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Por Catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones y director de la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos, Universidad de Córdoba
La ideología nacionalista nacida a finales del siglo XIX marcó buena parte de la historia desde entonces hasta casi la primera mitad del XX. Ahora está llamando de nuevo a nuestro presente.
Algunos ejemplos actuales revisten elementos compartidos con esa vieja ideología. Uno se viene arrastrando desde hace mucho tiempo: la reivindicación de China sobre Taiwán. Otro lo tenemos a las puertas de Europa desde hace menos tiempo: la aspiración de Rusia a ser la Gran Rusia, con todo lo que ello conlleva.
Los grandes fastos de EE. UU en 2026
Ahora se une a este florecer del nacionalismo excluyente el MAGA –Make America Great Again, “Haz América Grande Otra Vez” en español– de Donald Trump, que va a encontrar en la celebración del 250 aniversario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, en 2026, su formulación más integrista y provocadora: la política antiinmigración y el renacido y furibundo nacionalismo MAGA.
Por su parte, en Europa los partidos de ultraderecha tratan de imitar el modelo, reivindicando el sentimiento nacional por encima de cualquier propuesta de multilateralismo o integración y tratando de atacar los cimientos de la Unión Europea con argumentos de lo más pintoresco.
De este modo hacen el trabajo sucio, cual caballo de Troya, al proyecto de Trump de debilitar y, si es posible, romper la Pax Europaea que se construyó sobre las cenizas de más de 55 millones de muertos.
Algunas de las actividades previstas para las celebraciones del próximo año en Norteamérica recuerdan mucho a los desfiles de nibelungos, deidades y mitos pangermánicos, exaltaciones de la pureza aria y demás que llenaron las calles de Alemania en los años previos a la II Guerra Mundial.
EE. UU. va a tener en 2028, una vez más, hasta unos Juegos Olímpicos –en Los Ángeles–, por si faltase algún ingrediente.
No es cuestión baladí el mensaje que quiere transmitirse desde el gobierno trumpista. El proyecto de reescritura de la historia norteamericana que están llevando a cabo –bajo la premisa de que hay que eliminar todas las mentiras introducidas por la cultura de la “izquierda radical”– cumple su deseo de hacer una historia sin historiadores. En ese sentido, se trabaja en una historia que modifique contenidos, museos, archivos y bibliografía, si es preciso, para exaltar el valor de lo propio frente a cualquier otro elemento integrador.
Raíces del nacionalismo
El nacionalismo tal y como lo conocemos no siempre ha acompañado a la humanidad. Es una ideología que apareció entre los años 1880-1914, aunque tiene sus atencedentes tras la Revolución Francesa. El término comenzó a usarse en Francia, Italia y Alemania para definir a los grupos ideológicos de derecha extrema que utilizaban las apelaciones a la patria frente a extranjeros, liberales y socialistas.
La base del nacionalismo es la voluntad de identificar emocionalmente al individuo con los elementos identitarios de su nación, frente a otros a los que considera inferiores, de modo que quien no comparta estos principios sea simplemente un traidor a la patria.
De otra parte, en cuanto a las conmemoraciones, celebraciones, centenarios y demás, no es algo que hunda sus raíces en la memoria de los tiempos. Es un invento también ligado al nacionalismo.
Baste recordar que, por mucho que busque cualquier investigador, no encontrará ninguna referencia al III Centenario del descubrimiento de América, y menos al segundo o al primero. Sencillamente, era algo que no existía en la conciencia política. Los reyes solo celebraban sus cumpleaños, onomásticas y algún que otro asunto religioso. La primera vez que se conmemoró tal efeméride fue en 1892, con motivo de los 400 años del viaje de Cristóbal Colón.
“Patria” y “España” no siempre fueron sinónimos
Con el ánimo de seguir relativizando la fortaleza de estos conceptos, es preciso recordar que en español la palabra “patria” no fue sinónimo de España hasta el siglo XIX, con anterioridad el término se refería a la localidad de nacimiento.
Algo parecido pasa con el italiano y la palabra “paese”. Cuando las comunidades locales tales como la aldea, el pueblo, la comarca iban debilitándose, la patria se convirtió en la metáfora para integrar al imaginario de la nación. La escuela, los nuevos medios de comunicación de masas, incluso la religión, fueron contribuyendo a crear y fortalecer el concepto de la comunidad, del yo frente a la comunidad del otro.
Es paradigmático el caso del Imperio austrohúngaro, en el que la conciencia de pertenencia a una nación no fue incompatible con la idea del apoyo a la monarquía habsbúrgica. Claro está, hasta que saltó por las aires tras la caída del Imperio y las naciones centroeuropeas acrecentaron su idea nacional, que desembocaría en las guerras europeas del siglo XX.
A la altura de 1914 ya no era la gloria individual o la conquista lo que inspiraba a los beligerantes, sino la idea de la amenaza al nosotros, de la agresión del ellos contra nuestra libertad y nuestra civilización. No es casual que la xenofobia encontrara también en este momento su mejor caldo de cultivo. Nuestra victoria ya no era la de nuestra gloria, sino la de la patria.
Solo basta recordar que después de la Gran Guerra, como la patria ya eran todos, se abandonó la idea del campo de batalla y nació el concepto de guerra total que encontraría su cenit en la II Guerra Mundial. En ella, los muertos eran todos, no solo los soldados, y las bombas iban contra todos: niños, mujeres, ancianos, civiles en general. Exactamente como hoy se hacen las guerras, atacando más a las retaguardias, a los civiles, y haciendo a toda la comunidad objetivo militar.
Desgracias en nombre de la nación
La nación, la patria, ha sido desde finales del siglo XIX el origen de las mayores desgracias de la humanidad. En cambio, los proyectos colectivos y de integración –Naciones Unidas, Unesco, Organización Mundial de la Salud, FAO y, por supuesto, la Unión Europea– han traído las épocas de mayor prosperidad y solidaridad mundial o regional y paz.
Advertidos estamos porque tenemos cerca los dos modelos. Después de Napoleón, hasta el nacimiento de los nacionalismos, Europa había vivido en paz. Luego acabó todo. El renovado protagonismo de esta ideología nada bueno puede augurar.
Este artículo fue publicado en The Conversation. Lee el original.