Por, Profesor Asistente de Historia del Catolicismo, Durham University
Desde el momento de su elección en 2013, Jorge Mario Bergoglio, el hombre que se convirtió en el papa Francisco, demostró ser poco convencional.
Dejando de lado gran parte de la formalidad de las elecciones papales anteriores, apareció por primera vez en el balcón de la Basílica de San Pedro con una sencilla sotana blanca sin la capa roja con ribetes de armiño, conocida como mozzetta, que se lleva tradicionalmente en tales ocasiones.
En el pecho portaba la cruz de plata que había usado como arzobispo de Buenos Aires, en lugar de la cruz de oro que lucían los papas anteriores. Sus primeras muestras de inconformismo fueron más allá de su vestimenta, ya que se negó a vivir en el Palacio Apostólico y residió principalmente en la Residencia de Santa Marta.
También fue el primero en muchas otras cosas.
Tomó el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, convirtiéndose en el primer papa con un nombre no utilizado anteriormente en más de mil años (el último fue el papa Landón, en 913). Muchas de sus principales enseñanzas, conocidas como “encíclicas papales”, se hacían eco de la sabiduría de San Francisco. Por ejemplo, Laudato Si (2015) y Fratelli Tutti (2020), relativas al cuidado del planeta y al cuidado mutuo, respectivamente, se inspiraron en el santo.
“Mis raíces son italianas, pero soy argentino y latinoamericano”, insistió en su reciente autobiografía. Fue este bagaje como primer papa del hemisferio sur y su educación en Argentina lo que forjó su papel como voz de los marginados de la sociedad: los migrantes, los pobres, las víctimas de la guerra y los desamparados.
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Este enfoque también reflejaba una nueva realidad diversa dentro de la Iglesia. La mayoría de los 1 360 millones de católicos de todo el mundo viven fuera de Europa y Norteamérica.
Desde el principio dejó claro que representar esta nueva realidad era fundamental para su papado, realizando su primera visita oficial fuera de Roma a la isla de Lampedusa, en el sur de Italia, donde muchos migrantes y refugiados que huían de la guerra intentaban desembarcar para llegar a Europa. Denunciando la trata de personas y refiriéndose al naufragio de migrantes de 2013 en el que murieron más de 300 personas, el papa Francisco describiría más tarde la isla como un “cementerio submarino para demasiados, demasiados cadáveres”.
Un papa modernizador
El papa Francisco fue también el primer papa formado íntegramente en el espíritu del Concilio Vaticano II (1962-1965), que supuso cambios fundamentales en la forma en que la Iglesia católica se relacionaba con la sociedad en general y con el “mundo moderno”. Entre ellos se encontraba la celebración de la misa en lenguas vernáculas, en lugar de exclusivamente en latín.
Esta formación moldeó su actitud hacia temas como el papel de la mujer en la Iglesia, la tecnología y la inteligencia artificial, la actual crisis ecológica y la relación entre el catolicismo y otras religiones.
Aunque el pontífice había dejado claro que, en su opinión, el Concilio Vaticano II aún no se había aplicado plenamente, su adhesión a su espíritu le ha granjeado la antipatía de los católicos que consideran erróneos los cambios introducidos por el concilio.
En 2021, impuso nuevas restricciones sobre el uso de la antigua misa en latín, que era habitual antes del concilio, y ahora exige a los sacerdotes que obtengan el permiso de su obispo para celebrarla. Esto revirtió las concesiones de su predecesor, Benedicto XVI, que había permitido a todos los sacerdotes celebrar la misa utilizando el Misal Romano de 1962, sin necesidad de autorización obispal.
La medida fue impopular entre muchos tradicionalistas, que consideraban que el papa se alejaba de la tradición histórica. En respuesta, Francisco había criticado a “aquellos que buscan ‘salvaguardar las cenizas’ del pasado” en lugar de preocuparse por el crecimiento y el progreso futuros de la Iglesia.
En muchos sentidos, el papa Francisco encarnaba una tensión en el corazón del catolicismo del siglo XXI: demasiado liberal para algunos católicos y no lo suficientemente liberal para otros. Como tal, sus intentos de reforma se convirtieron necesariamente en un delicado ejercicio de equilibrio. Sin duda, la historia juzgará si se logró el equilibrio adecuado.
Su papado no estuvo exento de controversia. En mayo de 2024 pidió perdón por utilizar un término despectivo para referirse a los hombres homosexuales en una reunión privada con obispos italianos, y sus comentarios aparecieron en los titulares de todo el mundo. El episodio fue especialmente impactante, ya que anteriormente había indicado un cambio en el tono de la actitud de la Iglesia sobre cuestiones como la bendición de las parejas del mismo sexo.
En 2018, admitió haber cometido “graves errores” en su gestión de los casos de abusos clericales en Chile. Durante una visita al país, defendió al obispo Juan Barros, acusado de encubrir abusos sexuales. Francisco alegó “falta de información veraz y equilibrada” y posteriormente invitó a las víctimas a Roma para pedirles perdón.
El funeral y el entierro del papa seguirán su estilo poco convencional. Renunciará a los tres ataúdes tradicionales de ciprés, plomo y roble, y en su lugar ha solicitado un sencillo ataúd de madera revestido de zinc.
También será el primer papa en recibir sepultura fuera del Vaticano en más de un siglo, ya que ha pedido ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. La ceremonia fúnebre también se simplificará y acortará a petición suya.
Este será el último acto de un papa poco convencional, ya que, como afirma en su autobiografía, “el obispo de Roma es un pastor y un discípulo, no un hombre poderoso de este mundo”.
Este texto fue publicado en The Conversation. Lea el original.