El CenturyLink Center de Omaha, Nebraska, Estados Unidos, fue la plaza designada para que nuevamente el boxeo cubano demostrara su valía, sus dotes técnicas y sus pretensiones en el ámbito profesional. Había llovido mucho desde la última ocasión en que la fanaticada del pugilismo disfrutara la fogosidad del fajador de la Isla que más público arrastra para muchos.
Un año inactivo, a golpe de sparrings y entrenamientos, estuvo Yuriorkis Gamboa (23-0-0-16 nocauts), titular nacional en varias ocasiones y campeón olímpico en el peso pluma en Atenas, Grecia, cuando representaba a su país natal. Fue, sin dudas, uno de los estandartes de este deporte en Cuba en la primera década del milenio que corre.
El antillano llegaba con varios apuntes en rojo: falta de combates, problemas personales; debió subir de peso, pues suele mantenerse entre 126 y 130 libras. En esta ocasión su oponente frisaba las 135. El alcance en el golpeo, en buena medida por la estatura, también estaba en su contra; téngase en cuenta que el “Ciclón de Guantánamo” mide 5,5 pies, por 5,8 el estadounidense Terence Crawford (23-0-0-16 nocauts), hombre hábil, más sedado en su accionar, pero con experiencia en el panorama rentado y que exponía, mucho más que perder, su título ligero de la Organización Mundial de Boxeo (OMB).
Desde el punto de vista técnico, Gamboa, monarca interino de peso ligero de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), no mejora su defensa, hándicap que lo acompaña desde sus inicios, y sobre todo ante rivales inferiores, donde ha dejado su rostro descubierto, con la guardia abajo, como muestra de superioridad. Igual manía, digámoslo así, evidenciaba su coterráneo Guillermo Rigondeaux, quien ante el filipino Nonito Donaire, el 13 de abril de 2012, en el Radio City Music Hall, de New York, demostró haber vencido el capricho. Arriesga más de la cuenta y, en ocasiones sobre la lona, ha comprendido el significado del verbo subestimar.
Este último sábado, en casa del trompo, su rival “nació” en Nebraska. Gamboa quería dejar bien claro sus ambiciones, sus deseos de volver y recordar por qué era uno de los “niños mimados” de HBO. Ansiaba además reafirmar que es el peleador de la Escuela Cubana de Boxeo en el exterior más atractivo a la vista, más aclamado.
Crawford, por su lado, no deseaba quedar en evidencia ante su familia, sus amigos, ante los suyos, y de paso, buscaba ganarse el afecto de las empresas publicitarias. A pesar de su título, no es de los promocionados con fuerza en ese angustioso mundo. Una victoria ante Gamboa era el boleto a otras veladas, a otras noches de boxeo de interés, con bolsa de millones en juego.
Sonado el gong inicial, el cubano comenzó como de costumbre, dominio en los primeros asaltos, impactos en la anatomía de su rival. El local, estudioso, metódico, que no lograba conectar sus combinaciones, ni hizo valer su mayor distancia en el golpeo, presagiaba a base de seguridad el desenlace.
Gamboa, paulatinamente, cedía en sus movimientos; sus piernas, ya es conocido, no responden pasados algunos minutos, por lo que su esgrima boxística se esfuma, y su derecha poderosa se convierte en su arma de destrucción. Todo ello fue apreciado en el quinto acto. El “Ciclón” fue “acariciado” por el exponente de la corona, se recuperó y perdió la noción boxística para esos engorrosos instantes: alejarse o agarrarse en pos de la recuperación. Salió a fajarse. Su única aliada, la campana, lo salvó del prematuro fuera de combate.
En el sexto denotaba seguir tocado, aunque ya cumplido, y gracias a que Crawford esperaba el momento justo para cerrar la faena, terminó sin problemas. Sin embargo, en el octavo, en busca de una mano demoledora, con evidencia de cansancio, y tras un buen contacto del estadounidense, Yuriorkis tocó el piso con el guante, no cayó, pero las reglas lo cuentan como derribo, y erróneamente regresó al intercambio, arriesgó, manifestó valentía, y acabó al borde del nocaut.
Para el inicio del noveno el retador disfrutaba de su mejor momento, de instantes excelsos, y volvió a exponerse. Terence, nada contrariado, penetró un contundente lance, y el provocador fue derribado, se levantó, insistió sin fuerzas ni táctica, con más deseos que metodología, pero “besó” el tapiz. El árbitro paró el combate. Fin de la historia. Crawford retuvo la corona.
Con la derrota, Gamboa sale cabizbajo por primera ocasión en un combate profesional. Su estatus esta vez lo traicionó. Su retorno debió ser ante un contrincante de menos caché, más asequible. Evidentemente lo aconsejaron mal, aunque dos objetivos sí cumplió: regresar y mostrar que está vivo y puede llenar las salas.
La enseñanza radica en conocer que los entrenamientos, las pretensiones, los sparrings, y el talento no son todo. A esperar una nueva oportunidad, en óptimas condiciones, aunque con los mismos deseos de brillar, como antaño.
Mientras, los amantes de este deporte en su tierra esperan el gran duelo que supone el tope entre Erislandy “El Sueño Americano” Lara, extitular universal amateur y monarca mundial superwelter de la AMB, ante el muy promocionado mexicano Saúl “Canelo” Álvarez, antiguo rey superwelter CMB/AMB, el próximo 12 de julio. Duelo parejo, y sin aparente favorito.