niñas cubanas.
Una idea similar es la de Pay, quien aspira a que en el menor tiempo posible, el Wahine Project Cuba agrupe niñas de todas partes de la capital cubana para establecer lazos emocionales con el océano.
“Uno de los mayores obstáculos que hemos encontrado es que no existe ningún lugar donde comprar equipamiento de snorkeling y surfing, esto impide que las personas se lancen al agua con el equipo adecuado, algo que es básico”, dice Paola.
“No hay ninguna industria que se dedique a la fabricación de los implementos para surfear como son las tablas, por ejemplo. Tampoco hay tiendas que se dediquen a la venta de estos implementos y pienso que todo esto también se debe a que en Cuba las autoridades no reconocen al surf como deporte, de hecho muy pocos saben que se practica aquí”, añadió Yaya.
En su corto tiempo de existencia, Wahine Project Cuba cuenta con la aceptación de un grupo de niños y jóvenes que se montaron en la ola de este programa educacional. En estos momentos hay cerca de 10 chicas aprendiendo a surfear y asumiendo el estilo de vida que esta práctica exige.
“Soy surfista por hobby –comenta Yata– a mí realmente lo que me gusta es remar a las olas y tomarlas, irme en ellas encima de mi tabla. Aprendí a los 23 años y ahora tengo 34. Quizás también me reservo de competencias por la edad, ya siento que quiero hacer una familia, tener hijos, y no me arriesgo mucho a estar metida en el agua con olas muy grandes. Con eso quiero decir que no soy la mejor surfista de Cuba, pero lo que hago trato de hacerlo bien”.
¿Y antes del surf?
Desde pequeña estoy dentro del agua. Nací en una zona bien cercana al mar y cuando pequeñita practiqué natación, polo acuático, y trabajo en el Acuario como entrenadora de delfines. Paralelamente llevo esta vida de surfista, cosa que realmente hacía por hobby hasta que supe que el surf se convertiría en deporte olímpico para Tokio 2020. De ahí también mi interés por que los niños cubanos aprendan a surfear y puedan ser deportistas en el futuro, y quizás formar parte de una selección nacional.