Yaima Ortiz no era el rostro de su generación, pero era su expresión, no era, por decirlo de alguna manera, de las jugadoras más seguidas, no era una líder, ni una bombardera, pero era la clásica jugadora todoterreno (recepción exquisita, ataque y servicio aceptable, cazadora de net), la bujía que inspira con el empuje, una obrera entregada a su labor, la pieza que no puede faltar en una maquinaria.
Jugó dos Olimpiadas, se bañó en bronce en una, de la otra habla con resignación, como si el pasado no la dejara tranquila y de vez en cuando la torturara recordándole aquellos instantes. Ella no lo confirma, pero quedarse fuera del podio en Beijing fue un parteaguas en su carrera, después de aquel verano de 2008, la vida de Yaima cambió.
Se fue de vacaciones con su madre a Chile queriendo olvidar el trago amargo de Beijing (después se dará cuenta de que hay cosas que no se pueden borrar, hagas lo que hagas) y en uno de esos bruscos giros del destino, caminando por Providencia en Santiago, en plena calle, un señor la detiene. El hombre vestía elegante y exhibía un carisma fuera de lo común.
-¿Eres modelo?
-No, voleibolista.
El elegante hombre del carisma increíble era Rubén Campos, afamado diseñador chileno. Campos se derrumbó ante la piel morena de Yaima, ante sus finas y alargadas piernas, ante su garbosa sonrisa y el cabello con aire a Caribe. La llevó a conocer al estilista Edgardo Navarro y a Pilar Jarpa, en aquel momento top model de Chile y poco a poco, Yaima fue tomando impulso en el mundo de la moda, hasta irrumpir, hasta marcar tendencia.
El taraflex se fue convirtiendo en pasarela. Ya no levantaría más balones, ahora los tomaría en sus manos para posar. Hace unos meses, Carole Feuerman, ilustre escultora norteamericana que ha volcado su obra al hiperrealismo, tomó a Ortiz y la convirtió en una preciosa escultura de barro para colocarla en una exposición en New Orleans. “No paro, siempre estoy trabajando, me encanta esto del modelaje, me pongo como una niña chiquita”.
Yaima vive en Estambul, frente al mar, quizás eso le reduzca la nostalgia. Dice que la ciudad es maravillosa y que las costumbres y la cultura le son ajenas, que en Estambul viven innumerables historias y que las mezquitas le dan un toque particular a la urbe. “Lo que más disfruto es sentarme en la terraza y ver cómo vuelan las gaviotas sobre la puesta del sol, cómo pasan los barcos por el Bósforo y así me remonto a mi vieja Habana, a sus calles, a su gente”.
Asististe a un retiro deportivo prematuro ¿Qué sucedió?
Tuve una severa lesión en mi rodilla izquierda y eso hizo que me retirara del voleibol oficialmente el año pasado. En ese momento, mi familia estaba pasando por una etapa complicada y decidí estar con ellos el mayor tiempo posible. Fue una decisión muy difícil, después de jugar tantos años y dejarlo para siempre, uno entra como en un estado de shock. Uno empieza a extrañar el taraflex, la vida de atleta, es un cambio brusco. En realidad tenía planificado jugar un poco más, pero no pudo ser.
Si algo marcó a las jugadoras de tu generación, fue el hecho de cargar con el peso histórico de las Morenas del Caribe. ¿Fue espinoso lidiar con ese karma?
En el año 2000, las Morenas luego de coronarse por tercera vez de manera consecutiva en los Juegos Olímpicos, decidieron retirarse de la selección nacional. Quedamos nosotras lideradas por Yumilka Ruiz, Zoila Barros y Martica Sánchez, pero Regla Torres, Ana Ibis Fernández y Taismaris Agüero nos apoyaron mucho por un buen tiempo. Teníamos un colectivo técnico extraordinario con Eugenio George como asesor y guía.
Fue una etapa que marcó mi vida. Sobre nosotras recaía una gran responsabilidad, imagínate la presión que teníamos. Nos dedicamos con mucha entrega, eran horas y horas de entrenamientos todos los días. Recuerdo que en el año 2001 perdimos con todo el mundo, fue duro, pero seguíamos adelante; teníamos un gran compromiso con nosotras mismas y con el pueblo de Cuba que siempre vivía pendiente de nuestro desempeño.
Hay una anécdota graciosa que me viene a la mente. Estábamos en México entrenando y todo estaba saliendo mal y Eugenio paró la práctica y nos miró fijo a todas y nos dijo: “Morenas del Caribe ni Morenas del Caribe, Bueyes de Mozambique es lo que son ustedes”. No sabíamos si reírnos o llorar. Después, poco a poco, se fue formando un equipo y demostramos nuestra calidad en Atenas 2004.
Participaste en dos olimpiadas con Cuba, Atenas y Beijing. Dos desenlaces distintos, dos eventos en los que rozaron la cima nuevamente, pero se quedaron cortas. ¿A la distancia, qué recuerdos te llegan?
En Atenas éramos un equipo joven relativamente pero con muchas garras. Mireya Luis nos apoyó muchísimo. El día que obtuvimos el bronce fue inolvidable, un sueño hecho realidad después de tres años de lucha y logramos subir al podio. Ese día está grabado en mi corazón para el resto de mi vida. En Beijing éramos un equipo más sólido, los entrenamientos que hacíamos eran brutales, todo iba perfecto, estábamos súper motivadas y de repente vino esa derrota inesperada contra Estados Unidos en el pase a la final, un cubo de agua fría. Pero como decía el viejo Eugenio, “al juego se va con dos jabas” y ese día nos tocó la de perder. No te puedo expresar cuánta frustración sentimos: no habíamos perdido con ellas en todo el año. Mucho dolor.
¿Cómo viviste aquella épica final contra Brasil en los Panamericanos de Río de Janeiro en el 2007?
Bendito partido ese, para la historia. Siempre nuestros entrenadores nos decían que hasta que el árbitro no diera el último silbato, el juego no se terminaba. Y a nosotras nos gustaba la adrenalina de los tie break. Las gradas estaban incontrolables, las brasileñas ya daban el juego por ganado y en la cancha solo se oía el “vamos p…..”. Tremenda emoción venir de abajo en el último set, con el público en contra y derrotar a las brasileñas ante su gente. Sin dudas fue el mejor partido de toda mi carrera deportiva.
¿Por qué después de Beijing decides dejar la selección nacional y dedicarte al voleibol profesional?
Decido dejar la selección porque sabía que mis rodillas no me aguantarían mucho tiempo. Quería experimentar lo que era el deporte profesional. Solo eso, nuevas experiencias.
¿Hay diferencias entre el voleibol profesional y el cubano?
Cuando llevas el deporte en la sangre siempre lo vives y lo disfrutas al máximo.
Pero jugar por tu bandera es inigualable.
De todos los clubes europeos en los que militaste, el de más renombre fue el Dinamo de Moscú. ¿Cómo viviste esa experiencia?
Fue una experiencia maravillosa. Me ayudó mucho el hecho de que ya conocía a varias jugadoras, pero tenía un poco de tensión por lo grande que es ese club en Europa, había que ganar siempre. Ahí tuve la oportunidad de jugar mi primera Champions League.
Tuviste la dicha de ser pupila de dos grandes entrenadores, de Eugenio George y Luis Felipe Calderón. ¿Qué fue lo que más te marcó de ellos?
No solo eran entrenadores, sino padres para cada una de nosotras. Eran duros y a la vez comprensivos, exigentes pero amigos. El “Calde” con su sonrisa, siempre dándonos ánimo, siempre ahí, pie a pie con nosotras. El “Viejo”, nuestro viejo, que te puedo decir de Eugenio que ya no sepas, grande entre los grandes. Ambos, nos educaron, nos enseñaron a tener garras y a creer q nada es imposible. También recuerdo a Antonio Perdomo, a Garbey que siempre fue muy exigente. Les doy gracias a todos los que fueron parte de la historia del voleibol, desde los entrenadores de las EIDES hasta los que nos forjaron y nos hicieron jugadoras de élite.
¿A qué le atribuyes la crisis en que se está sumergiendo el voleibol cubano?
La situación es que es un equipo sumamente joven, en el cual no hay jugadoras con experiencia que impulsen, algo así como nos sucedió a nosotras. Necesitan foguearse y competir, es cuestión de tiempo.
¿Qué le falta al voleibol cubano para regresar a la élite?
Jugar en las ligas extranjeras. El deporte va evolucionando y no nos podemos quedar atrás.
Una fuera de serie. Ha vivido grandes experiencias tanto dentro como fuera de la cancha. Dios y la vida han sido muy generosos con ella y,como no serlo con esa alma buena que se ha ganado a pulso cada éxito en su vida.Especial mención a sus padres en especial a Matilde Charro,extraordinaria mujer llena de amor que no sólo enseñó el amor al deporte a Yaima,tambien le heredó esa sensibilidad,amor al prójimo y esa alma buena que la ha hecho extraordinaria.
Un placer leer éste reportaje a una grande dentro y fuera de la cancha.
.Yaima eres muy especial. Felicidades!!!
Interesantísima entrevista…buena panorámica, descripciones suaves. Excelente elección del autor