Por Alexander Howard, University of Sydney
El aclamado cineasta estadounidense David Lynch ha fallecido a los 78 años. Aunque aún no se ha anunciado públicamente la causa de su muerte, Lynch, aficionado al tabaco de toda la vida, reveló en 2024 que padecía un enfisema.
Conocido sobre todo por películas como Cabeza borradora (1977), Terciopelo azul (1986) y Mulholland Drive (2001), así como por la influyente serie de televisión Twin Peaks (1990-91), Lynch –un comprometido meditador trascendental que trabajó en múltiples medios, como la pintura, la fotografía y la música– fue un auténtico visionario creativo.
El impacto de Lynch en la cultura popular ha sido profundo, tanto por su éxito comercial como por su constante superación de los límites artísticos. El hecho de que el término “lynchiano”, referido a algo con una cualidad onírica misteriosa o amenazante, haya pasado a nuestro léxico cultural compartido da fe de ello.
Lo bello y lo maldito
En la introducción a las memorias de Lynch Espacio para soñar (2018), su coautora Kristine McKenna escribe:
Vivimos en un reino de opuestos, un lugar donde el bien y el mal, el espíritu y la materia, la fe y la razón, y la lujuria carnal, coexisten en una tregua incómoda; la obra de Lynch reside en la complicada zona donde chocan lo bello y lo maldito.
Inspirándose en las energías del surrealismo, la obra de Lynch ahonda en los recovecos más oscuros del comportamiento humano, al tiempo que celebra la inquietante belleza y la extrañeza asociadas a la existencia cotidiana.
Lo vemos en Terciopelo azul. Esta película violenta y sexualmente explícita de Lynch, considerada hoy un auténtico clásico del cine, causó conmoción y consternación general en su estreno. Es una exploración inquebrantable de la oscuridad y la depravación que acechan bajo la pulida fachada de los suburbios.
La icónica secuencia inicial de la película prepara el terreno. Un cielo azul despejado, rosas rojas y una valla blanca deslumbrantemente brillante. Un camión de bomberos avanza a paso de tortuga y un hombre se cuelga de él, sonriendo y saludando. Unos escolares cruzan la calle mientras un hombre blanco de mediana edad cuida de su jardín. De repente, se desploma, agarrándose el cuello y retorciéndose de dolor.
La cámara de Lynch se acerca a la hierba hasta que nos encontramos con una masa de insectos retorciéndose bajo la superficie. La serena banda sonora ha sido sustituida por una siniestra y palpitante pista de bajo.
Lynch señala el descenso de la película a los dominios de lo inquietante y lo grotesco. Al final, el espectador, conmocionado, se pregunta: “¿Por qué hay tantos problemas en este mundo?”.
Lynch, cuya obra huye de las respuestas fáciles y conformistas, nos deja a nosotros la búsqueda de una respuesta.
Convertirse en artista
Lynch nació en Missoula, Montana (Estados Unidos), el 20 de enero de 1946, y su infancia transcurrió entre mudanzas de un estado a otro. En la universidad se propuso convertirse en pintor, y de nuevo pasó por varias escuelas de arte de distintos estados, incluido un viaje a Europa.
Fue en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, en Filadelfia, donde Lynch empezó a experimentar con el cine como medio. A pesar de abandonar los estudios dos años más tarde, se quedó en Filadelfia y siguió pintando. También realizó su primer cortometraje, el autoexplicativo Six Men Getting Sick (1967).
En 1970, tras recibir una beca del American Film Institute, Lynch se trasladó a Los Ángeles, donde estudió en la escuela de cine del instituto y comenzó a trabajar en la película que acabaría convirtiéndose en Cabeza borradora.
El primer largometraje de Lynch es un retrato alucinante y pesadillesco de la vida doméstica en un páramo industrial: un mundo extraño donde un pollo cocido se retuerce en un plato, un horrible bebé mutante atormenta a sus desesperados padres y una señora que vive dentro de un radiador canta canciones lúgubres.
Una carrera célebre
Cabeza borradora fue un éxito de público y atrajo la atención de Hollywood.
Su primer gran encargo fue una película basada en la vida de Joseph Merrick, un inglés gravemente desfigurado que se convirtió en una celebridad en el Londres del siglo XIX. Con un memorable papel protagonista de John Hurt, El hombre elefante (1980) fue un gran éxito comercial y de crítica. Recibió ocho nominaciones a los Óscar, incluida la de Lynch como mejor director.
Tras rechazar la oportunidad de dirigir El retorno del Jedi (1983), Lynch dirigió Dune (1984), una ambiciosa adaptación de la novela épica de ciencia ficción homónima de Frank Herbert. La película fue vapuleada por la crítica y no gustó al público.
Le siguió Terciopelo azul, que supuso la segunda nominación de Lynch al Óscar al mejor director.
La igualmente provocativa Corazón salvaje (1990), una hiperviolenta comedia negra de Lynch en la que se atrevía con El mago de Oz, ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1990.
En Twin Peaks volvió a interesarse por el lado más siniestro de la vida pueblerina estadounidense. Alrededor del asesinato de la adolescente Laura Palmer, la serie combinaba elementos de misterio, telenovela y absurdismo. Fue un fenómeno mundial.
Otros de sus proyectos fueron Carretera perdida (1997), agresivamente vanguardista, Una historia verdadera (1999), descaradamente sentimental e idiosincrásica, y Mulholland Drive (2001), cine negro surrealista.
Considerada la obra maestra de Lynch, esta elíptica ensoñación le valió el premio al mejor director en Cannes 2001. En 2022, ocupó el octavo puesto en la encuesta de críticos de la revista Sight & Sound sobre las mejores películas de todos los tiempos.
Un final apropiado
Lynch siguió experimentando con la narrativa y las posibilidades de la forma cinematográfica. En el que resultó ser su último largometraje, la larga y desafiante Inland Empire (2006), Lynch adoptó el vídeo digital de baja resolución y prescindió prácticamente de la narración convencional.
La complejidad de Inland Empire allanó el camino para la vuelta triunfal de Lynch a la televisión. Twin Peaks: el regreso (2017) retomaba la historia 25 años después del final de la serie original.
Esta serie de 18 episodios, que en mi opinión está a la altura –si no por encima– de Mulholland Drive, sirve como digna culminación de la carrera de Lynch.
A la manera clásica de Lynch, concluye con una nota genuinamente impactante, espeluznante y ambigua, que perdura mucho después de que la pantalla se apague.
Alexander Howard, Senior Lecturer, Discipline of English and Writing, University of Sydney
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.