En las aguas turbulentas de Tokio comenzó a sonar el nombre de Yarisleidis Cirilo. Hasta ese momento poco se hablaba de una chica de 19 años nacida en el poblado de Costa Rica, perteneciente al municipio guantanamero de El Salvador, pero su sexto escaño en la final del C-2 femenino junto a Katherin Nuevo la colocaron en el radar.
Esbelta y poderosa, Cirilo estuvo a punto de decantarse por el voleibol cuando era una niña de 12 de años, pero le surgió la oportunidad de ir a la Academia Náutica en su provincia natal, y como el canotaje era un deporte desconocido para ella, le llamó la atención. Así lo contó en un reportaje de Prensa Latina en el que su entrenador Nelson Perales confesó que Yarisleidis no sabía nadar y le daba miedo a subirse al bote.
“Lo primero que pensé fue ponerle un chaleco salvavidas”, relató el profesor, quien después optó por otra variante: navegaría con un compañero de Baracoa que sí sabía nadar para poder alejarla de la orilla. Pese a aquellas dudas, Perales aseguró a Prensa Latina que desde el primer momento apreció sus condiciones y sus posibilidades de llegar lejos.
“Siempre fue muy segura, muy consagrada, muy disciplinada, muy tenaz, tiene objetivos y propósitos firmes y los defiende”, contó Perales.
Y razón no le faltaba, a juzgar por el llamado de atención que la propia Cirilo lanzó solo un mes después de los Juegos Olímpicos de Tokio. En Copenhague, Dinamarca, se llevó dos medallas mundiales (plata y bronce) como eje del binomio con Katherin Nuevo en las distancias de 200 y 500 metros.
A partir de ahí su ascenso ha sido meteórico, aunque sufrió el trago amargo de la salida del equipo nacional de Katherin por circunstancias que nunca han quedado claras. Formar una nueva pareja en el C-2 y crecer hasta convertirse en referente individual del C-1 pasaron a ser los objetivos de la guantanamera, quien poco a poco ha logrado cumplir sus metas en forma de muchas finales y también un buen puñado de preseas.
Pero de seguro ninguna tiene más valor que la conseguida este sábado en el Estadio Náutico de Vaires-sur-Marne, en París, donde se convirtió en la primera mujer cubana con una medalla olímpica en el canotaje.
“Siento tremenda emoción. Le dije a mi entrenador que yo iba a ser la primera mujer que ganara un oro olímpico. Hoy salí en pos de eso, pero alcancé un tercer lugar con el que también me siento muy muy feliz”, aseguró la piragüista a los medios en la urbe francesa.
Esto era, probablemente, lo que le faltaba para coronarse como la máxima estrella de todos los tiempos en la rama femenina, con todo respeto a quienes han hecho carrera en la práctica de esta disciplina en la isla.
Hay algo en Cirilo que cautiva, además de esa fuerza endemoniada con la que embiste el agua a paletada limpia y rodilla en su canoa. Ella es puro carácter y empuje. En París, cuando algunos cuestionaron su presencia en el C-2 a 500 metros con la juvenil Yinnoly Francheska López en vez de reservar fuerzas para su prueba reina (C-1 a 200 metros), la chica salió al paso enseguida.
“Yo fui quien decidió remar el single y el doble en el Mundial clasificatorio para estos Juegos Olímpicos. Dejen las preocupaciones que aquí se entrena y se rema duro en todo momento”, sentenció en su cuenta de Facebook hace solo unos días.
El ímpetu de sus palabras y la confianza en sus reales posibilidades no eran un cuento. Cirilo venció regata tras regata sin disminuir sus prestaciones, lo cual nos habla a las claras de su potencial.
“El cansancio es normal cuando compites tanto en pocos días, pero nosotras entrenamos mucho, repetimos constantemente durante un año entero. No es nada del otro mundo. Lo que en este tipo de competencias sí se genera bastante estrés y tensión, y hay que saber lidiar con eso. En ocasiones tenemos tremendo potencial para ganar, pero la presión nos impide alcanzar el resultado que queremos. Por suerte, no es mi caso”, espetó.
Cirilo no solo llegó a la final del C-2 con Yinnoly Francheska, sino que avanzó y avanzó en el C-1 poniendo mucha energía a sus paletadas y llevando su proa hasta un bronce inédito, solo superada por la canadiense Katie Vincent y la estadounidense Nevin Harrison.
“Yo me sentí muy bien, principalmente en la arrancada que había tenido muchos problemas en competencias anteriores. Siempre salía muy atrás, pero este año nos pusimos a trabajar mucho en ese sentido hasta que la mejoramos. Estoy muy satisfecha con la regata que hice, logré mi mejor marca personal (44.36 segundos); cuando llegué a la meta lo sentí”, dijo sonriente Cirilo a la prensa acreditada en París, donde Vincent logró la mejor marca de la historia en la prueba: 44.12.
“Fue una regata muy rápida, muy difícil, por eso salir con una medalla es tan especial”, añadió la guantanamera, quien tuvo un remate impresionante en los últimos 100 metros para colarse en el podio. “Yo no sé cómo lo hago, la verdad, quizás sean las ganas de llegar a la meta”, bromeó ante los medios.
Aunque todavía ni se ha secado el sudor de la competencia, ya piensa con luz larga: la proa de su canoa apunta a Los Ángeles. “Tengo que seguir entrenando y preparándome para tratar de ganar las Olimpiadas que vienen. Desde ahora hasta allá, ese va a ser mi principal objetivo”.
Cirilo, tras la huella de “los peludos”
Mi conexión con el canotaje viene desde hace mucho tiempo. En el municipio matancero de Martí, tierra natal de mi padre, siempre veía pasar con admiración por delante de mí en su Peugeot 206 rojo al estelar Leobaldo Pereira, uno de los pocos cubanos que puede presumir de tener una medalla olímpica y varias preseas mundiales en sus vitrinas.
Un día, en plena adolescencia, regresaba con unos amigos del Tubito, unos canales de agua dulce a los que todo el pueblo acudía a bañarse para esquivar el sofocante calor del verano, y se quedó un tractor atascado en la guardarraya. Leobaldo, que justo acababa de pasar, detuvo su carro y nos dijo: “Muchachos, vamos a tirarle una mano a este señor”.
Nos dispusimos a empujar desde todos los ángulos posibles aquella mole de hierro y era como si Leobaldo tuviese un poco de Hércules en su interior… ¡Qué manera de empujar la de aquel guajiro! Al final logramos sacar el tractor, y en mi cabeza no paraba de establecer paralelismos entre el Leobaldo que prácticamente sacó la rueda del tractor del atolladero, y el que incesantemente sacaba paletadas olímpicas gloriosas del agua.
Años después, un amigo en común de Leobaldo y mi padre nos presentó en el propio Martí, y le recordé aquel pasaje, acompañado del hecho de que estaba al graduarme de periodismo, y que me gustaría especializarme en deportes. Me dio un apretón de manos que me lo sentí hasta la médula y asomó una sonrisa como si mi comentario lo transportase con orgullo a sus años de gloria.
Pero la historia olímpica del canotaje cubano empezó un poco antes de que Leobaldo sacara una plata junto a Ibrahim Rojas del Sydney International Regatta Centre, en los Juegos celebrados en la urbe australiana en el año 2000.
Corría el 8 de agosto de 1992, los congregados en el balneario de Castelldefels de Barcelona vitoreaban a los piragüistas que largaban para hacerse de la gloria en la canoa biplaza a 1000 metros. Allí la dupla cubana de Fernando Zamora y Juan Aballí, pese a culminar en la novena y última posición, iniciaban un legado que luego tendría muchos pasajes de gloria.
Ocho años más tarde, en Sydney 2000, la furia del pelo largo y las cintas en la cabeza invadió a miles de amantes del deporte. Y no hablo de una resurrección del actor Ralph Macchio en su mítico personaje de Daniel La Russo en Karate Kid. El furor se debía a la huella plateada de Ibrahim y Leobaldo en el C-2 a 1000 metros, y de Ledis Frank Balceiro en el C-1 a la misma distancia.
“Los peludos”, aunando esfuerzos en el C-2 a 500 metros, continuarían sembrando simpatías cuatro años más tarde en Atenas con una especie de déjà vu finalista. Unos segundos finales in extremis, una exhalación y tirada final de los chinos Meng Guanliang-Yang Wenjun le escamoteó el oro a Rojas y Balceiro (1:40.350).
Pero dicen que la vida siempre concede segundas y hasta terceras oportunidades. Tardaríamos 17 años, miles de paletadas y continuas presencias en finales olímpicas, pero nos sacamos la espina de la capital helénica. Nuevamente frente a una dupla del gigante asiático, otra vez en el C-2 a 1000 metros, entonces en canal Sea Forest de la bahía de Tokio, los vengadores fueron Serguey Torres y Fernando Dayán Jorge, quienes se las ingeniaron para estampar el mejor registro histórico de la prueba bajo los cinco aros. El elixir de la vendetta supo a gloria aquella madrugada del 3 de agosto de 2021.
Ahora Yarisleidis Cirilo ha dado continuidad a la tradición de “los peludos”, sigue su ritmo intenso de paletadas y nadie sabe cuándo va a parar.
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